En nuestros días los diversos medios de comunicación han venido reflejando inquietudes de gran actualidad y no menos trascendencia en nuestra cultura.
La realidad de la vida cotidiana insular en el primer cuarto del siglo XXI es ciertamente tan complicada como diversa. Esa intensa complejidad sociocultural plantea cada día nuevos retos a la sociedad cubana, ya sea ante la demanda creciente del turismo internacional en sus viajes a la Isla, por el restablecimiento de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba; mientras todo sucede paralelamente a la inevitable inserción de la Isla en un escenario global signado por la mercantilización y el consumismo.
“Se vive un culto al presente, al instante, y en estos momentos de crisis de la cultura a nivel global, cada vez es más importante la historia” - afirmó el intelectual Abel Prieto recientemente en una amena charla con la que dio inicio el espacio “Cultura y nación: el misterio de Cuba” en la Sociedad Cultural José Martí.
A tenor con estas inquietudes se inauguró recientemente Fuerza y Sangre. Imaginarios de la bandera en el arte cubano, en esa edificación emblemática de El Vedado que es el Pabellón Cuba (actual sede de la Asociación Hermanos Saíz), y espacio por demás que proyecta un valor agregado, dada su significación histórico-cultural desde que surgiera en 1963 durante la época dorada de la arquitectura moderna cubana.
No menos substancial es señalar que a lo anterior se suma que las estructuras del Pabellón se abren hacia La Rampa ubicada en una vía principal de La Habana, por lo que invitan al acceso del público más extenso, a aquel que no necesariamente será un aficionado a las artes visuales o que no suele asistir a galerías y museos.
De modo que una de las cualidades a resaltar del hecho es precisamente el sitio seleccionado por los organizadores para la muestra. Otro aspecto cualitativo es la diversidad de generaciones de artistas, de manifestaciones (pintura, grabado, escultura, instalación, video), de técnicas disímiles y soportes indistintos que integran la exposición y fueron seleccionados por los curadores Daniel González, Isabel Pérez, Virginia Alberdi, Shirley Moreira y como asesor, Gilbert Brownstone.
La muestra colectiva donde participan 124 artistas cubanos con más de 90 obras, tuvo su motivo de inspiración en la historia patria desde varios homenajes: El aniversario 148 en que la Asamblea de Guáimaro adoptó la bandera; el 121 del desembarco por Playitas de Cajobabo de José Martí, quien llevara en su camisa la escarapela tricolor el día que cayó combatiendo por la libertad de Cuba en Dos Ríos; pieza que, por otra parte e igual modo, fue un eje motivacional para los curadores.
En este caso, como la escarapela original se hallaba en estado delicado de conservación, se encargó una réplica realizada por el artesano Ignacio Carmona, la que puede verse en una sala dedicada a José Martí en el Pabellón Cuba.
La presencia de la bandera en la gráfica cubana se observa a través de 65 carteles, así como también en cubiertas de revistas, y de anillos de tabaco (cedidos para la ocasión por la Sociedad Vitolfílica de Cuba). También se pueden apreciar obras de los grandes de la fotografía cubana: Raúl Corrales, Raúl Martínez, Korda, Liborio Noval, Raúl Cañibano, entre otros; quienes protagonizaron la fotografía de la épica revolucionaria.
En ese sentido, y sin caer en chatura alguna, hubiese sido más eficiente incluir textos que ampliaran al público sobre estos pasajes de nuestro arte, además de los fragmentos literarios que pueden leerse en las paredes del Túnel del Pabellón.
Como mismo, en ese panorama múltiple de artistas, obras y promociones diferentes se hubiese logrado también mayor amplitud en la panorámica mostrada, de haber sumado obras de otras etapas de la historia del arte cubano; por ejemplo, no se hallan fotografías y pinturas del siglo XIX e inicios del XX, donde aparece la insignia o se la revela de alguna forma creativa; si bien los espectadores pueden suponer las complicaciones que ese tipo de préstamos conforman en una exhibición fuera de colecciones permanentes adonde pertenecen (muchas de las piezas provienen de la Colección del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, a la vez que también fueron encargadas a los autores).
Desde luego que Fuerza y Sangre. Imaginarios de la bandera en el arte cubano muestra excelentes obras de nuestros mejores artistas. Aquí están la olla ennegrecida en la que Roberto Fabelo ha dibujado a su esposa, Suyú con la bandera, realizada para el Pabellón; la virgen mambisa de Manuel Mendive; el acrílico tan vívido como cromático donde nuestro Martí cabalga con la bandera, creación del nunca olvidado y ya desaparecido Vicente Rodríguez Bonachea; el cuadro de Aimeé García, titulado Ideal, caracterizado por la impecable delicadeza y originalidad de su creadora; el Gulliver de Reynerio Tamayo con esa mixtura única que logra al fusionar el humorismo, la caricatura, el comic y el arte pictórico; la obra Bajo 0 del 2016 de José Emilio Fuentes, Jeff, quien ha realizado una bandera con tubos de refrigerador totalmente congelados sobre un fondo de metal oxidado, mientras las luces causan el inevitable goteo del agua helada; o aquella otra pieza, que pudiera ser privativamente llamativa para coleccionistas hoy, en la que Kadir López exhibe la instalación de una cama, cuyas dos almohadas muestran las banderas de Estados Unidos y Cuba, mientras las luces de neón encienden las palabras american dream.
No obstante, en una muestra de esta índole, se apreció una escasa presencia del performance o de obras de arte con proyección participativa social, más allá de la performática presentada por el pintor Manuel López Oliva titulada Teatro de operaciones, y de una proyección anunciada de mapping de rostros que conformaban una bandera en el Hotel Habana Libre, pieza de Mauricio Abad y Yusnier Mentado. Hubiese sido más contemporáneo, por cierto, observar la inserción de ese tipo de creaciones donde el arte enriquece la vida social y viceversa, en ese entrelazamiento que solo los artistas logran, al explorar con creatividad las sutilezas e intensidades de conceptos dinámicos de la historia y la política, sin caer en didactismos innecesarios y claro está, a través de prácticas participativas.
Se sostiene en el panorama de nuestro arte un diálogo sumamente rico desde las artes visuales con su contexto, que genera una vitalidad desde sus referentes, como si de un caudaloso río se tratara, cuyas corrientes se hallan en la sedimentación y el inteligente pensamiento visual, capaz de transmitir lo mejor de la cultura artística a través de las centurias.
Desde el nivel de autonomía o independencia del arte, los creadores ofrecen a través de sus imaginarios, un tejido de significados riquísimos que permiten dar muy variadas lecturas a sus obras. De lo que muchas de estas nos hablan es de la densidad histórica de la que son portadoras, del significado emocional o afectivo sobre la identidad que transfieren (como es el caso que nos ocupa); de ahí, entre otros factores, que los artistas en algún momento de su creación y de la historia del arte en Cuba hallan reflejado los símbolos identitarios.
Estudiosos de la cultura, como el teórico del arte Iuri M. Lotman, se han referido al símbolo en general, en su capacidad de expresar un valioso contenido cultural, constituirse en un importante mecanismo de la memoria de la cultura, a la vez que relacionarse dinámicamente con su contexto cultural, respecto a este el símbolo “se transforma bajo su influencia y, a su vez, lo transforma…” (1)
Desde otro ámbito reflexivo, la exposición tiene lugar en una arteria capitalina donde la sociedad vivencia su bregar cotidiano, un entorno donde, además, solemos ver la bandera con frecuencia, ya sea cuando nos trasladamos en “almendrones”, decorados con banderas de Cuba, España, Canadá o Estados Unidos, o si pasamos por “paladares” o cafeterías donde también las hallamos; del mismo modo la imagen del país se imprime en objetos utilitarios y artesanales: la vemos en jarros, tennis, pullovers o camisetas. De cierto modo, eso le confiere hoy una presencia constante en las calles. Pero hace muy poco ha aparecido en fotos la bandera cubana como vestuario de baile para una comparsa en un sitio donde se hallan también turistas.
Como nos referíamos al inicio, problemáticas como estas han comenzado a transmitirse en programas de la televisión, y aparecen en la prensa digital, a través de interpretaciones, por cierto, muy heterogéneas, ligeras entrevistas y breves debates. Mas se trata de un tema que, por su trascendencia, rebasa la descripción del suceso, la simple cita o el leve comentario. Es un asunto que está demandando enfoques más agudos, profundos, y de paso, ¿por qué no?, una tan loable como precisa orientación. Ello no tiene por qué conllevar realizaciones que provoquen una recepción tediosa o que dejen suscitar el interés del público mayor, ese que hoy, del mismo modo, puede disfrutar de la fuerza y variedad de nuestro arte cubano en la muestra Fuerza y Sangre. Imaginarios de la bandera en el arte cubano en el Pabellón Cuba de La Habana y que posteriormente tendrá espacios de exhibición en Holguín y Santiago de Cuba.
Nota:
- Iuri M. Lotman. El símbolo en el sistema de la cultura. Tomado de Escritos, Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, Número 9, enero-diciembre de 1993, págs. 47-60. Trad. de Desiderio Navarro. La Habana, editado por Centro Teórico-Cultural Criterios.
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