La danza es una sola. Viene de la mano del movimiento y el sentir del hombre. Transformada en arte es un diálogo con los Dioses, desde el mismo comienzo de su desandar por la Tierra… Con los siglos alcanzó diversos apellidos, pero en definitiva todas desembocan en un mismo camino: el del hombre saliendo de sí mismo para “dibujar” en el espacio, un lenguaje silencioso, de gestos/expresión que todos podemos traducir porque es parte intrínseca de nuestro ser.
El fuerte espíritu de la danza desandó por una institución cubana para festejar desde las tablas una importante efeméride: el 180 aniversario de la más antigua de América Latina –aun en plena actividad-: el Gran Teatro de La Habana, otrora Gran Teatro de Tacón, que desde el año 2015 ostenta con orgullo el nombre de Alicia Alonso. Una Gala especial del Ballet Nacional de Cuba, llenó la escena, precisamente, todo el día de su onomástico (15 de abril), instante en el que dio inicio un período de celebraciones que se mantendrán por un año.
Un programa elegante, sobrio –donde el blanco y el negro-, las luces y las sombras, el lirismo y la buena energía emergieron del movimiento, de cada coreografía y cada cuerpo, tejió nuevamente recuerdos desde la emblemática escena, para seguir grabando una historia escoltada entre paredes, nombres, tiempo… De pronto, como convocando los fantasmas de tantos grandes que pasearon por sus tablas, apareció –tecnología mediante- el cuerpo de la Pavlova en la escena, bailando sobre las memorias de la mano de la coreografía de Daniel Proietto: Cygne que viera la luz en el pasado 25to. Festival Internacional de Ballet de La Habana. El conocido bailarín/coreógrafo del Ballet Nacional de Noruega, motivado en la temática de La muerte del cisne reflexiona en danza sobre los acentos creativos de Fokin, acerca de la vida y de su antagónica muerte, para regalarnos unos minutos de lirismo que nos hacen mirar atrás. Tecnología, poesía, música, luces e ideas rectoras se unieron en el Cygne, para seducir al auditorio, interpretado con pasión y medida por la juvenil Daniela Gómez y la niña Carolina Pérez González quien desprendió una espontánea ternura que junto a la bailarina matizaron la pieza de un halito singular.
La danza es una sola. Viene de la mano del movimiento y el sentir del hombre. Con los siglos alcanzó diversos apellidos, pero en definitiva todas desembocan en un mismo camino: el del hombre saliendo de sí mismo para “dibujar” en el espacio, un lenguaje silencioso, de gestos/expresión que todos podemos traducir porque es parte intrínseca de nuestro ser. Eso se sintió en la escena con la presencia de Invierno, coreografía de Ely Regina, inscrita en el Libro de Honor del GTH Alicia Alonso 2016. Dos grandes de la danza cubana: Anette Delgado/Dani Hernández regalaron un dialogo escénico de altura al vestir estas dos estatuas de hielo que se encuentran desde la soledad de su fría existencia, para convocar el amor en esos tiernos y cortos instantes en que la felicidad late adentro con una fuerza inmensa, que los hace vivir en escena y entregar unos momentos de pasión para luego regresar a su eterna inmovilidad. Virtuosismo, energía, frescura… aportaron los interpretes en esta pieza de sumo intimismo en el que se aprovechan al máximo las dotes técnico-interpretativos de los artistas.
Entre las obras que llenaron la jornada paso también Un concierto en blanco y negro, de José Pares que resulta un hermoso contrapunteo entre el ballet académico y la música del Concierto en Re Mayor para piano y orquesta de Haydn. Entre las característica que exhalan de dicha obra están la de ser uno de los más fehacientes ejemplos del neoclasicismo en la labor coreográfica nuestra, y que fuera bailado por vez primera por Alicia Alonso (1952). Ahora llego en la piel de una exquisita bailarina: Sadaise Arencibia, quien la permeo, además de su presencia –hermosa línea/elegancia- de un aire de locuaz armonía danzaría que llego a otros intérpretes: Laura Blanco, Claudia García, Bárbara Fabelo –acertadas en sus variaciones- y los jóvenes Raúl Abreu, Patricio Revé y Daniel Barba.
Con un estilo coreográfico abstracto que reposa en la técnica virtuosa aunque su nexo creativo es contemporáneo apareció, al final Oscurio, de la conocida creadora belga/colombiana Annabelle López Ochoa, también otro éxito del pasado 25to. Festival Internacional de Ballet de La Habana. Como en cada una de las creaciones de la singular coreógrafa que ha dejado sus huellas en más de 40 compañías del mundo, en esta vuelve a trabajar los detalles de manera muy estructurada y perfectamente alineados. La pieza, es sin duda, portadora de un enigmático magnetismo que llega desde el propio diseño escénico –imágenes reflejadas en el fondo del escenario-, la música de Raime, Michael Gordon que regala, además de la luces, un misterio que marcha en la misma dirección del título de la obra, el vestuario…, todo ello enriquece y realza la labor coreográfica… Y vuelve a echar mano de vocabulario que entremezcla las raíces clásicas con tonos actuales, amén de un concepto bien definido, y en el que sobresale una búsqueda de la línea, la plasticidad. La estrella Viengsay Valdés, plena en sus ejecuciones técnicas, tradujo al movimiento –de forma orgánica/natural- el decir de la coreógrafa junto al joven Ariel Martínez que poco a poco va ganando espacios en el BNC con su baile y carisma; Excelente pareja que estuvo secundada, de forma bastante coherente por el cuerpo de baile.
Sin dudas una noche especial que debuto sorprendiendo a los espectadores que llegaban al teatro y encontraron, desde la misma entrada, un aire colonial y diferente, dado por el vestuario de los ágiles trabajadores del GTH Alicia Alonso, que, ataviados como en la época de inauguración del mismo –trajes largos las damas, vuelos, bombines, bastones…-, daban la bienvenida augurando un espectáculo que rememorara el tiempo y convocara la memoria casi dos siglos atrás…
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