En su entrevista del año 2009 acerca de la experiencia del Grupo Los 12, entre 1969 y 1970, un hecho que ha dejado una impronta en la historia del teatro cubano contemporáneo, el Maestro Carlos Ruiz de la Tejera me contó acerca de sus inicios en el medio teatral. En los tiempos del bachillerato, había integrado el Coro Polifónico del Instituto de La Habana (conocido luego como el Pre Universitario José Martí, o el Pre de La Habana). Al término de esta enseñanza, y por complacer las expectativas de su padre, estudió Ingeniería Civil. En un determinado momento, allá por los años cincuenta del pasado siglo, Carlos era un ingeniero a quien le seguía atrayendo, de una manera muy marcada, el mundo del espectáculo. Le consultó a su compañera en las clases de francés, la gran vedette María de los Ángeles Santana a qué director y grupo teatral debía acercarse para comenzar un estudio serio del Teatro y María mencionó los dos grandes nombres del momento: Vicente Revuelta y Andrés Castro. La sala Las Máscaras, que dirigía Andrés, quedaba próxima al apartamento que ocupaba Carlos, así que este factor actúo de modo decisivo. Se acercó al director con el fin de poder integrarse a los talleres que él impartía. Castro, una de los principales figuras de la escena cubana a partir del año 54, había regresado a Cuba en 1950, tras estudiar en Nueva York, en el Taller de Piscator; allí conoció a Stella Addler y contaba en su acervo con una serie de conocimientos del método stanislavskiano reelaborado por el Actor’s Studio que para las personas interesadas en el Teatro durante aquella época resultaba algo extraordinario. Con Andrés hizo Carlos El sombrero de paja de Italia y, desde allí, fue seleccionado entre los jóvenes actores de aquella época para integrar un grupo de nueva creación, que se pretendía fuese la institución teatral paradigmática del país, de ahí su nombre de Conjunto Dramático Nacional. Dicha compañía reunió, junto a los nuevos, a varios de los mejores actores del país. En ese momento, Carlos abandonó, de manera definitiva, la Ingeniería.
Al interior del Conjunto Dramático se vivía una vida intensísima, pues a las sesiones de ensayos y representaciones se añadían los talleres y seminarios: funcionaba un Seminario de Danza, clases de Acrobacia, clases de actuación, de pantomima, entre otras disciplinas. No obstante el escaso tiempo, Carlos se las arregló para asistir a algunas jornadas en la Academia de Teatro Estudio, puesto que aquella era una experiencia que también le interesaba, pero no pudo continuar con esta instrucción paralela.
De los 26 espectáculos realizados en las salas teatrales de la capital que aparecen en el registro de los estrenos correspondientes al Conjunto Dramático a partir de 1961, Carlos participó en once. Intervino en Pantomima, a cargo de Pierre Chaussat (1961); La madre (hacía el Esteban, 1962); La esquina de los concejales (Concejal, 1962); Vassa Yeliéznova (Piatorkia, 1962); Cleopatra y los otros (Bulua, 1963); De película (1963); Romeo y Julieta, puesta del director checo Otomar Kreycha (Benvolio, 1964); Luciana y el carnicero (donde compartió papeles protagónicos con Adela Escartín y obtuvo excelentes críticas,1964); El gesticulador (Oliver Bolton, 1964); Cosas de Platero (Parroquiano, 1965); La tragedia optimista ( Segundo Jefe Anarquista,1965); San Antonio y la alcancía ( Eurico Arabe, 1965).
Hacia 1965 en el Conjunto Dramático Nacional coexistían diversas concepciones y ya no había una dirección. De él se desprendieron dos agrupaciones: el Taller Dramático, a cargo de Gilda Hernández, y el Grupo La Rueda, liderado por el director argentino Néstor Raimondi, quién había realizado Vassa Yeliéznova , una coproducción entre el Conjunto Dramático Nacional y Teatro Estudio que resultó algo extraordinario. El Conjunto de Arte Teatral La Rueda tuvo entre sus filas a Myriam Acevedo, Alicia Bustamante, Isabel Moreno, José Milián, Rolando Ferrer , y Carlos, entre otros artistas. Allí intervino este último en las puestas de La fierecilla domada, Volpone, Entremeses japoneses, La ópera de los tres centavos, Otra vez Jehová con el cuento de Sodoma.
Para 1966 Vicente Revuelta estremeció el medio teatral y cultural con su puesta de La noche de los asesinos. Luego de la gira europea que realizó la obra, Vicente decidió darle un nuevo rumbo a Teatro Estudio, reanudar el camino inicial de la experimentación y el laboratorio, por ese entonces se reunió con un grupo de actores de La Rueda y los invitó a ingresar en Teatro Estudio, donde había un fuerte elenco femenino, pero faltaban primeros actores.
Cuando Carlos Ruiz, junto a José Antonio Rodríguez y Aramís Delgado llegaron a Teatro Estudio se está produciendo el cisma que dio lugar al nacimiento del Grupo Los 12. Carlos y sus compañeros procedentes de La Rueda, interesados en trabajar con Vicente por encima de todo, se sumaron a Los 12, una experiencia teatral que se produjo inspirada por Vicente y su magisterio, pero que dio comienzo sin él.
El grupo tuvo un entrenamiento muy riguroso. Trabajó con los ejercicios del director inglés Peter Brook, de acción discontinua y cambio de situaciones, tuvo clases de yoga, de folclor, el entrenamiento grotowskiano del trabajo con la voz y los resonadores, y tras la incorporación de Vicente a él comenzaron los estudios de sicología y filosofía, a partir de Erich Fromm, Wilhelm Reich, la teoría de Artaud. Estudiaron con rigor a Grotowski, su propuesta teatral, y a partir de él estudiaron el trance, los estados de concentración.
La experiencia de Los 12 culminó, por decisión de Vicente, y varios de los actores que la llevaron a cabo regresaron a Teatro Estudio, Carlos entre ellos. Una vez allí hizo el personaje de Tristán de El perro del hortelano, bajo la dirección de Vicente; este era el personaje que había defendido el propio Vicente en el estreno y durante la primera temporada de la obra
y ,ahora, se lo montaba a Carlos. Carlos también participó en el legendario montaje de Las tres hermanas (1972), de Chéjov, el cual, según su opinión, fue una genialidad, y durante su proceso de trabajo descubrieron lo avanzado de la poética de su autor. Cuenta cuán valorado fue este espectáculo hasta por el Decano de la Escuela de Letras de Leningrado, quien afirmaba que una puesta como aquella no se había alcanzado a hacer en la Unión Soviética.
Y es que para Las tres hermanas se desarrolló un trabajo minucioso en el plano de la actuación, con intérpretes de primera línea, lo cual potenciaba los resultados, además de recibir la puesta la influencia de lo experimentado en Los 12. Para Carlos el grupo Los 12 fue una experiencia única, él la resume como una experiencia básica. Allí, por ejemplo, se estudió el kathakali, y aún a estas alturas de su vida, Carlos declaraba que hacía diariamente los ejercicios. Incluyendo los ejercicios de proyección y sostenimiento de la voz y los ejercicios de respiración. En un momento determinado expresó: “Todo lo que yo soy y sé hacer se lo debo al teatro, pero especialmente a Los 12”.
Con posterioridad, ya en Teatro Estudio intervino en las puestas de La vuelta al mundo en ochenta días, Galileo Galilei (1974), Algo muy serio (1976) y otras. Tras pasar unos once años en el grupo, dejó sus filas y comenzó una carrera como humorista. Tomó parte en el Conjunto Nacional de Espectáculos que tuvo por sede el Teatro Karl Marx, y su presencia, junto a Alejandro García (Virulo) y Sara González, determinó, en buena medida, la calidad de aquel trabajo. Cada vez más Carlos Ruiz de la Tejera fue definiendo, para suerte nuestra como público, una carrera en solitario, al menos como intérprete, puesto que supo trabajar con músicos y aprovechar los buenos textos de toda índole. De esta manera no hubo trabas al fluir de su talento, que se mostró en todas las cuerdas.
Animó dos peñas: una en el Museo Napoléonico y otra en la Casa Carmen Mantilla, en la Calle de los Oficios, en La Habana Vieja. Dichas peñas siempre fueron espacios para la presentación de jóvenes talentos de la actuación, la poesía, el humor, la artesanía, las artes visuales, la música en sus diversas vertientes.
Con sus espectáculos recorrió parte del mundo. Siempre estuvo presto a presentarse donde quiera que se le solicitara su colaboración y fueron pocas las actividades de gobierno a las cuales prestó el concurso de sus esfuerzos.
Entre las que fueran sus últimas labores en el teatro, el arte teatral contó con su talento en la versión que hiciera el afamado director francés Jerome Savary de la obra El burgués gentilhombre (comedia-ballet), de Moliere, que se presentó en el Teatro Mella, de esta capital, así como en el Teatro Nacional de Chaillot, en Francia, bajo el título de El burgués tropical, en 1998; espectáculo que reunió a intérpretes de primera línea de la escena cubana y donde Carlos desempeñó el papel protagónico de Monsieur Jourdain.
En el cine intervino en Las doce sillas (1962), La muerte de un burócrata (1966), Una pelea cubana contra los demonios (1971) y Los sobrevivientes (1978), todas bajo la dirección de Tomás Gutiérrez Alea (Titón)
En el 2006 recibió el Premio Nacional del Humor. Su intensa obra también fue reconocida con la Orden de Interés Cultural de la ciudad de Rosario, ciudad natal del Che; la Distinción por la Cultura Nacional y la Réplica del Machete Mambí del Generalísimo Máximo Gómez.
Carlos Ruiz de la Tejera fue, esencialmente, un humanista; hombre cultísimo, trabajador incansable, de prodigiosa memoria y trato encantador; sagaz y riguroso, leal a los amigos, a los proyectos y sueños con los cuales se comprometía y a las personas en las cuales depositaba su confianza. Enalteció el oficio del humorista y, si se propuso dejar con su vida y su hacer una huella, sin duda, lo ha logrado. Su partida deja un vacío elocuente, porque su manera de hacer, hasta hoy, entre nosotros, es única.
Tal consagración al arte y al servicio de los demás hizo que, al paso del cortejo fúnebre, cubanos de todas clases se detuvieran en las calles de La Habana para brindarle un último y entrañable aplauso.
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