Máximo Gómez Báez, El Generalísimo, falleció el 17 de junio de 1905; había nacido en la República Dominicana el 18 de noviembre de 1836 pero dedicó a Cuba y su libertad todo su brío y sus mejores empeños.
En 1865 había llegado a la isla y desde 1866 se radicó en Bayamo. Pronto comenzaría a condenar la esclavitud y a añorar la independencia de la que fue sin dudas, su Patria.
Ya el 14 de octubre de 1868, se une a los insurrectos que solo cuatro días antes se habían levantado en armas liderados por Carlos Manuel de Céspedes; tan pronto como el día 26 del propio mes dirige la «Primera carga al machete», acto que se multiplicaría por las tropas cubanas causando el terror de la soldadesca española, y que lo convirtió en una leyenda emancipadora
Años más tarde, cuando José Martí organiza la continuidad de la guerra por la definitiva soberanía, le escribe a Gómez en una misiva fechada en septiembre de 1892:
«El Partido Revolucionario Cubano viene hoy a rogar a usted que, repitiendo su sacrificio, ayude a la Revolución, como encargado supremo del ramo de la guerra, a organizar, dentro y fuera de la Isla, el Ejército Libertador». La respuesta no se hace esperar; el 15 de septiembre le responde: «Desde ahora puede usted contar con mis servicios».
Desde que asumió este mandato, se dio a la tarea de organizar al nuevo ejército libertador, disciplinarlo y preparar a sus soldados en el arte de la guerra.
Su dignidad y coraje, sus conocimientos de la táctica y la estrategia militares lo acompañaron durante todo su bregar por ambas guerras; su devoción por la emancipación de la Patria se caracterizó por sus principios éticos, su sencillez, modestia, intrepidez y decoro.
El 12 de marzo de 1899, la Asamblea del Cerro acordó la destitución de Máximo Gómez como General en Jefe del Ejército Libertador, y eliminó concluyentemente dicho cargo.
El Generalísimo, mediante un manifiesto a la nación, expresó:
«Extranjero como soy, no he venido a servir a este pueblo, ayudándole a defender su causa de justicia, como un soldado mercenario; y por eso desde que el poder opresor abandonó esta tierra y dejó libre al cubano, volví la espada a la vaina, creyendo desde entonces terminada la misión que voluntariamente me impuse. Nada se me debe y me retiro contento y satisfecho de haber hecho cuanto he podido en beneficio de mis hermanos. Prometo a los cubanos que, donde quiera que plante mi tienda, siempre podrían contar con un amigo».
A partir de 1899, Gómez se consagró a conseguir la unidad entre las fuerzas que defendían la soberanía nacional frente al peligro de la tutela imperialista; preocupado por esta realidad, señala en carta del 14 de agosto de 1900 al general Francisco Sánchez: «Es decir que fue necesario un Weyler para mantenernos unidos, porque en presencia de aquel monstruo todo el mundo comprendió que la desunión pudiera perdernos, y se aparenta ahora ignorar que estamos en frente de otro peligro mayor».
Y luego de la declaración de la República mediatizada en 1902, el Generalísimo continuó su accionar en aras de expulsar de la isla a los ocupantes norteamericanos.
Ejemplo de constancia y consecuencia en sus ideas; de madurez política y claridad ideológica; de integridad e intransigencia; de bondad y humanismo, fue indudablemente Máximo Gómez.
Su relación con el Apóstol José Martí es muy documentada, pero en momento de cumplirse un aniversario más del deceso de hijo adoptivo de Cuba, no es en vano recordar algunas de las visiones de uno sobre el otro, marcadas todas por la más alta admiración, el respeto y el afecto tierno, en muchas ocasiones.
En esquela a Carmen Miyares de Mantilla, del 26 de abril de 1895, el Maestro asegura: «Gómez me ha ido cuidando en los detalles más humildes con perenne delicadeza (…) He observado muy de cerca en él las dotes de prudencia, sufrimiento y magnanimidad».
En mayo de 1902, en el contexto de un homenaje previsto realizar a José Martí en el séptimo aniversario de su caída en combate, Gómez dice en carta al señor Félix María González:
« (…) pues sabe muy bien cuánto lo amaba yo también y, cual ninguno, sufrí el primero al verlo desaparecer en aquella hora funesta para la Patria (…) Allí en Boca de Dos Ríos, y de esa manera gloriosa murió José Martí. A esa gran altura se elevó para no descender jamás porque su memoria está santificada por la Historia y por el amor, no solamente de sus conciudadanos, sino de la América toda también (…) yo no he conocido otro igual en más de treinta años que me encuentro al lado en su lucha por la independencia de la Patria».
Cuando Don Tomás Estrada Palma decidió intentar la reelección presidencial en 1905, Máximo Gómez inició una campaña contra dicha reelección, por demás impopular, a lo largo de todo el país, es por esto que decide viajar a Santiago de Cuba con su familia.
Allí es recibido por una multitud que lo admira como al valiente militar que es; a todos les da la mano, mano en la que tenía una herida que rápidamente se infecta sin que pueda lograrse la asepsia por lo que los médicos recomiendan el rápido regreso a La Habana.
El gobierno aprueba un presupuesto para los gastos de la enfermedad del Generalísimo, a quien en la terminal de trenes de Villanueva lo espera una gran masa de personas que lo admira y quiere, pero es en la Quinta de los Molinos donde termina su viaje en tren, y es trasladado en un coche hasta la casa sita en la intercepción de 5ta y D en El Vedado, cercana al mar, que se alquila para hospedarlo en tan aciagos momentos y donde fallece a las seis en punto de la tarde del 17 de junio de 1905; tenía solo 68 años.
El Mayor General Máximo Gómez, una de las almas imprescindibles de la Guerra necesaria, genio militar caracterizado por la intrepidez y la inteligencia estratégica, murió como ha dicho el escritor Ciro Bianchi «de popularidad».
Se decretó luto nacional durante tres días, y fueron nueve las jornadas de duelo oficial. Durante los primeros tres días, cada media hora, se disparaba un cañón de la fortaleza de La Cabaña, y repicaban las campanas de las iglesias.
Sus honras, correspondientes a un Presidente de la República, tuvieron por tanto carácter nacional y el ataúd, cubierto con las banderas de Cuba y de Santo Domingo, se ubicó para el velatorio, en el Museo de los Capitanes Generales, que para esa fecha albergaba al Palacio Presidencial.
Tomás Estrada Palma, dio lectura a la siguiente proclama: «El mayor general Máximo Gómez, General en Jefe del Ejército Libertador, ha muerto.
No hay un solo corazón en Cuba que no se sienta herido por tan rudo golpe; la pérdida es irreparable. Toda la nación está de duelo, y estando todos identificados con el mismo sentimiento de pesar profundo, el Gobierno no necesita estimularlo para que sea universal, de un extremo a otro de la Isla, el espontáneo testimonio, público y privado, de intenso dolor».
El martes 20 de junio a las tres de la tarde, luego de 21 disparos de cañón el cortejo formado por veinte carros, parte hacia el Cementerio de Colón, en lo que constituyó la ceremonia fúnebre más grande de la historia de Cuba, hasta esa fecha.
A Máximo Gómez hasta su última estación lo cortejaron los toques de silencio y generala, al sonido de los cuales lideró más de 200 combates y después, el silencio respetuoso pues nadie despidió el duelo del gran hombre, el gran libertador.
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