Árboles devocionales en Cuba. Atisbos sobre una arbolaria mística-tradicional


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El monte como espacio sagrado y especialmente el árbol, han sido reverenciados durante siglos por los más antiguos pueblos del mundo. En la Mayor de las Antillas, existe un conocimiento místico heredado de antiguas tradiciones y celosamente guardado en la memoria popular, en el cual se combinan propiedades curativas y mágicas, de lo que bien pudiera llamarse una flora devocional cubana. Aquí determinados árboles se han tratado con marcados sentimientos de respeto, veneración y solemnidad religiosa.

 

En el árbol se manifiesta ese carácter cíclico de la vida, revelado en la filosofía de diversos pueblos del mundo. La misma concepción simbólica del árbol, ha dejado huellas en numerosas ideas cosmológicas, antropogénicas, religiosas y mitológicas, pues de todas las creaciones de la naturaleza, ésta tiene el privilegio de caracterizar, en su visión metafísica, el lugar donde se relacionan el Universo y la especie humana. Así llega a ser el árbol alegoría plenamente identificable con una concepción universal, que “se ha representado con diversas variantes en las más antiguas tradiciones mitopoéticas de varias civilizaciones: Árbol del Mundo (1); Árbol de la vida; Árbol de la fecundidad; Árbol del conocimiento; Árbol de la ascensión; Árbol del cielo; Árbol Místico; Árbol Chamánico; Árbol de la muerte (2); Árbol del centro y otros, convirtiéndoles en mitologemas que como puente natural, tienen la capacidad de unir la pequeñez del hombre en lo bajo, con la sublime inmensidad de sus dioses en lo alto” (1). De ésta manera, por medio del símbolo y sus alegorías llevados a sus concepciones más universales, se nos acerca a aquellas filosofías místicas de cuando se creía, que el alma del hombre y el alma del mundo, tenían la misma esencia. 

 

Son en realidad tradiciones que datan de las más antiguas culturas de la humanidad. Para uno de los panteones más tradicionales del antiguo Egipto, los dioses tenían su asiento en un sicomoro, según ellos, dos de estos árboles franqueaban la puerta oriental del cielo, por donde el dios sol salía cada mañana. El concepto del Árbol del Mundo estaba presente en el Jardín del Edén al cual se refiere la Biblia, y era tradición común al judaísmo, al cristianismo, al islamismo y a muchas de las religiones africanas. En la región de Canaán, fue símbolo de la fertilidad. En la antigua Persia, existía un árbol de frondosa copa, donde acudían los creyentes a orar bajos sus ramas, allí practicaban ceremonias, quemando incienso y colgando objetos de sus ramas a modo de tributos. De la misma forma que se hacía con la “Kigelia africana, un árbol especialmente productivo, en muchas creencias religiosas de las regiones áridas del África occidental, con sus grandes frutos leñosos, semejantes a enormes bolsas que penden del extremo de largos tallos y que para ellos constituyen la imagen de la fertilidad. Las madres con hijos pequeños cuelgan de sus ramas tiras de tela para pedir protección a su familia, y la apariencia de sus frutos, semejantes a órganos reproductores masculinos, se ha interpretado por el imaginario popular en facultades sobrenaturales, favorecedoras de la procreación” (3).

 

En la India, en muchas regiones rurales, “la adoración de la naturaleza era una antigua tradición, allí cada forma de vida se considera sagrada. Entre los pueblos primitivos existía la idea general, que el elemento divino estaba presente activamente en lugares de belleza natural. Los árboles eran sagrados para los antiguos tamiles. Para ellos eran la morada de los espíritus y los dioses, por lo cual creían que el carácter sagrado de los seres vivos y los objetos inanimados, garantizaba su seguridad y perduración. Muchas aldeas apartadas santificaban las tierras para obtener el favor de los vanadevatas, los espíritus de los árboles. En algunos bosques toda la vegetación era considerada sagrada y era objeto de culto” (3).

 

Apuntes sobre una flora devocional cubana

 

Lo que bien pudiera llamarse una flora devocional cubana, ha sido celosamente guardada en la memoria popular. Transmitida de bocas a oídos por generaciones. Conocimiento protegido por el secreto en épocas de intolerancia y persecuciones; favorecido por la discreción en tiempos de obcecación y fanatismos; para finalmente abrirse al conocimiento popular, aunque invariablemente envuelto en los coloridos velos de un folclor populista tradicional, porque siempre y durante todo el desarrollo de la especie humana, este tipo de instrucción hubo de transmitirse investido del ropaje del dios de cada época.

 

Ninguna de estas plantas ha sido seleccionada al azar, ni una sola de ellas se destina por capricho, a cumplir determinada función en una ceremonia, o en un proceso de sanación. Si no se escoge la planta adecuada, no se recolecta, o no se utiliza de la forma precisa, los resultados de seguro no serán los mismos. “En esta selección hay una sabiduría profunda y ancestral, capaz de clasificar y determinar con precisión la especie vegetal y variedad adecuada para cada caso. Una proverbial cognición que no llegó a Cuba en ningún libro, sino que cierta parte de ella, posiblemente ya estuviese entre los conocimientos iniciáticos de los behiques indocubanos, las tradiciones de los primeros colonizadores y más tarde entre los babalawos, que llegaron con los esclavos africanos a las costas cubanas” (4). Arrancados estos africanos con violencia de sus tierras y familias; desembarcados y vendidos como bestias; desnudos, hambrientos, sedientos, enajenados y traumatizados por tal experiencia; desesperados clamando a sus dioses, traían entre ellos algunos pocos de sus sacerdotes. Ninguno sabía leer ni escribir, no poseían libros, ni libretas donde estuviesen recogidos númenes y deidades, ni los múltiples detalles de sus objetos sagrados, meticulosos ritos y ceremonias. Todo venía dentro de ellos y fue depositado allí por medio de un procedimiento ancestral, que ha funcionado por siglos, de la misma manera para todas las culturas del mundo: la iniciación mística. Cada padre de los secretos (babalawo) había recibido sus conocimientos por ésta vía, así los transmitieron después y de esta manera han llegado hasta nosotros.

 

En Cuba, los verdaderos iniciados en las místicas religiones afrodescendientes, conocen que se debe pedir permiso para entrar al Monte. “Allí para muchos ha de llevarse a cabo el intercambio de signos y fuerzas, entre el mundo de los espíritus, el de los dioses y el de los humanos”. Así lo consigna el investigador cubano Carlos Espinosa Domínguez, al retomar un trabajo publicado en 1947 por la ya citada Lydia Cabrera (5-367). Entre las líneas de pensamiento mágico-religiosas, aún vigentes en La Mayor de las Antillas, hay algunas que tienen por costumbre, no solo solicitar permiso a los dioses del monte, sino también llevarles tributos, que han de ser equivalentes a la importancia y el valor material del servicio que se ha de solicitar.

 

Sobre “temperamentos” y “costumbres” herbóreas

 

Es conocido que cada árbol y planta, poseen una forma propia de existencia que los humanos debemos respetar, para obtener de ellos máximo provecho. Son seres vivos. De la misma manera que poseen una sensibilidad propia, muchos creen que algunos tienen también su propio temperamento, así como ciertos “antojos” y exigencias particulares. “Los más antiguos textos sagrados del mundo, establecían verdaderos rituales relacionados con la recolección de las plantas medicinales. Según ellos, solo podían ser acopiadas por un hombre puro y religioso, que antes haya ayunado como es debido” (5-384). La experiencia y sabiduría populares, así como los mitos y leyendas nos hacen ver, en medio de sus símbolos y alegorías, como si hubiese toda una naturaleza secreta de las plantas, en medio de la cual existiesen peculiares temperamentos y costumbres herbóreas. “En la India se cree, que cada árbol tiene ‘caprichos’, como los tienen las mujeres embarazadas. Los hay que disfrutan del roce de una mujer hermosa. Regocijo que asegura su floración, incluso fuera de temporada. Los hay que desean profundamente, el puntapié de una mujer bonita con pulseras de colores en sus pies, luego de danzar delante de ellos; otros anhelan un sorbo de vino de la boca de una hermosa doncella; no pocos reaccionan ante un abrazo, o tan solo la mirada de una adolescente; la música, el baile, las bromas, o tan siquiera, una sonrisa sincera” (5-387).

 

En Cuba, hay árboles a los cuales se debe conocer sus “caprichos” para tratar con ellos. La investigadora Lydia Cabrera refiere que “al “palo guachinango” y a la “cuaba”, que son palos muy buenos para confeccionar resguardos, hay que engatusarles para finalmente apoderarse de ellos por sorpresa, luego de muchas contemplaciones y chiqueos; al palo “jurbana”, precioso por sus poderes, es muy asustadizo y hay que ganárselo a fuerza de mimos; el “bejuco madrina” o “traba camino”, es temible si se le pisa, aun sin querer” (5-385). Muchos refieren que al caisimú, anti-inflamatorio por excelencia, tanto en infusión de sus hojas, como por contacto con ellas, se le obtienen mejores beneficios, si antes de recolectarle, se mantiene una de sus hojas (aun en su rama) entre las palmas de las manos, y se explica al árbol por qué se arrancan, así como el uso para el cual se van a tomar. No hay que hablarlo, tan solo con emitir con humildad, en forma de petición estos pensamientos, la planta “comprende” y potencia sus poderes sanatorios. También tenemos árboles extremadamente sensibles, en La Mayor de las Antillas, como el “piñón de botijo”, el cual contiene una savia espesa y blanca como la leche, que se convierte en rojo sangre si a su tronco se le da un tajo el Viernes Santo (5-386). Se considera por muchos como un árbol sagrado, de la misma forma que lo son: la ceiba, o la siguaraya.

 

Muy pocos conocen que existen en varias localidades de Cuba, grupos de practicantes y seguidores de las más diversas líneas de pensamiento devocional, con sus propias costumbres tradicionales, entre las cuales el elemento divino está presente en un árbol, al cual se rinde culto. Como ocurre en otras partes del mundo, cada comunidad posee su propia cultura específica y su propio árbol determinado.

 

El Jagüey sagrado de Abreus (5-387)

 

A orillas del río Damují, en un pequeño pueblo edificado en el Realengo de San Segundo de Abreus, en la provincia cubana de Cienfuegos, se originó hace ya mucho tiempo una leyenda local, relacionada con el surgimiento de la Laguna del Jagüey del Güije. Es un pequeño asentamiento rural conformado por familias negras de antiguos esclavos, que pertenecían a dotaciones de ingenios azucareros de la localidad. “Narra que había en este lugar una Madre de Aguas, mitad majá y mitad mujer con senos voluptuosos, o con cuerpo de majá y cabeza de gallo, que llegó desde el río Damují para enrollarse hasta formar la laguna y hacer nacer el Jagüey, donde habitaría para ser adorada” (5-387). Como quiera que en todo este territorio abundaban entre sus pobladores muchos seguidores y practicantes de los más variados cultos sincréticos de origen afrodescendiente, el mencionado árbol fue convertido en sitio de peregrinaje, ofrendas y rituales. “Su tronco fue reverenciado y a sus pies, no solo se realizaban toques de tambor para comunicarse con los dioses, sino también sacrificios de animales, comida, flores, frutas, dinero en centavos, así como jícaras con aguardiente” (4-388). Mas no es la única localidad cubana donde se adora a un árbol exclusivo y particular.

El almácigo sanador

 

Un viejo sanador criollo atendió durante mucho tiempo a sus pacientes, utilizando un almácigo ya más que centenario, para realizar sus curaciones. “Todos los viernes, bajaba desde las montañas de Puerto Boniato en las cercanías de la ciudad de Santiago de Cuba, hasta un sitio llamado Alturas de Quintero, en los límites de la ciudad, donde le esperaban los dolientes bajo el vegetal milagroso. Allí mediante el mismo procedimiento, se curaban: asma, hemorroides, afecciones renales y presión alta. Ninguna otra enfermedad se trataba en este espacio sagrado” (5-6). El sanador, comenzaba su procedimiento mediante rezos y oraciones a entidades divinas, como: la virgen de la Caridad; santa Bárbara, san Rafael y otros, al mismo tiempo que “excava con la uña del dedo cordial de la mano derecha en la corteza del almácigo, hasta obtener resina suficiente como para formar, en la palma de esa propia mano, una pequeña bola, luego, con una tijera que su paciente ha debido traer consigo y se llevará al irse, corta un mechón de pelos, de la cumbre de la cabeza de éste, lo une con la resina, e incrusta el conjunto en el agujero antes excavado en el tronco de la planta” (5-6). En este caso el sanador trata de traspasarle al árbol, la enfermedad, sin dejar de rezar en oraciones y letanías. “Cuando la curación no se produce, al menos se ha logrado mejoría del doliente. El actuante asegura no haber cobrado nunca por sus servicios. Sus pacientes le entregan como donativo lo que puedan, si tienen y quieren hacerlo” (5-7).

 

El Árbol de Oggún

 

Es reportada la existencia de un árbol reverenciado, en el actual central azucarero René Fraga, municipio de Agramonte, provincia de Matanzas. Le llaman “El árbol de Oggún” y allí un grupo de devotos han distribuido en varios “pisos” toda una serie de objetos de culto: “uno superior, donde reposan las calaveras de los últimos siete esclavos del Central; más abajo, una capa de garabatos* que abren caminos; en el tercer nivel, enormes cadenas de hierro que los creyentes fijaron al árbol, por medio de clavos ferroviarios […], de tales cadenas penden patas de carneros y otras ofrendas de animales sacrificados en las celebraciones de cada 24 de junio” (6-380). Tal y como lo hicieran en su tiempo los seguidores de cultos arbóreos, de las más antigua civilizaciones, este grupo de creyentes, posee su propio árbol de adoración. En este caso particular, el sincretismo de nuestra religiosidad popular aflora viviente, en el “estrato inferior que consiste en las pequeñas rutas que forman las raíces…, en una pequeña galería a cuya entrada estaba Eleguá. En otra…, se aprecia una santa Bárbara, cuya torre rota, mostraba los efectos del tiempo sobre el yeso. En una tercera cavidad, se aprecia la figura de san Lázaro o Babalú Ayé…” (6-238). 

 

Hay claras denotaciones de “árbol sagrado” para este grupo social, cuando se cuenta la anécdota, de un capataz que tuvo el Central en tiempos pasados, quien ordenó a un tractorista utilizar su máquina para desenterrarlo y se dice que Oggún lo castigó privándole del juicio” (6-238), debido lo cual fue encerrado en un sanatorio. Mas es de señalar la importancia de “otro árbol, plantado a unos doscientos metros de este. Al pie de su fuste, los creyentes depositan ofrendas en honor a Changó […]. Se trata de una Ceiba” (6-381).

 

 

La Ceiba, como árbol bendito

 

En Cuba la Ceiba (Ceiba pentandra), suele adornar con frecuencia parques y jardines de las ciudades. Muchos le ven como un árbol protector, al cual se le atribuye la propiedad de brindar fuerza a quien se bañe bajo su sombra. “No pocos aseguran que por sus cualidades es respetada por el rayo, lo que la hermana en esta creencia con el baobab africano y se tiene como superstición, que recibirá un fuerte castigo quien la corte. Tal vez lo que más impresione de este árbol, es que en ocasiones su tronco presenta rostros, sexos y otros rasgos humanos perfectamente delineados, configurados al detalle por la propia naturaleza, como queriendo advertir a todos de su proximidad al hombre y su carácter sagrado. Cuenta una leyenda, que los indocubanos bailaban en derredor de su fuste, pues aseguraban que representaba al sol. Actualmente, muchos consideran a éste árbol, es el más importante de toda la flora utilizada en los cultos mágico-religiosos cubanos” (7).

 

Dentro de las líneas devocionales de origen afrodescendiente, la Ceiba es árbol bendito. Iroco, para los seguidores y practicantes de la Regla de Ocha. Para ellos, no solo es habitáculo de entidades sagradas, sino que también, su fuste “se abrió para acoger en su seno a la virgen María, cuando estaba fugitiva con el Niño Jesús en brazos, cubriéndose de espinas para protegerles, por lo cual su madera es sagrada. Su tronco se abre una vez al año, para todos aquellos que tengan el privilegio de verlo” (6-386).

 

Para algunos, quien tenga la osadía a pisar su sombra sin permiso, o tomar de sus hojas sin pagar tributo (poner monedas en el tronco), recibirá un castigo. Y “es de los creyentes conocido que, todo aquel se atreva a cortarla, morirá. De la misma manera, entre los requisitos fundamentales para sembrar una Ceiba, debe tenerse en cuenta después de la excavación, que es preciso el enriquecimiento con tierras de varios lugares distintos dentro del hueco, cantar los ensalmos adecuados y verter suficientes monedas, entre otros elementos, todo lo cual debe realizarse el 16 de noviembre, día de Aggayú. A partir de su desarrollo, hay que atenderle y venerarla, porque según la tradición, de este árbol dependerá la salud y la suerte de su sembrador” (7). Lydia Cabrera, en su obra El Monte, nos dice: “es invulnerable al fuego y al huracán, un trocito de su madera protege a quien lo lleve, no solo del mal de ojos, sino de todo daño posible…” y asegura esta investigadora cubana: “no existe guardiero más seguro que un gajo de Ceiba, para impedir que los espíritus errantes entren y se instalen en las casas. Una cruz formada con uno de sus tallos, se fija detrás de la puerta para apaciguar la vivienda en la cual se oyen de noche ruidos indefinibles y misteriosos, pues la Ceiba desaloja y mantiene alejados a los espíritus intrusos de tal manera que no se atreven a volver…”

 

Entre las comunidades descendientes de la etnia arará, según testimoniaba la princesita Francisca Quevedo (1922), al llegar a Cuba ellos escogen la Ceiba como árbol sagrado porque se parecía mucho al que tenían reverenciado en su tierra. Aun “se le denomina Loko en lengua ewé-fon y sirve de refugio a deidades en peligro, como san Lázaro. Aunque también, por otra versión le tenemos como Iggi-Olorun, que es Árbol de Dios en la lengua de los ewé-fon. Para otros la Ceiba, es donde vive el fodú Arému, una deidad muy identificada con Obatalá lucumí, que aquí sustituye al Baobab africano. A su lado pernocta Yemmú. Para ellos, la Ceiba fue el único árbol que el diluvio respetó y el primer morador del preciado vegetal fue Changó, el Hebioso arará. Otro numen que vive en esta alta residencia del monte, es Bóku: de la misma manera, otros ararás afirman que también Obbá-Lomi, una diosa muy antigua, es habitante de este árbol sagrado. En los rituales congos, se le conoce como Congo Azueca. Los ararás consideran que, a quien dañe o corte una Ceiba, tendrá el castigo eterno de Oloffi” (7). En realidad, sobre la Ceiba en Cuba, pudiera escribirse todo un tratado multireligioso, pues son muchas las líneas de pensamiento devocional que le tratan con sagrado respeto y rinden tributo.

 

El culto a los árboles y el alma del mundo

 

Aunque el culto a los árboles va desapareciendo con la modernidad, y la veneración de ciertos árboles o bosques, ha quedado solo en algunas tradiciones locales. Hay símbolos que persisten en el lenguaje y tradiciones culturales, que nos muestran esta extraordinaria relación entre el pensamiento humano y el mundo forestal. Bajo todas las formas de la casi infinita diversidad con la cual se nos presenta la naturaleza, da la impresión que subyace una esencia común a toda creación viviente. Un principio único y universal que tiende a particularizarse por cada grupo humano, tal vez para sintonizarse mejor. Comunicación que unos buscan a través de la devoción y la fe religiosa; otros en función de una mejor filosofía de vida; otros, tratando de lograr el mejoramiento espiritual; y algunos otros en función del disfrute de la búsqueda y el conocimiento. Así se nos descubren e interpretan estos perfiles sobre una arbolaria espiritual, mientras más nos adentramos al conocimiento de estos y otros árboles devocionales en Cuba. Como si este mundo vegetal persistiese en indicarnos, una y otra vez, que el alma del hombre y el alma del mundo, poseen la misma esencia.

 

 

* Rama con forma específica que en Cuba tiene uso práctico para agrupar la yerba, cuando es cortada con machete. Herramienta usada por los antiguos esclavos africanos y en este caso, está utilizado como objeto litúrgico.

 

 

 

Bibliografía

(1) El árbol del mundo en el imaginario cubano. Artículo. Gerardo E. Chávez Spínola. Col. Del Imaginario Popular Cubano. Portal web CUBARTE. Fecha: 2013-05-28.

(2) Apuntes de una flora embrujada. El árbol de la muerte. Artículo. Gerardo E. Chávez Spínola. Col. Del Imaginario Popular Cubano. Portal web CUBARTE. Fecha: 2013-06-04.

(3) Espiritualidad y ecología de los bosques sagrados en Tamil Nadu, India. Artículo. P.S. Swamy, M. Kumar y S.M. Sundarapandian. Depósito de documentos de la FAO. http://www.fao.org/docrep/005/y9882s/y9882s13.htm#TopOfPage

(4) Aproximaciones a una flora devocional cubana. Artículo. Gerardo E. Chávez Spínola. Col. Del Imaginario Popular Cubano. Portal web CUBARTE. Fecha: 2013-08-20.

(5) Psiquiatría y religiosidad popular. Dr. Alberto Cutie Bressler. Ed Oriente. Santiago de Cuba. 2001. ISBN 959-11-0302-6.

(6) Con la bendición de todos. Valentina Porras Potts. Ed. José Martí, Instituto Cubano del Libro. Colección Fe. La Habana, Cuba. ISBN 978-959-09-0675-6.

(7) Simbolismo de la ceiba en el folclor cubano. Artículo. Gerardo E. Chávez Spínola. Col. Revelaciones. Portal web Cubaliteraria. 24 de marzo de 2014.


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