Bailarín y coreógrafo, Ramiro Guerra en su centenario


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Corría el 2006 y me asignaron la realización de un amplio proyecto fotográfico, relacionado con interiores de casas en La Habana con morfologías arquitectónicas y decorativas atípicas; en el guion inmuebles de varias personalidades de la cultura cubana, el arte y la ciencia.

Para mí todas fueron interesantes y en cada una encontraba motivos para recrear una estética a fin al modo de vida de sus propietarios. Entre ellos estaba un apartamento pegado al cielo del bailarín y coreógrafo Ramiro Guerra, ubicado en lo más alto del edificio López Serrano, en pleno corazón del Vedado habanero.

 

 

Fue la suerte y la dicha que me acompañaron una bella mañana del mes de septiembre del 2006. Primero porque alcancé a mirar La Habana de una altura nunca vista y segundo, por conocer personalmente a un artista de pequeña estatura, pero de una nobleza y talento inigualables en Cuba.

Un hombre que vivió con gran humidad, pero bien cerca del cielo por su grandeza demostrada en ese mundo maravilloso del arte danzario y coreográfico. Por eso se merece en su centenario todos los honores posibles.

 

 

Entre ellos están las fotografías que me permitió realizar en su humilde recinto, donde cada objeto decorativo tenía un significado vivencial único para él y conformaban un todo muy parecido a la escenografía de una película que espera ser filmada y donde el protagonista es su propia figura modernista. Él sigue allí, pleno, queriendo que el mundo lo pueda ver danzando, lo mismo en un teatro, una escuela o cualquier espacio donde el mundo sienta la magnitud de su arte y su única manera de ser. Un hombre que hoy merece ser homenajeado y recordado eternamente.

 

 

 


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