Aquí, el que no tiene de congo…


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Una atractivísima mulata le cambió la vida a Francisquito Pedroso.

En esta tierra nuestra, la gente jura y recontra-jura que aquí “quien no tiene de congo tiene de carabalí”. Y suelen agregar que el mejor invento de los gallegos —o sea, los españoles—  fueron las mulatas.

Ambas expresiones son habituales  en boca del cubano  cuando protesta ante alguien que presume de la llamada “pureza” de sangre, a quien también le disparan a boca de jarro: “Y tu abuela, ¿dónde está?”.  

En efecto. Cuba, encrucijada de pueblos, fundió por la vía del mestizaje a innúmeras gentes llegadas de todos los rumbos de la rosa náutica. No en vano un estudioso de la talla de Don Fernando Ortiz  comparó a la cultura cubana con el ajiaco, pues, como en el plato nacional, aquí se dan cita los más variopintos ingredientes.

Y hoy, con la investigadora Berta Caballero en calidad de práctico que nos guía de la mano, nos moveremos hasta las coordenadas de la casa gemela  que ocupa los números 202 y 204 de la calle Cuba, en San Cristóbal de La Habana. Porque allí se comprobaron, una vez más, las verdades antes enunciadas.

El escenario

Como nos señala Berta Caballero, esta vivienda  de Cuba, entre Empedrado y Aguiar  fue construida en 1858 por orden de María Francisca Pedroso.

Nos indica la investigadora  que el inmueble, construido en cantería, con un marcado influjo neoclásico, consta de dos plantas, con entresuelo. La decoración de la fachada hace uso del hierro, el vidrio y la persianería. La ornamentación en hierro incluye rejas de motivos geométricos, aldabones, guardacantones, bocallaves y lo que Alejo Carpentier llamaba “fronteras decorativas”: los guardavecinos.

Hay una moderada utilización de la vidriería coloreada.

Este inmueble, como era habitual en los tiempos coloniales, cumplía la doble función de vivienda y almacén. Al amplio zaguán lo mismo entraba el carruaje familiar que los carromatos que trasladaban mercancías, especialmente las que provenían de los ingenios azucareros.

Al patio central, en forma de rectángulo y rodeado de habitaciones, seguían la cochera y el establo.

Con el pasar del tiempo, la aristocracia se movería hacia otras áreas habaneras, El Vedado entre ellas. Los Pedroso no fueron una excepción, y el inmueble sucesivamente sería  hotel para visitantes norteamericanos y casa de vecindad, o sea, lo que aquí se conoce como “solar”.

Pero, antes de que abandonaran la mansión, uno de los integrantes de la familia estremecería a la “alta sociedad habanera” con un jaleo de argolla.

De cómo estalló el escándalo

Para la buena comprensión de lo que después viene, aclaremos que los Pedroso no eran lo que se suele llamar poca cosa.

No, amigo cibernauta. Ese apellido se mezclaba con la crema y nata de la aristocracia cubana: los Zayas Bazán, los Peñalver, los Martínez del Castillo, los Calvo de la Puerta.

Había entre ellos marqueses y condes, comendadores  de la Orden Isabel la Católica, caballeros de Santiago o de Calatrava y hasta algún gentilhombre de cámara de Su Majestad, en ejercicio.

Sí, gente de mucha prosapia eran los Pedroso. De ahí su comprensible alarma cuando el adolescente Francisquito, heredero del clan, comenzó a bizquear.

Y no es que el muchacho padeciese de estrabismo. En lo absoluto. Los ojos solo se le ponían en blanco cuando cerca de él pasaba algún despampanante ejemplar femenino que tuviese lo que entonces llamaban “la color quebrada”.

Así lo contó la investigadora Berta Caballero: el encumbrado Francisco Pedroso y Pedroso se casó con la parda Agustina Mairi, manejadora de la casa, de la cual tuvo una copiosa prole de seis mulaticos.

El escándalo ocurrió a finales del siglo XIX.

Se hizo evidente el rechazo familiar hacia quien había roto las reglas del juego. Lo enterraron en vida, hasta el punto de dividir la vivienda con una alta tapia, para aislar al transgresor.

Se cuenta que, hasta bien entrado el siglo XX, los transeúntes señalaban al inmueble como “la casa del Pedroso que se casó con una mulata”.

Con estas pruebas a la vista, ¿no es cierto que en Cuba “el que no tiene de congo, tiene de carabalí”?


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