Recientemente la Unión de Escritores y Artistas de Cuba presentó un número especial de su emblemática revista La Gaceta de Cuba, que está cumpliendo 60 años, de conjunto con la colección digital de todas las entregas de la publicación.
Esta compilación, que abarca las ediciones correspondientes al período 1962-2019, fue realizada por la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y se encuentra en la biblioteca de la UNEAC a disposición de los interesados.
La Gaceta de Cuba fue fundada en abril de 1962 por el poeta Nicolás Guillén; aquellos más cercanos saben que el dúo Norberto Codina-Arturo Arango ha sido durante muchísimos años alma-corazón, y viceversa, de esta ”revista institucional que combinaba las indagaciones sobre lo más actual de la cultura cubana y, al tiempo, rescataba la memoria de figuras y procesos imprescindibles para comprender ese presente”, según palabras del propio Arturo, subdirector de la misma.
De Codina y él se ha dicho que son “tercer y cuarto bates”, término que sobre todo al primero, furibundo defensor del beisbol, le agrada mucho.
El Periódico Cubarte tuvo la dicha de conversar con el “bateador” Arturo Arango (Manzanillo, Granma, 1955) quien conectó varios hit y home-run directos y profundos en sus respuestas, algo que siempre ha caracterizado su desempeño intelectual.
—¿Por qué la edición 4 de La Gaceta de Cuba de 2019 se convirtió, en el 2023, en un número “especial”?
-El número 4 de 2019 lo trabajamos como uno más de la secuencia de La Gaceta de Cuba. Cuando se fue a hacer la entrega a imprenta nos enteramos de que no había papel. Tanto la crisis que comenzó en 1991, el llamado Período especial, como esta que vivimos hoy, comenzaron con la desaparición del papel. Esa coincidencia mueve mi curiosidad insatisfecha.
La posibilidad de que se diera pronto la opción de imprimir ese número y continuar normalmente con nuestro trabajo se fue posponiendo, haciéndose cada vez más quimérico. Hasta que Norberto Codina, el director de la publicación y yo, pasaditos ya de los 65 años, decidimos jubilarnos. Éramos, en plantilla, el equipo de la revista. Las demás personas, queridísimas, imprescindibles, eran contratadas número a número.
Al acercarse abril del 2022, fecha en que La Gaceta cumpliría sus sesenta años, por gestiones de Alberto Marrero, presidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC, y una persona que cree en la necesidad de la revista, surgió la esperanza de que pudiera imprimirse.
En principio, comenzamos a preparar otro número, con los materiales que teníamos en reserva, pero nos dimos cuenta de que tendríamos que rehacer ese equipo (no te sorprenderá que te diga que algunas personas ya no estaban en Cuba, o que estaban a punto de viajar) y la fecha del aniversario ya era muy próxima.
Entonces revisamos aquel que debió ser el de julio-agosto del 19, del que estábamos muy satisfechos. Rendíamos homenaje allí a Benny Moré y Santiago Álvarez, por sus centenarios, a la Casa de las Américas y al ICAIC por sus sesenta años, y, tristemente, a última hora incluimos un pequeño dosier de homenaje a Roberto Fernández Retamar, quien falleció cuando la revista estaba en proceso de diseño.
No se logró que esa revista existiera en papel el año pasado, pero ahora, ya, la podemos tocar. En resumen: las carencias convirtieron un número “normal” en un número “especial”.
—¿Cómo llegó usted a La Gaceta de Cuba? ¿Cuántos de los 60 años de vida de la publicación usted trabajó en ella?
-Comencé a participar más activamente en La Gaceta alrededor de 1992 –lo había hecho ya de forma regular desde fines de 1986, cuando se rediseñó integralmente e integré su consejo editorial. Un año antes, por sucesos que no voy a contar aquí y que fueron de mi absoluta responsabilidad, dejé de ser el director de la revista Casa de las Américas.
De inmediato, me reintegraron al Consejo Editorial de la revista. Desde fines del 91 mi nuevo trabajo fue en el Departamento de Divulgación del Centro Provincial de Cine de La Habana, donde no había mucho que hacer.
Perdóname ahora que sea anecdótico, pero es imprescindible.
Vivo en Cojímar, iba en bicicleta hasta El Vedado (la oficina estaba ubicada, primero, en el cine Trianón, y más tarde en el 23 y 12) y te imaginarás que sin almorzar no hubiera resistido pedalear unos 30 kilómetros en el día, en una bicicleta que pesaba sus buenas 75 libras.
El comedor de la UNEAC era de los pocos que sobrevivía, y Leonardo Padura, por ese entonces jefe de redacción de La Gaceta, tuvo la generosidad de cederme sus tickets. Así que fui mezclándome poco a poco con el trabajo de la revista, porque mi amistad con Norberto data de 1971, y con Padura de 1975, de forma que lo que hacíamos era, entre amigos, entre cómplices, pensar la forma de organizar esos materiales que nos llegaban.
Por supuesto, hay otra circunstancia personal también necesaria para comprender esta historia: soy, por vocación y por formación, revistero. Desde muy temprano me vinculé con El Caimán Barbudo. Allí, junto a otro queridísimo amigo, Bladimir Zamora, publiqué en casi todos los números de los años 75 y 76.
Nos invitaban, incluso, a las reuniones de redacción de la revista. En algún momento, comenzamos a tener diferencias con algunos miembros de esa redacción, pero luego ingresaron en ella otros amigos: Víctor Rodríguez Núñez, el mismo Padura y Alex Fleites. Mientas trabajé en Casa, de 1982 a 1991, me sentía más cercano a las preocupaciones de El Caimán.
En esos años, también fue fundamental para mí conocer a Ambrosio Fornet, quien se había hecho cargo de la Revista Universidad de La Habana. Sobre todo con Víctor, solía visitarlo en su oficina del departamento de Extensión Universitaria, donde Pocho nos trataba con un respeto admirable, pero era un respeto que puedo calificar como pedagógico, porque a la vez que nos aceptaba o rechazaba un texto que íbamos a entregarle, nos explicaba las razones de sus decisiones y también cuestiones relacionadas con el perfil de la publicación, con sus expectativas, con el corpus cuyo análisis quería jerarquizar.
Al graduarme de la Escuela de Letras y de Artes (así se llamaba cuando matriculé en ella, en octubre de 1973), fui a vivir y trabajar en Matanzas, donde me nombraron algo así como director o jefe provincial de literatura. Debía atender los talleres literarios, los círculos de lectura, a los escritores más establecidos, y los boletines que se hacían, en mimeógrafo, en muchos municipios. Con Luis Llorente, Aramís Quintero y otras personas cercanas, y el apoyo de la Dirección Provincial de Cultura, fundamos la Revista de Matanzas.
La imprimíamos de manera muy precaria, en una imprenta que, hasta ese momento, se ocupaba de invitaciones, programas para el teatro Sauto o la Casa de Cultura. Tuvimos incluso que convencer a algunos operarios que pensaban que era imposible hacer allí una revista y también los libros que dieron nacimiento a Ediciones Matanzas.
Esa pequeñísima, rudimentaria experiencia, la tuvo en cuenta Retamar cuando me invitó a trabajar en Casa de las Américas. La Casa fue, como comprenderás, mi gran escuela.
En el texto en que rindo homenaje a Roberto, en ese número especial de La Gaceta, recuerdo que él era un maestro a tiempo completo. Era poseedor de una cultura enciclopédica y muy bien estructurada, y compartía ese saber constantemente, de manera natural.
Estaba, además, la institución. Si durante mis estudios universitarios conocí la importancia que para la cultura cubana tenían revistas como Bimestre Cubana, Avance, Orígenes, Ciclón…, en la Casa no solo tenía a mi disposición una biblioteca extraordinaria sino que recibía en mi oficina las principales publicaciones periódicas del Continente.
Comprenderás entonces que no tenía más remedio que vincularme a La Gaceta, con la que había adquirido un vínculo más fuerte cuando Norberto se estrenó como director en abril del 88. Entonces, lo mismo lo ayudaba componiendo en la computadora de Casa los titulares y bajantes, que con consultas puntuales. Vuelvo al comedor de la UNEAC, a aquellos almuerzos que compartía con Pepe Rodríguez Feo, con Antón Arrufat, con Rine Leal, con Luis Agüero, entre otros. Cada vez más me fui inmiscuyendo en el trabajo de la revista, hasta que Norberto y Padura me propusieron que ingresara oficialmente en el equipo.
En un primer momento estuve contratado, y mantuve mis labores en el Centro Provincial de Cine, pero ya, cerca de 1995, pasé a estar a tiempo completo en La Gaceta. En los primeros números, Padura aparecía en el machón como jefe de redacción y yo como editor, hasta el día en que él mismo le hizo notar a Norberto que los dos hacíamos lo mismo. Entonces hubo dos jefes de redacción y ningún editor. Algo así como dos tenientes sin tropa, porque nosotros mismo hacíamos las labores de esa tropa.
Tendría que revisar la colección (o preguntarle a alguno de ellos dos) para precisar en qué momento Padura decidió dedicarse solo, o principalmente, a escribir (me dice Norberto que se despidió en diciembre de 1995, que el número seis de ese año fue el último en que trabajó).
En lo sucesivo, seguimos haciendo la revista entre amigos, dentro de ese grupo en “alta tensión intelectual”, como escribió alguna vez Pedro Henríquez Ureña a propósito de las revistas culturales, en un párrafo que a Norberto le gusta citar (llegamos a imprimirlo y pegarlo en la puerta de nuestra oficina).
Esos equipos sucesivos trabajaron siempre de forma muy orgánica, comprendiendo muy bien el perfil y las necesidades de la publicación: una revista institucional, que combinaba las indagaciones sobre lo más actual de la cultura cubana y, al tiempo, rescataba la memoria de figuras y procesos imprescindibles para comprender ese presente.
Creo que ahí se sintetiza lo que intentamos hacer durante esas décadas. La inserción en el equipo de jóvenes con miradas y necesidades distintas, incluso con formaciones muy diferentes a las nuestras, nos permitió, pienso, no anquilosarnos, continuar siendo una publicación viva, necesaria. Y cuando te hablo del equipo me refiero a todos, sin excepción: desde Norberto y yo (a quienes, en una presentación, Omar Valiño nos calificó como “tercer y cuarto bates”) hasta quienes se encargaron del diseño y la composición tipográfica, o las sucesivas secretarias. Evito nombrar porque te imaginarás que en treinta años la lista se nos hizo larga.
—¿Cuál es el futuro de La Gaceta de Cuba? ¿Tiene futuro?
“Esta última pregunta es la más difícil de responder. A mi juicio, el sentido común impondría que La Gaceta de Cuba tenga futuro, pero, como sabemos de sobra, no siempre el sentido común y la realidad van de la mano.
Hoy, lo cierto es que imprimir esta “especial” fue difícil (a juzgar por la incertidumbre en que vivimos hasta un día antes de la presentación), y se hizo una cantidad de ejemplares infinitamente inferior a lo habitual. ¿Habrá papel, dentro de dos meses, de un año?
El equipo, hoy, no existe. Supongo que, en medio de estas incertidumbres, es imposible ofrecer a alguien que la dirija y que busque a quienes deben ser sus compañeros de viaje.
Queda la alternativa de que sea digital. Para ello, hay un obstáculo material: la capacidad de los servidores, de los soportes, quizás también la obsolescencia de las computadoras que tuvimos. Y, de acuerdo con mi experiencia, una revista digital requiere de una concepción diferente. No es simplemente hacer un archivo pdf de aquello que se pensó para ser impreso. Esa revista, que puede continuar con un perfil similar o cercano, tendría que ser pensada para otra periodicidad, para otro tipo de textos. Pero estas no pasan de ser opiniones.
Nosotros nos creímos que hacíamos una publicación importante para la cultura cubana. Si desapareciera, tal vez estábamos equivocados. De una forma o de otra, si La Gaceta de Cuba desapareciera, alguien está equivocado en esta historia.
Fotos: Gisela González
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