Es el año 1996. En el universo de la música popular bailable cubana es normal el surgimiento de una nueva orquesta, bien llegara de la nada o bien que fuera desprendimiento de alguna conocida en mayor o menor medida; en otros casos era la oportunidad para fundar un proyecto convocando a músicos conocidos y/o emergentes. Es una generación que se arriesga a buscar espacios para sus sueños y a expresarse para que el público bailador le premiara con su favor. Ciertamente, los estándares musicales de ese momento eran lo suficientemente altos y se exigía como elemento fundamental mostrar determinada originalidad. El concepto musical planteado, solo quedaba expresarlo de modo coherente.
La timba, aunque pocos se atreven a decirlo, tuvo su momento de darwinismo musical. La lista de los que quedaron por el camino es larga e implicó fuertes desgarramientos emocionales y musicales. Ella, como todo buen árbol expandió sus ramas y bajo su sombra se cobijaron algunos; el resultado fue diverso. Hubo quienes prefirieron imitar determinadas formulas en aras de llegar a mayor cantidad de públicos y no siempre lo lograron. Otros, los más osados, prefirieron apostar por la originalidad sin renunciar a los postulados básicos del movimiento musical. Tal es el caso de Lázaro Valdés Jr.y su banda Bamboleo.
Una particularidad de la música y los músicos cubanos, en general es su capacidad de adaptación a los diversos escenarios que se le presentan, a pesar de su conocida especialización en algún género o corriente. Si se hace una revisión concienzuda de la historia musical cubana se encontrarán los ejemplos más elocuentes de nombres destacados como pianistas que han logrado fama lo mismo como concertistas que en el rol de acompañantes o que han influido en su papel de músico de atril en una formación popular --me permito evitar las conocidas listas para evitar omisiones.
Lazarito Valdés, encaja en esta relación y entra en esta historia de modo particular. Proviene de una de las familias más influyentes dentro de la música cubana del siglo XX: los Valdés.
Atrás quedaron los años en que formo parte del grupo del cantante Héctor Téllez; entonces era un adolescente lo mismo que muchos de su generación que hoy admiramos; con muchas energías y deseos de destacar. Después vendría su paso por la orquesta de Pachito Alonso, periodo de madurez musical y estilística en que su cosmovisión de la música cubana gano en horizontes; hasta que decidió reunir a un grupo de amigos con intereses comunes y apostar por su propio proyecto al que nombró Bamboleo, con el que ha navegado a todo viento por veinte y cinco años en las aguas turbulentas de nuestra música. Literalmente quemó sus naves y apostó todo a la Timba; una música que de alguna manera le era cercana y a la que ya rendía culto.
Bamboleo se puede definir como una de las orquestas más progresivas dentro del universo de la timba y la música cubana en general; pero su impronta va más allá: dejo en manos de voces femeninas el peso de todo su trabajo. Primero en el dúo conformado por Haila y Vania en un principio, y después con el estilo muy peculiar de Tania Pantoja. Cantantes que impusieron un estilo de actuar y con una proyección escénica que ha quedado en el imaginario popular.
Bamboleo fue su plataforma de lanzamiento al futuro y esa apuesta se mantiene hasta el presente y ha influido en el resto de sus contemporáneos. No se percibe hoy una orquesta de música popular bailable en la que no haya una voz femenina que lidere una parte importante de su trabajo y su popularidad.
Pero hay más. Bamboleo es la primera agrupación cubana que fundirá su trabajo con una leyenda del R&B como el grupo Temptetion en uno de los discos que se pueden llamar icónicos en la historia de la timba y de la música cubana en general de los años noventa; demostrando el tronco común entre esa forma de hacer la música de los afronorteamericanos y la timba brava; esa que tiene de jazz, rumba y que se adereza con cucharadas de Funky y algo de soul.
Hay un Bamboleo que ha dejado en el jazz afrocubano su impronta. Una impronta en la que el fantasma de Irakere por una parte y el de Emiliano Salvador juguetean alegremente junto a otras influencias no menos importantes. Tal vez las dos influencias de mayor peso en ese género en los últimos cuarenta años tanto en el jazz como en la música popular bailable cubana.
Pero el Bamboleo más conocido y seguido es el que se mantiene fiel a la timba brava, esa que suena macho hasta la médula y que se transpira en cada una de sus presentaciones; el mismo que fue pionero en asumir elementos de la música urbana en su repertorio. Razón tuvo José Luis Cortés cuando aposto por su trabajo a fines de ese mismo año 96 al invitarlos al concierto De aquí para allá, celebrado en La Habana y que se puede considerar su gran bautismo de público en momentos que formar parte de las agrupaciones más populares y demandadas era harto difícil para los novatos
Este disco no es más que una parte de su prodiga carrera musical; en él se cuentan y resumen algunas de sus tantas vivencias musicales; esas que han caldo en el público tanto en casa como en otras latitudes; de esa leyenda que se ha creado entre sus seguidores que no dejan de exigir nuevos caminos. Es también la primera página de sus nuevas aventuras en las que no renuncian a una forma de decir y hacer la timba que no parece tener fecha de vencimiento, que se está renovando constantemente.
Lazarito Valdés sabe de estas cosas que hoy le estoy contando y de otras que él mismo nos dirá cuando lo crea oportuno y será la música el lenguaje más adecuado y universal para contarlas. En este fonograma nos adelanta alguna de ellas.
Solo queda por decir que Bamboleo; a pesar de los cambios lógicos que imponen la vida y la música, como orquesta timbera; sigue tan vigoroso como aquella lejana noche de 1996 en que fuera bautizada en el Palacio de la Salsa, consciente de que en cada puerto un bailador le espera.
Así es el mundo de la música: un constante reto a la vida, a la suerte, a la inmortalidad.
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