Dentro del extenso catálogo de curas establecidas por las creencias populares para remediar las más diversas dolencias, existieron algunas prácticas sanatorias e insólitos métodos de curar, que siglos atrás iban pasando de bocas a oídos en las zonas rurales de Cuba. Transmisión oral reflejada mediante la narración anecdótica para comunicar este saber compartido, no pocas veces condimentado con matices burlescos. Procedimientos y recomendaciones, que se acreditaban a sí mismos como parte del saber testimonial, a veces cargado con ciertas dosis de picardía criolla, donde tenía presencia de manera natural, el ingenio humorístico propio del campesino cubano.
Hay que señalar, para quienes no conocen la historia de Cuba, que antes de la Revolución, en los campos de nuestro verde y alargado archipiélago la asistencia médica profesional era algo casi imposible de obtener para el campesino. No solo por la escasa presencia de médicos en las zonas rurales, sino por el alto costo que acarreaba el ejercicio de la medicina privada. De esta manera se comprende como los humildes trabajadores del campo debían apelar a estas creencias populares, transmitidas de una generación a otra, para solucionar sus problemas de salud.
Este tipo de tratamientos fuera del paradigma biomédico, en muchas ocasiones sin fundamentación científica alguna, extraído del saber tradicional y mantenido en la memoria social por fuerza de la necesidad, ha estado presente en todos los pueblos del mundo. Unas veces obtenidos de la experiencia práctica y otras heredados gracias a las migraciones. El caso es que, en la historia de la medicina latinoamericana existen reportes desde épocas precolombinas, sobre como curar el “mal de ojos” (1) y está probado que desde el siglo XVI, ya se conocían métodos empíricos para sanar “el empacho”. (2) Dolencias aun no reconocidas como enfermedades por la ciencia en muchos lugares del mundo, pero que han continuado afectando a los seres humanos, incluyendo por su puesto a los cubanos. Quienes por mucho tiempo y aun hoy, a pesar de todos los adelantos de la ciencia médica en nuestro país, la indiscutible calidad y gratuidad de la medicina, de cuando en vez acuden al amplio catálogo de remedios y consejos del curanderismo cubano. (3)
Estas curiosas prácticas sanatorias y peculiares métodos de curar que hoy nos ocupan, han sido recopilados y mostrados en esta ocasión, atendiendo más a su contenido humorístico, incluso a veces sarcástico, que al valor terapéutico. Se presentan aquí a través de testimoniantes, quienes con la manera franca y sencilla de expresarse el habitante de los campos cubanos de aquellas épocas pretéritas, donde el humor criollo brotaba natural y desenvuelto, redescubren para nosotros por medio de la narración anecdótica, creencias y costumbres heredadas de las más oscuras fuentes y extraños saberes, que de una u otra manera quedasen prendidas en la memoria social de toda una época, llevados de la mano en este caso, por el conocido decimista y escritor cubano Ricardo Riverón Rojas, a través de esta recortada selección resumida, de algunas de las joyas contenidas en su jacarandosa obra, El ungüento de La Magdalena, (4) excelente y austera labor investigativa que se convierte en obligada lectura para quienes gusten de estos temas.
Remedios prácticos para extrañas dolencias
Palpitaciones
La referente de la peculiar manifestación de esta dolencia, decía tener 69 años en el momento de la entrevista y era conocida por Bertica. Cuenta ella: “una mañana en el paradero del tren…, siento que me vienen subiendo una ideas extrañas: miro para Sirindico, uno de los tipos más feos de aquí a la Conchinchina, y me parece que tengo delante a Jorge Negrete; entonces le voy para arriba, lo abrazo y lo beso”. “Él no sabía qué hacer, estaba muerto de vergüenza…” “Yo no sé lo que me pasó, porque acto seguido las palpitaciones dijeron aquí estoy y medio que me desmayé”. (5)
Cuando la aquejada se recuperó de tal afectación, le obligaron a un remedio que le eliminó las palpitaciones y el “espejismo”. Consistía en introducirse los dedos hasta la garganta y provocar arqueadas, para que llegue el vómito. Explica ella según su entendimiento, las bondades de tal procedimiento, cuando afirma: “Es verdad que eso alivia, porque las palpitaciones, en concordancia con lo comido, se forman por un bulto de sangre espesa entre la garganta y la barriga. Y el alivio viene porque el susto del vómito elimina al otro susto… Pero lo de confundir a Sirindico con Jorge Negrete, eso sí no tiene explicación, a no ser que una esté falta de marido, que no es mi caso. Milagros la enfermera, me dijo que a lo mejor era epilepsia”. (6)
Sangronencia
“La sangronencia es una enfermedad mental y se cura con escarmientos”, afirma Olivia del Sol, de 67 años al momento de la entrevista, residente en el entronque del poblado de Vueltas. Asegura nuestra referente: “Hay gente sangrona porque sí, porque les gusta molestar al resto de los seres humanos. Un chiste lo hace cualquiera, pero estar todo el tiempo montado arriba de la gente, tiene que ser una enfermedad”. Refiere Olivia de sus experiencias con Mingo Lucena, dependiente de la tienda del pueblo: “No era gracioso ni un carajo. Un día llegué yo a la tienda y le pregunté si había llegado la manteca…, él se repochó para atrás, con esa panza que tiene, y me respondió: Vino, si, por el Plan Camarioca; hay, pero no te toca…, y se reía, como se ríe la gente sangrona. Tuve que aguantar la respiración para no mandarlo a freír tusas”. (7)
Pero Mingo, al parecer de Olivia estaba seriamente afectado por esta dolencia, pues cuando ella le preguntara por la leche en polvo, el susodicho le respondió: “Viene por el Plan Escambray, te toca, pero no hay”. Nuestra testimoniante no soportó en esta ocasión y decidió “curar” al afectado con un remedio drástico: “Cogí una indignación tan grande, que se lo conté a mi yerno, quien es auxiliar de la policía, y allá se fue a cogerlo preso por hablar mal del gobierno…, del tiro se le curó la sangronencia y nunca más mortificó a las personas decentes, al menos mientras estaba detrás del mostrador”. (8)
Remedios extraños para enfermedades frecuentes
Infertilidad
Según refiere la señora María Caridad Abad, natural de Camajuaní, quien tenía 23 años en el momento de la entrevista, “La naturaleza se inventó para beneficio de las personas. Usted ve una güira y le parece que nada más sirve para hacer maracas. Pero…, si usted la abre en dos, le echa miel de abejas, sin sacarle la gandofia ni nada, y la deja cuarenta y cinco días al sol y sereno, cuando casa y cuela todo eso, ya tiene un buen patente para el catarro”. (9) Y afirma la testimoniante: “Si la güira es cimarrona, eso mismo sirve para destupir las trompas de los ovarios en los casos de mujeres machorras. La mujer de Luis el peliculero, que luego de seis años de matrimonio no salía preñada ni inseminándola con leche de toro, resolvió el problema, gracias a ese brebaje…”. (10)
Reuma
Según recomienda el señor Fernando López, quien tenía 23 años y residía en el Central Carmita, en el momento de su entrevista: “ajo con aguardiente en ayunas, es lo mejor que hay para el reuma. Y todo eso, pero sin ajo, sirve igual”. (11) Fernando se basa en toda una experiencia vivencial de la cual fuese testigo, allá en el batey de la fábrica de azúcar, donde vivió por mucho tiempo. Y referencia lo sucedido con un coterráneo suyo llamando Luis Salame, “que cuando andaba claro siempre se quejaba del reuma, pero cuando cogía una (borrachera) de las suyas, parecía un muñequito de cuerda, de lo ágil que se ponía haciendo piruetas”. (12) Refiere Fernando, como todos conocían que Luis no sabía bailar, pero además, ninguna mujer quería bailar con él por lo impertinente que se ponía cuando estaba elevado de aguardiente, este señor buscó una manera peculiar de resolver una pareja para bailar. Así nos lo cuenta Fernando: “un día se apareció en el baile del Círculo Social con una muñeca de trapo, que Dania, la mejor costurera del batey le había hecho. Era del tamaño de una mujer, y de ahí para adelante esa fue su pareja en los bailes. No se perdía una pieza por rápida que fuera. Al otro día no se podía mover, pero decía —¡que me quiten lo bailao!—. Ya se lo dije, en concordancia con la cantidad, el aguardiente es un anestésico mejor que la raquídea”. (13)
Riñones
“A mí los riñones me dieron mucha guerra una pila de años”. Contaba Onoria Machado, cuando tenía 53 años y vivía en la finca El Cubano. Y aseguraba: “Había tomado todos los remedios y medicinas, y nada… Un día me pongo a pensar y saco la cuenta que las gallinas tienen una mollejas que son molinos, hasta las piedras trituran. Y se me ocurrió la idea. Compré como diez gallinas y les saqué las mollejas, las sequé bien, las tosté y las hice polvo; entonces mezclé aquello con harina de pan y me hice como cuarenta pastillas de molleja; las tomé en ayunas y aquello fue una bendición. ¡Más nunca me he sentido nada…!. (14)
Caída del pelo
Un espectacular remedio para la caída del cabello nos muestra, según su experiencia vivencial, el señor Servilio Portal, quien residía en el Central Carmita y tenía 64 años en el momento de la entrevista. “Antoliano se quedó calvo como una güira, a causa del susto que le causó una visión. Dice que le salió el diablo, en una de esas tardes neblinosas que se presentan a fin de año. Fue debajo de una mata de limón en el sitio del viejo Jelengue. Y donde encontró la enfermedad, encontró la cura, porque el propio Jelengue fue quien le puso tratamiento, y a decir verdad, fue remedio santo. El viejo lo mandó a encerrarse habitación oscura durante tres meses y todo ese tiempo, a vivir comiendo solo boniato. Antoliano hizo lo que le mandó Jelengue: boniato hervido con miel; boniato asado; boniato con leche; boniato frito, durante noventa días y se curó. Pero lo que salió del rancho a los tres meses, parecía un león. Y no solo por la pelambrera, sino también por la peste a cangrejo de excusado frito con manteca ranciosa que se cogió todo aquello, como si hubieran tirado una bomba”. (15)
Sífilis, como curarla
La experiencia está referenciada por Marcelino Thompson, quien tenía 92 años cuando fuera entrevistado y cubre un extraño procedimiento para curar la sífilis, que viera él personalmente, mientras estaba albergado en la zona de Cunagua, haciendo zafra en la provincia de Camagüey. Marcelino conoció allí un hombre casi podrido por la sífilis, a quien su hermano trajo un curandero desde el poblado de Sola. Afirma el testimoniante: “El curandero metió al enfermo desnudo dentro de la tierra y nada más que dejó la cabeza a fuera; por ahí le daban algunos alimentos, casi siempre frutas. Este señor decía que la tierra lo curaba todo, y lo tuvo metido allí una semana. Cuando lo sacaron, toda la pudrición que tenía se le había quitado y tenía la piel como la de un niño, menos el fondillo y sus partes, porque como orinaba y daba del cuerpo allí mismo, esas partes estaban muy asquerosas y estuvo con ñañaras un tiempo. Pero de la sífilis se curó, y hasta se casó y tuvo hijos”. (16)
Del ungüento de la Magdalena
“El cubano se ríe, hasta de su propio dolor”, nos decía Riverón Rojas en las palabras preliminares de su obra, (17) de la cual hoy hemos tomado estas pocas muestras, con el sano afán que el lector busque allí, en el modo de hablar y expresar, a través de esa manera espontánea y sugerente, la sabiduría del campesino cubano, la humorada delirante y a veces surrealista. Reflejada con lujos del oficio de escribir y la ardua tarea del investigador, que este autor nos regala en otra de sus ofrendas a la cultura de La Mayor de las Antillas.
Notas
(1) Gerardo E. Chávez Spínola: “El mal de ojo en la memoria del folclor cubano”. Ver CUBARTE.
(2) Gerardo E. Chávez Spínola: “El empacho en la memoria del folclor cubano”. Ver CUBARTE.
(3) Gerardo E. Chávez Spínola: “Curanderismo cubano. Antiguas recetas extrañas, pócimas y remedios”. Ver CUBARTE.
(4) Ricardo Riveron Rojas: El ungüento de La Magdalena. Premio Memoria 2007. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2011.
(5) Ibídem., p. 114.
(6) Ibídem., p. 115.
(7) Ibídem., p. 115.
(8) Ibídem., p. 115.
(9) Ibídem.
(10) Ibídem., p. 149.
(11) Ibídem., p. 158.
(12) Ibídem., p. 158.
(13) Ibídem., p. 159.
(14) Ibídem., pp. 156-157.
(15) Ibídem., p. 137.
(16) Ibídem., p. 90.
(17) Ibídem.
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