Celebro que cada año se dedique la Feria Internacional del Libro a uno o dos intelectuales, escritores, personalidades del mundo literario o científico que han consagrado su vida a recrearnos la realidad o a desvelar las partes de esta que revolotean a nuestro alrededor, pero invisibles, o sin los cromatismos y la historicidad que ellos consiguen socializar a través de sus poemas, narraciones o ensayos, de sus textos compilados en libros.
Una política que se multiplica en cada provincia y en cada municipio, en La Habana y Santiago de Cuba, en la Isla de la Juventud y en Jatibonico. Como prueba del talento que brota en cada palmo de nuestro archipiélago creativo. Una resultante virtuosa que debemos defender y asegurarle a nuestros hijos y nietos.
Un homenaje merecido, que agradecen los autores, sus familiares y amistades. ¡Con cuánto orgullo compartió el escritor Alberto Guerra Naranjo que se le dedicara la Feria de Marianao!
Cuán motivador resultará para los niños y jóvenes que lo han visto desandar de toda la vida por el barrio, en las colas de la panadería o la bodega, saber que ese es un escritor exitoso, al que le publican libros en Italia y en Croacia.
Y, al mismo tiempo, es una especie de orientación para los lectores. Una saeta hacia lo que debemos reconocer como valioso y enriquecedor; un medidor de nuestra ignorancia o estrechez de cultura, como el programa la Neurona Intranquila.
Igual pasa con los Premios Nacionales de Literatura, Ciencias Sociales, Edición..., los que se entregan cada año en los recintos de La Cabaña. Uno se constata desconocedor de compatriotas que merecían nuestra admiración, por su talento y entrega, por sus aportes al conocimiento de lo que fuimos y somos, al sustrato inmaterial de la nación. Tropezamos con nuestra ignorancia. Sus cantos mañaneros, sus alas y sus espuelas nos han sido necesarios y no lo sabíamos, fue lo que nos faltó en los vuelos fallidos y en las intentonas de asaltar el cielo que no emprendimos.
Y uno se motiva a acercarse a ese gran caudal, a alumbrarse con esas luces que desconocíamos.
Como también nos preguntamos, ¿y por qué se esperó tanto tiempo? ¿No habrán muerto otras grandes figuras sin la oportunidad de este reconocimiento público y notorio? ¿Cuándo le tocará a este otro valioso pensador al que conocemos mejor, o al que descubrimos en una presentación de un libro, allá en la sede central, o en las otras sedes esparcidas en la ciudad, en el Centro de Estudios Martianos, en el Pabellón Cuba o en el Centro Dulce María Loynaz?
En mi caso, “voy pa'rriba el lío”, no el que formo para molestar a los demás, sino el que me deforma o limita. Voy en busca de sus obras, para conformar mi mirada y mi pensamiento, para ascender. Y me hago de algunos de sus libros. Sobre todo, busco sus antologías o las novedades que supe sacaron a propósito de este homenaje nacional, aquella zona de su producción que me permita ser un mejor observador y transformador del mundo.
Así hice el año pasado, me apertreché de nuevos ensayos de Isabel Monal y me di la oportunidad de conocer más de la narrativa de Francisco López Sacha, recientemente fallecido.
Ahora hice otro tanto. Invertí, de mi caro presupuesto, en más alimentos para mí espíritu y el de mi familia. Me compré en el stand de Ciencias Sociales este interesante libro de Francisca López Civeira, a quien he leído mucho más que a Virgilio López Lemus. Del poeta espirituano adquirí esta colección de ensayos sobre poesía en el sitio donde menos me lo esperaba, en la bodega del barrio, cuando fui a averiguar por el arroz.
Deje un comentario