La paulatina sustitución del modo de producción esclavista por el feudal, la desaparición de la ciudadanía romana y la definición de los nuevos estamentos dispersos, unidos por un sistema teocéntrico en el cristianismo o en el islamismo, propusieron en Europa, Asia Menor y el norte de África un amplio espacio de convivencia y pugna de pueblos diferentes, cuyo funcionamiento económico, social, político, cultural y religioso, así como los intercambios comerciales, peregrinajes o violencia por las guerras, demandaron la participación activa de variados tipos de empleados estatales, políticos, religiosos, comerciales y militares. Los poderes de la cristiandad latina en el pontificado o en los imperios de Occidente, en el mundo bizantino o en el de los eslavos, así como en los califatos islámicos, imponían una mayor pluralidad en sus relaciones y resultó imprescindible contar con un cuerpo mayor y de más especializados colaboradores, asesores, fiscalizadores, censores… en fin, crecieron notablemente los funcionarios, tanto en reinos, imperios, ciudades-estados, ciudades-episcopales, repúblicas y monarquías feudales que se transformaron en autoritarias o absolutistas, como prefigurando el Estado moderno. El pensamiento medieval europeo asociado a la escolástica, que promovió la Iglesia Católica y el sistema político basado en relaciones de poder personal o en instituciones de vasallaje dirigidas al absolutismo, generaron un altísimo desarrollo de un sistema de personal de servicio religioso y estatal en conventos y feudos, respectivamente. Así fue también en cualquier parte del mundo fuera de Europa: en el mal llamado “feudalismo japonés”, con los gobiernos militares o shogunatos, en los cuales diversos tipos de empleados se ocupaban en muy disímiles tareas administrativas, fiscales y jurídicas para mantener a los ejércitos; en el África de los sultanatos y los imperios, con una estructura jerárquica destinada a mantener el orden establecido desde el punto de vista estatal y religioso; en la todavía no “descubierta” América y en la enigmática Asia, con modos de producción singulares. Resulta curioso cómo fueron sustituyéndose las relaciones de servidumbre en todo el mundo durante el largo período que va desde el siglo v dne hasta el xiv, con un sistema común que correspondía al crecimiento de las ciudades, y con ello, el de varios tipos de funcionarios: la concentración de población en feudos y burgos, ahora bajo principios diferentes y variados tipos de subordinación o dependencia, exigía otra organización social en manos de nuevos empleados que controlaban y colaboraban para un nuevo régimen de servidumbre.
En una obra literaria arquetípica de la época medieval florentina se puede comprobar la influencia de este sistema: en Infierno, de Dante Alighieri, que de alguna manera reproduce la sociedad de Florencia a partir de 1200, especialmente desde 1215, cuando la ciudad se dividió aparentemente por una disputa familiar de faldas y la venganza por el honor ultrajado, es decir, la guerra entre güelfos y gibelinos, aunque bien sabemos que más allá de esa apariencia se encontraban las disputas entre una clase que caducaba y otra que emergía. Más que el incumplimiento de la palabra de matrimonio a una doncella por parte de un integrante de los Boundelmonti y la afrenta de la familia Amedei, la contradicción entre ellos expresaban contradicciones económicas regresivas y progresivas y un conflicto social entre los habituados a resolver las cosas con la espada en los feudos y los de los “burgos” adinerados, la gente “antica” y la gente “nouva”, lo que quedaba de una aristocracia feudal apegada a costumbres rústicas con tendencia a seguir la tradición religiosa y una emergente burguesía urbana cercana a los nuevos gobernantes; unos y otros, seguidores de las disputas entre el Papa y el emperador respectivamente, contaban con una amplísima empleomanía que complicó los enfrentamientos en rivalidades de todo tipo, aplicando para cada grupo los designios de sus respectivas autoridades no pocas veces con soberana injusticia. Dante, cercano a los güelfos, da cuenta de esto y puso en su Infierno a lujuriosos, glotones, avaros, irascibles, herejes, violentos, rufianes, seductores, simoníacos, adivinos, barateros, hipócritas, ladrones, malos consejeros, sembradores de discordias, cizañeros, falsarios, calumniadores, traidores…, casi todos gibelinos, y una buena parte de ellos, servidores de la Iglesia o de la aristocracia. Giovanni Boccaccio, un poeta radicado también en Florencia hacia 1340, en Decamerón presenta la sociedad joven de esa misma ciudad medieval y revela con humorismo las contradicciones entre diversos prototipos, incluidos también algunos intermediarios entre el poder eclesiástico o de la nobleza y la gente, del que casi siempre salen mal parados los primeros. De la lectura de ambas obras puede deducirse que la burocracia ?entendida como la “organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios” o el “conjunto de los servidores públicos”? nacía como sistema deformado y desproporcionado en la Alta Edad Media; en estas dos obras fundadoras del humanismo y anunciadoras del Renacimiento, ya se manifiesta una reacción negativa frente a los vicios o excesos de estos grupos de funcionarios alrededor de los grandes poderes, y a pesar de que la sociedad se sirve ellos para su organización social, jurídica, administrativa, religiosa, financiera, comercial…, se les rechaza o condena, especialmente por su papel parasitario con apariencia de servicio público, por tomar partido a favor del poder, sin importar dónde estaba la justicia. Dante advirtió muy bien que esta naciente burocracia se debía al crecimiento, expansión o desarrollo de las ciudades; quizás ello añadió razones para deplorar la proyección que tomaban los burgos y le atribuyó parte de la responsabilidad por la exacerbación de discordias y querellas, y en definitiva, por la decadencia moral que anunciaba. Boccaccio prefirió burlarse de los funcionarios y se rebeló mediante la ironía contra las manipulaciones de los burócratas representantes de papas y emperadores, y reafirmaba que cada ser humano podía ser artífice de su propio destino, sin tener muy en cuenta ni a la divinidad ni a poderes terrenales superiores, pero sobre todo, sin contar con el entramado social que la burocracia defendía para el mantenimiento del orden.
La llegada de los españoles a América a partir de 1492, tanto mediante las campañas militares para su colonización, como a través del regular saqueo económico, generó un sistema burocrático enorme, el más descomunal que jamás se hubiera concebido hasta entonces. La Casa de Contratación de Sevilla, fundada en 1503, y el Consejo de Indias, creado en 1524, organizaron el monopolio comercial en el Nuevo Mundo, y los funcionarios de la corona española, con las reales cédulas y ordenanzas, regulaciones y disposiciones emitidas a virreinatos y capitanías, así como el sistema para fiscalizarlas, crearon un régimen legal imposible de cumplir y controlar; según datos de John Kenneth Galbraith, en América hispana llegaron a existir unas cuatrocientas mil leyes y medidas pertinentes a la administración de las colonias; en 1641 se racionalizaron a unas once mil, y se suponía que los administradores coloniales, es decir virreyes y capitanes generales, así como sus respectivos funcionarios, conocieran y aplicaran cada una, algo evidentemente imposible, que provocó la feliz sentencia de que en la América hispana “las leyes se acatan pero no se cumplen”. Estas previsiones burocráticas para gobernar, ancladas en la tradición medieval española, fueron transplantadas a las colonias con todas las deformaciones que implicaba su implementación mecánica, y se superpusieron a las que ya tenían las grandes sociedades teocráticas del imperio azteca e inca, o la mayoría de las culturas aborígenes americanas, con su legión de servidores. De la necesidad de dirigir inmensos Estados se extendió la deformación del burocratismo. El “dirigismo”, entendido como la acción política para defender la economía de un Estado, fue aplicado por Luis xiv de Francia, el Rey Sol, y por Pedro el Grande de Rusia, José el Reformador de Portugal o Carlos III de España. La monarquía absoluta de Luis xiv había tenido como ministro de Finanzas a Jean-Baptiste Colbert y mediante él se propuso que se convirtiera en política de Estado lo que había sido una intervención ocasional del soberano: la función del rey como dirigente de la cúpula de los burócratas; este sistema en el reinado francés funcionó de tal manera que Luis xiv llegó a afirmar: “El Estado soy yo”. El colbertismo fue el conjunto de prácticas políticas en los asuntos de la economía para controlar la acción de los burócratas y funcionarios del reino, y de esta manera hacer el Estado más eficiente de acuerdo con las características expansivas que había tomado; sin embargo, quienes perfeccionaron este sistema fueron los alemanes con el “cameralismo” ?del vocablo alemán kammer: 'cámara, pieza o habitación', porque se refería a los lugares donde se realizaban las reuniones en las cuales se discutía la política para seguir en los asuntos económicos, comerciales y de gobierno?, que pretendió fortalecer las finanzas reales con los impuestos y las prácticas fiscales: los consejeros y altos oficiales de Alemania debían tener eficiencia y eficacia en el cumplimento de estas medidas, no en balde Federico Guillermo I de Prusia, en 1721, instituyó las “cátedras de cameralismo” en las universidades. Sin embargo, estas medidas no detuvieron la deformación de la burocracia.
Los monarcas absolutos asumieron la responsabilidad de la dirección económica de los Estados y se fueron desarrollando sistemas burocráticos financieros y administrativos, con el propósito de estimular el incremento de la actividad productiva y mejorar las prácticas de contabilidad y conocimientos presupuestarios que comenzaron a diseñar la fisonomía de los Estados modernos. Se implantaron experiencias como la acumulación de riquezas en lingotes de oro, el proteccionismo al mercado, los subsidios a las exportaciones…; entre los siglos xvii y xviii Francia tuvo una amplia intervención del rey en los asuntos estatales y ofreció una imagen nueva del Estado con la monarquía absoluta; fueron fundados el Instituto de Francia, la Academia Francesa, el Hospital de Los Inválidos, el Museo del Louvre, la Biblioteca Nacional, el Palacio Real de Versalles, la Plaza de Vendome, la Plaza de la Concordia, la Escuela Militar…, instalaciones que sirvieron para demostrar la grandeza de Francia y el Estado benefactor como creador de “bienes públicos”, pero a la larga necesitaron de grandes sistemas de burocracias para mantener estas instituciones. La fusión del Banco General con la Compañía del Mississippi para acometer la explotación de la Luisiana o la Nueva Francia, desencadenó la primera crisis económica moderna con la bancarrota de la compañía; John Law, un economista escocés que había inventado la impresión del papel moneda, basado en la idea de que el dinero es un medio de intercambio y no constituye una riqueza en sí mismo, fue entonces tenido en cuenta para sacar al Estado de sus primeros problemas financieros, pero el duque de Orleáns y el regente imprimieron una cantidad excesiva de papel moneda sin consultar las cuentas de Law, quien conocía la cantidad necesaria que debía hacerse, y ocasionaron la primera inflación: los que se adelantaron a convertir el papel moneda en oro ganaron mucho, pero como no había suficiente respaldo, la compañía quebró. Estas prácticas erráticas intervencionistas del jefe del Estado en los complejos asuntos técnicos de la burocracia financiera, consiguieron crear los primeros desastres estatales de la Edad Moderna. Posteriormente, los consejos del economista François Quesnay al rey Luis xv favorecieron la abolición de las restricciones al comercio y la industria, resumida en la frase laissez faire, laissez passer ?dejad hacer, dejad pasar?, es decir, "libertad manufacturera, libertad aduanera", que sería el origen del liberalismo económico; esta política, que también reconocía a la fisiocracia ?un orden natural que no requería de la intervención del Estado para mejorar las condiciones de vida?, provocó una desregulación en los asuntos de la producción y su comercialización, que a la larga fue contrario al interés público. Aunque algunas investigaciones en torno al origen de la riqueza, como la realizada por Adam Smith, sirvieron para conocer los factores determinantes en la formación del capital y el desarrollo histórico de la industria y el comercio, el desentendimiento de otras leyes no resolvió el problema. Tanto unas como otras fueron experiencias perjudiciales en las relaciones de la política con la economía, aplicadas erróneamente al comercio. Los burócratas se habían especializado tanto en la vida moderna, que ningún soberano estaba capacitado para dejarlos a un lado y ningún Poder podía prescindir de ellos.
Continuará…
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