Cuando se piensa que una persona ha trabajado (y aún lo hace) seis décadas dentro de un mismo centro laboral, no cabe otra conclusión que la admiración, al menos por la coherencia y sistematicidad que ello denota. Pero, si en ese espacio de tiempo se construye una obra y un legado de enorme valor para la cultura nacional, la consideración cambia sustancialmente, ya no es solo admiración, sino de profundo respeto. Es el caso de Araceli García Carranza y su vínculo con la Biblioteca Nacional José Martí.
Hoy 1ro de febrero se cumplen los sesenta años de su arribo a la institución, siendo una joven de veinticinco años, recién graduada y deseando conocer las interioridades del magno templo del saber. Llena de incertidumbre, la propia de esa edad ante lo nuevo, pero con unos deseos enormes de ayudar en la Biblioteca Nacional, la joven Araceli comenzó su aprendizaje vital. Sería la oportunidad de crecer culturalmente y hacer lo que le gustaba hacer: aprender y contribuir, es decir, servir. Fue, también, la oportunidad de relacionarse con figuras grandes de nuestra cultura como Alejo Carpentier, Eliseo Diego, Fina García Marruz y Cintio Vitier, Juan Pérez de la Riva, Roberto Fernández Retamar (quien fuera su profesor en la universidad), Manuel Moreno Fraginals, Julio Le Riverend, Armando Hart, Eusebio Leal y otras más que harían muy largo el listado.
Se dice rápido y fácil, pero sesenta años de labor ininterrumpida en distintas áreas de la Biblioteca, es una experiencia extraordinaria, una vida entera, que ella ha contado fragmentariamente en textos testimoniales y entrevistas, y que concitan la idea de una lealtad a la institución que va más allá de las palabras, pues hay mucho de emotividad en ese vínculo entre ella y la Biblioteca Nacional. Allí conoció a Julito (Julio Domínguez, periodista), su compañero en la vida, vio surgir la Sala Martí, creó los repertorios bibliográficos más importantes de su obra (en ocasiones a cuatro manos con su hermana Josefina, también bibliógrafa de reconocimiento), los que justamente la convirtieron con el paso del tiempo en la principal bibliógrafa del país.
Conocí a Araceli hace poco más de treinta años, cuando laboré por primera vez en la BNJM (1990-1992). La amistad que surgió entre nosotros y se consolidó con el tiempo, me permitió agilizar mi conocimiento de la institución y de muchas zonas de la cultura cubana. Fui asiduamente a su cubículo y allí sostuvimos innumerables conversaciones de diversos temas. La Revista de la BNJM, de la que fui entonces su Jefe de Redacción, fue uno de esos temas dominantes, porque Araceli desbordaba devoción por la publicación (a la que llamó en afortunada frase “una enciclopedia de la cultura cubana”) y era colaboradora frecuente de la misma. Ahora, pasadas tres décadas, hacemos equipo al dirigir la revista y ser ella su Jefa de Reacción.
Gracias a ella conocí a muchas figuras centrales de nuestra intelectualidad, cosa que le agradecí en su momento y agradeceré por siempre. Con muchos de ellos, debido a su introducción, forjé lindas amistades, pues uno de los mejores rasgos de la personalidad de Araceli es su capacidad de servir y entregar todo lo que ella posee, ya sea su capital intelectual o sus múltiples amistades, ser mujer-puente. Recuerdo que hicimos a cuatro manos un compendio de los hechos más importantes de la década de los sesenta del siglo XX (aún inédito) y también juntos organizamos diversos eventos y números de la Revista.
La permanencia por tres años en la Biblioteca Nacional José Martí a inicios de los noventa resultó, para mí, una estación de reorganización vital y en ese proceso conocer a Araceli García Carranza fue sencillamente cardinal. Amiga sincera de las muchas personas que la conocen, me sumé a esa legión con provecho y placer, amistad que perdura hasta el presente. Fue muy satisfactorio para mí leer una ponencia sobre su vida y obra en el espacio El autor y su obra, que se le dedicó en 2020 en la propia institución, organizado por el Instituto Cubano del Libro.
Legítima continuadora de figuras antológicas de la bibliografía cubana como Antonio Bachiller, Carlos Trelles y Fermín Peraza, entre otros, en la Biblioteca Nacional, Araceli prestó ayuda a incontables, miles de estudiantes, investigadores, visitantes extranjeros y cualquier necesitado de su experticia en la cultura cubana y sus documentos.
De igual manera, esas seis décadas laborales fueron el espacio temporal en el que Araceli mostró su fibra de luchadora ante la adversidad, pues perdió en el transcurso a su esposo y compañero de toda la vida, y a su hermana, también ambos trabajadores de la Biblioteca Nacional. Su firmeza y resistencia personal a los golpes vallejianos la encontraron sufrida, pero batalladora, y ahí siguió en su puesto de trabajo.
También en la institución comenzó su valioso trabajo de colaboración e indización en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, en la que aún oficia como Jefa de Redacción y recibió las principales condecoraciones y reconocimientos por su trabajo que otorgan el Estado y el ministerio de cultura. El pasado año recibió la Orden Carlos J. Finlay, la más alta distinción que otorga el Estado cubano en el ámbito de las ciencias, la que se une a la Medalla Alejo Carpentier, la Distinción por la Cultura Cubana y el Premio Nacional de Investigación Cultural, entre otras.
Desde luego que Araceli García Carranza es una institución dentro de la Biblioteca Nacional de Cuba, sólida, vital y permanente como su propia vida.
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