Como simple y fiel espectadora (crítica, no profesional) de las telenovelas cubanas, he sentido la satisfacción de seguir capítulo a capítulo una obra basada en un estudio psicosocial de la realidad cubana actual –dedicado en este caso a la maternidad y la paternidad–, con tino, sin dramatismo excesivo y que apela a una honda reflexión del público televidente acerca de temas escabrosos, aunque no nuevos, que tienen lugar en nuestra cotidianidad.

Un hogar materno es el escenario principal donde se desenvuelven historias muy diversas. Allí, el personal de salud –que también posee sus pequeñas historias, o subtramas– atiende a las embarazadas con problemas durante la gestación hasta lograr llevarlas a un término feliz. La presencia o no en esa trayectoria del personaje masculino, es decir, del futuro padre, hacen la diferencia y son la causa de los posibles conflictos que aparecen en el guión.

El corte estudiado en los estratos económico-sociales que están representados en la telenovela nos avisa, también, de las aristas culturales y los sentimientos subyacentes en la maternidad-paternidad. Mientras para algunas parejas es sinónimo de una felicidad ansiada por ambos miembros, en otras supone un serio problema económico debido a bajos ingresos monetarios, a malas condiciones de la vivienda que ocupan con hijos anteriores, o, a situaciones negativas creadas, irresponsablemente, por una enfermedad grave (SIDA) sin contar con la existencia del apoyo paterno.

También, se incursiona en los riesgos de las relaciones sexuales tempranas, entre adolescentes, cuando aún ellos y ellas no han madurado suficientemente (Aurora y Julián) para evitar o enfrentar la posibilidad de un embarazo no deseado, y las consiguientes responsabilidades de toda índole que una decisión errada conlleva para sus vidas, la del bebé y sus familiares cercanos.

La violación de una adolescente (Lía) por un miembro de la familia (el padrastro René), marca un punto culminante, trágico, en la exposición de esta propuesta audiovisual de análisis alrededor de la sexualidad, la maternidad-paternidad, incluyendo al aborto, una opción casi siempre traumática para la embarazada cuando se plantea como necesidad inevitable.

La intervención de artistas de primera línea, Daysi Granados como la abuela implacable, desequilibrada en el papel de supuesta defensora de la familia, junto a actrices y actores muy jóvenes, a veces, resalta y matiza la calidad interpretativa. 

El papel protagónico de Mariana, joven doctora, que se desempeña como directora del Hogar materno, después de conocer inesperadamente que no es la hija natural, sino que ha sido adoptada por los padres que ella adora y admira como patrones profesionales, me pareció un rol grande para una actriz tan joven, poco convincente. Igualmente, me ocurrió con su acelerado embarazo de Fabián y el alumbramiento del bebé, pintando el cuadro de la familia feliz en los dos capítulos finales.

Repartido el guión entre los personajes buenos, siempre premiados al final, y los malos, sencillamente alejados de la trama (la abuela, Julián y Manuel, David e Irene) o, muertos (René), pierde hondura el análisis del tema, y puede descubrirse con facilidad el desenlace del drama.

De cualquier modo, aplaudo las pequeñas historias de personas de esta época, que se confrontan entre ellas (Teresa, Fernando y Aurora, buscando una posición en la vida de la hija querida, Mariana), no exentas de violencias, sin llegar nunca a sobrepasar los límites elementales de la conducta razonada y decente. A lo anterior, adiciono las muestras, en bellas y bien medidas escenas, del amor y la ternura que deben envolver a la maternidad y paternidad (adornadas siempre con hermosos y alegres niños y niñas).

Todo ello, proyectó un horizonte deseable, ideal, para el desarrollo de la vida humana en el marco de nuestro proyecto social y cultural. Agradecida, por las noches llenas de sano interés a causa la telenovela, y su relajante musicalización, que nos disminuyeron la tensión del alejamiento social obligado, debido a la covid 19.