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Antonio Orlando Rodríguez: La infancia no es ese mundo idílico que algunos creen recordar


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Una de las primeras personas que me abrió las puertas del mundo de los libros para niños en Cuba fue Antonio Orlando Rodríguez (1). Recuerdo que en la dedicatoria a mí de uno de sus libros escribió: “Para Enrique, un periodista que es un caso raro. Le gusta la literatura infantil”. Poco a poco nos fuimos acercando y me llevó a conocer a otros colegas del gremio de aquel entonces que luego se me fueron haciendo más próximos. Por aquella época, al igual que tantos, Antonio Orlando padecía de la ineditez congénita de muchos autores, cuyos premios se demoraban en ver la luz. Luego, fue publicando su obra y con los años se convirtió en uno de los más serios investigadores del LIJ del continente americano: creador de revistas, sitios web, colecciones, proyectos para fomentar la lectura. Hoy por hoy, el autor galardonado con el Premio Planeta, hace caso omiso a esta fama y sigue pensando en la infancia, fomentando cualquier tipo de iniciativa que promueva al libro para niños y jóvenes. Tras muchos años sin vernos, salvo en un par de ocasiones, y con la experiencia de este tiempo, le hago hoy una entrevista proyectada hace más de dos décadas y aplazada por esos azares de la vida y el tiempo, pero como bien se dice: nunca es tarde, si la dicha es buena…

¿Existe para ti una literatura infantil? ¿Una LITERATURA? o simplemente ¿Literatura para personas?

Tal vez por haber publicado libros destinados a los niños y a los adultos, para mí está muy claro que existe una literatura que se concibe para sintonizar con la sensibilidad, las experiencias y los intereses de los más chicos. Pero también existen textos en los que el destinatario es impreciso, que pueden establecer conexión con lectores de cualquier edad. En fin, que los niños pueden acceder a la literatura a través de caminos diferentes: desde lo que se escribe pensando expresamente en ellos, hasta las obras para el público adulto de las que se apropian. Pienso que lo principal es el sustantivo (la literatura) y que, en ocasiones, el adjetivo (infantil) tiene menos importancia. Ahora bien, es evidente que un adulto puede disfrutar de obras como El gigante egoísta, pero un niño, salvo que sea un niño genio con un cociente de inteligencia aterrador, difícilmente podrá adentrarse en el universo de De profundis.

¿Qué piensas de la infancia?

No sabría qué decir sobre esa etapa de la vida humana… ¿Es una especie de combinación de paraíso e infierno? ¿Una enfermedad a la que, aunque a veces parezca que no, se sobrevive?... A veces los niños me divierten, a veces me sorprenden, a veces me enternecen. O me conmueve su inocencia, ese no sospechar lo que les espera dentro de unos años. A veces también me resultan francamente odiosos y quisiera tenerlos a muchos kilómetros de distancia. En cualquier caso, la infancia no es ese mundo idílico que algunos desmemoriados creen recordar.

En tu concepto los niñ@s ¿leen hoy día más o menos que antes?

Más, creo. Pero no lo que nosotros quisiéramos que leyeran ni de la forma que nos gustaría. Aunque esa pregunta sobre la relación de los niños con la lectura contiene una generalización muy cuestionable, pues los niños no son una masa homogénea, crecen en circunstancias sociales muy disímiles. Además, antes y ahora, han existido niños con diferentes naturalezas e inclinaciones, y confío en que así continúe siendo.

¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niñ@s?

No creo que pueda hablarse de un tono. Cada historia suele traer consigo su propio tono o lo reclama al autor en el momento en que este la escribe, no importa si es una narración concebida para compartirla con los niños o con los adultos. Ese registro puede ser ingenuo, divertido, poético, disparatado, dramático o incluso trágico, entre otras muchas posibilidades, según lo dicten la voluntad del creador o las exigencias de los personajes y de la trama. Las emociones y los estados de ánimo suelen ser muy diversos, téngase la edad que se tenga, y la literatura existe, entre otras cosas, para dar testimonio de ellos.

¿Eres parecido a alguno de los personajes de tu obra?

En el caso de la narrativa, me identifico especialmente con algunos personajes de mis cuentos y novelas para adultos. Me reconozco en los personajes de la obra de teatro El León y la Domadora y en algunos personajes de los relatos de Strip tease. Los narradores protagonistas de Aprendices de brujo y Chiquita tienen algunas formas de actuar y de observar la realidad y de opinar sobre ella que coinciden bastante con las mías. Sin embargo, en el caso de mis ficciones para niños no existen tantos puntos de contacto, o al menos no me he percatado de ello. Sin embargo, algo hay de mi yo adolescente en algunos personajes del libro de cuentos Disfruta tu libertad y otras corazonadas por el estilo.

¿Cómo concibes idealmente a un autor para niñ@s?

Sin mucho sobrepeso, sin adicciones al tabaco y al alcohol, con un corazón que bombee bien y preocupado por hacer ejercicio alguna que otra vez. Si ese ejercicio incluye poner a trabajar las neuronas, esto puede ser muy beneficioso para su obra literaria. Aparte de esos, no se me ocurren otros requerimientos. Han existido algunas personas de malos sentimientos, misántropas y de valores éticos y morales cuestionables, que han escrito maravillosos libros. Y, del mismo modo, han existido personas de gran bondad y generosidad, amantísimas de los niños y de las causas nobles, que han escrito libros deplorables. En cualquier caso, un requisito debería ser la capacidad para cautivar a los niños con sus ficciones y que estas tengan un valor artístico.

¿Reconoces alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?

Creo que un autor es el resultado de todo lo que ha leído, desde las grandes obras de la literatura hasta los bodrios más deleznables. Las primeras se convierten en paradigmas; las segundas, en eficaces recordatorios de lo que debemos evitar a toda costa. En el terreno de la literatura infantil, libros como La Edad de Oro, Platero y yo, El pájaro azul y los cuentos de Las mil y una noches, de los hermanos Grimm y de Andersen, entre otros, dejaron en mí una profunda huella que, supongo, alguna ascendencia debe haber tenido cuando comencé a escribir.

¿Cuáles fueron tus lecturas de niñ@?

Inicialmente, cuando no leía, sino me leían, los cuentos de Andersen y los hermanos Grimm, desde “El patito feo” hasta “Los tres pelos del diablo”. Más tarde, los libros publicados a principios de los años 1960 por la Editora Juvenil: Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, con las inolvidables ilustraciones de Reinaldo Alfonso; Nobi, de Ludwig Renn; Ivanhoe, de Walter Scott; Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne; Aventuras de Guille: En busca de la gaviota negra, de Dora Alonso... Un poco más tarde, cuando, comencé a visitar el Departamento Juvenil de la Biblioteca Nacional, me hice fanático de los libros de Hergé, Enid Blyton, Astrid Lindgren, Josephine Siebe y otros autores.

¿Cómo te insertas dentro del panorama actual de la literatura infantil cubana?

Aunque hace más de veinte años que me fui de Cuba y he vivido como exiliado en países como Costa Rica, Colombia y Estados Unidos, mi obra continúa formando parte del cuerpo de la literatura cubana. Aunque viaje por el mundo con un pasaporte estadounidense y otro español en el bolsillo, Cuba es y será mi patria literaria. Sin embargo, sinceramente no sabría decir qué relación guardan mis narraciones y poemas para niños con la producción que se gesta actualmente en la isla. Ni tampoco mi obra dedicada a los adultos. A veces, por lo que leo, tengo la impresión de que no existe mucha relación.

¿Qué atributos morales piensas que debe portar consigo un buen libro infantil?

No creo ser la persona indicada para dictar cátedra sobre atributos morales. Es un tema que no me interesa demasiado y, además, la moral es algo sumamente relativo, que ha cambiado con las épocas en que ha vivido la humanidad y con las reglas promulgadas por las iglesias y los gobiernos (en particular, los dictatoriales y totalitarios, tan amigos de tratar de imponer un pensamiento y un comportamiento únicos). Lo que es inmoral para algunos, para otros es lo más natural y apropiado del mundo. En todo caso, hablaría de valores éticos. Pero no se me malinterprete: como un añadido, como un desprendimiento natural del texto, no como su fundamento y su razón de ser. Me gustan las nociones de ética que quedan en el lector cuando termina de leer obras como Las aventuras de Huckleberry Finn, El último de los mohicanos. Pero, en realidad, buena parte de la literatura infantil y juvenil que más disfruto es la políticamente incorrecta, que han cultivado muchísimos autores, de Lewis Carroll a nuestros días.

¿Podrías opinar de la relación autor-editor?

Los editores son una especie en extinción y los buenos, abundan menos todavía. Si encuentras un editor que crea en ti, que se identifique con tu trabajo y lo defienda, y que se esmere por cuidarlo y presentárselo al público de la mejor manera posible, ¡cuídalo y respétalo, no sabes el tesoro que tienes! Lo digo por experiencia. Tengo una editora así, Mireya Fonseca, de Panamericana Editorial, en Colombia, y me siento afortunado de haber dado con ella.

Si tuvieras que salvar solamente diez libros de un naufragio, ¿cuáles escogerías? ¿Alguno de los que has escrito?

Por supuesto que no elegiría ninguno mío, como harían sin ningún pudor, con toda seguridad, tres o cuatro escritores que conozco. No soy un ególatra. Bueno, no sé por qué diablos tendría yo que tener una biblioteca de literatura infantil a bordo de un barco, pero supongamos que la tengo y que la embarcación se va a pique. Seguro que, con el nerviosismo, se me quedarían varios libros sin rescatar del naufragio y luego lamentaría mucho no haber llevado aquel en lugar de este. Pero los que me vienen a la mente ahora son los cuentos de Andersen y los de los hermanos Grimm; La Edad de Oro, de José Martí; las dos Alicias de Lewis Carroll. Todos los que pueda de Tove Jansson, pues soy un devoto de su familia Mumín; algo de Lygia Bojunga Nunes y de Marina Colasanti; de Astrid Lindgren, de María Elena Walsh y, si todavía queda espacio, la serie dedicada a Kasperle, de Josephine Siebe, con la esperanza de que las aventuras de este personaje me diviertan tanto como cuando era niño (algo que sería muy útil para la depresión que, supongo, traerá consigo el hipotético naufragio). Pensándolo bien, Los náufragos del Liguria, de Salgari; La isla misteriosa, de Verne, y Robinson Crusoe, de Defoe, serían muy apropiados para tratar de sobrevivir en condiciones difíciles…, porque me imagino que los que nos salvemos del naufragio llegaremos a alguna isla desierta perdida en un océano, ¿no? Como no tengo muchas destrezas físicas y sería un desastre como constructor de cabañas o como cazador, podría fundar, con mi decena de libros, un club de lectura entre los náufragos o entre los hipotéticos Viernes que pudieran salirnos al encuentro.

 

 

Nota

(1) Nacido en Ciego de Ávila, 1956. Autor e investigador literario. Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana. En 2008 ganó el premio internacional de novela Alfaguara con su obra Chiquita. Ha residido en Costa Rica, Colombia y Estados Unidos. Fue subdirector de Fundalectura, en Colombia. Actualmente vive en Miami, Estados Unidos, donde creó la Fundación Cuatrogatos, que desarrolla programas educativos y culturales con énfasis en la literatura infantil y juvenil y la promoción de la lectura. Obras de ficción para niños y jóvenes: Fiesta en el zoológico (Panamericana, Bogotá, 2013); La Escuela de los Ángeles (cuento; Alfaguara, Bogotá, 2011); Cuento del sinsonte olvidadizo (cuento; Ediciones El Naranjo, México D.F., 2010); La gata de los pintores (cuento; Panamericana, Bogotá, 2009); Hospital de piratas (Panamericana, Bogotá, 2008); La maravillosa cámara de Lai-Lai (cuento; Panamericana, Bogotá, 2006); ¡Qué extraños son los terrícolas! (cuento, Panamericana, Bogotá, 2006); El rock de la momia y otros versos diversos (poesía; Alfaguara, Bogotá, 2005); La isla viajera (cuento; Panamericana, Bogotá, 2004); Romerillo en la cabeza (teatro; Panamericana, Bogotá, 2006); Disfruta tu libertad y otras corazonadas (cuentos; Libresa, Quito, 1999; Salamandra, Sao Paulo, 2003); Struff (novela; Abril, La Habana, 1996; Educar, Bogotá, 1997); Tiquiriquití, Tiquiriquitó (novela; Libresa, Quito, 1996); Concierto para escalera y orquesta (cuentos; Edilux, Medellín, 1995); El Sueño (novela; Artemis-Edinter, Ciudad de Guatemala, 1994); Mi bicicleta es un hada y otros secretos por el estilo (poesía; Obando Impresor, San José, Costa Rica, 1993; Rondalera, Caracas, 1997; Panamericana, Bogotá, 2000); Los caminantes-camina-caminos (cuentos; La Habana, Gente Nueva, 1992; Pues señor, este era un circo (cuentos: Rondalera, Caracas, 1992; Gente Nueva, La Habana, 1998); Un elefante en la cristalería (cuentos y poemas; Editora Abril, La Habana, 1991; Edilux, Medellín, 1995); Yo, Mónica y el Monstruo (cuento; Ministerio de Cultura de Cuba, 1989; Editorial Colina, Medellín, 1995; Panamericana Editorial, 2010); Cuentos de cuando La Habana era chiquita (cuentos; Unión, La Habana, 1984); Siffig y el Vramontono 45-A (cuento; Gente Nueva, La Habana, 1978); Abuelita Milagro (cuentos; Gente Nueva, La Habana, 1977).


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