Hace algo más de medio siglo y como parte de una reflexión sobre los límites y alcances del hecho científico, el eminente físico Albert Einstein (1879-1955) llamó la atención acerca de que “la ciencia puede solamente afirmar lo que es, pero no lo que debería ser, y fuera de sus dominios se mantiene la necesidad de juicios de valor de todo tipo”.
La ciencia por sí misma, observó, no es capaz de trazar objetivos que alcanzar y tanto menos de inculcarlos en los seres humanos. Al decir del gran sabio esta puede, cuando más, proveer los medios mediante los cuales alcanzar determinados fines.
Pero los objetivos mismos, fueron también sus palabras, son concebidos por personalidades de nobles ideales éticos y cuando aquéllos se hacen viables son adoptados y llevados adelante por los muchos seres humanos que, “de modo parcialmente inconsciente, determinan la lenta evolución de la sociedad.”
He recordado esta importante consideración a propósito del reciente aniversario 89 del líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz (1926), cuyo contexto resulta un marco adecuado para reflexionar, en la perspectiva del tiempo, acerca de la visión de este gran luchador y estadista acerca del conocimiento científico y en especial del papel a desempeñar por este y sus aplicaciones en la transformación revolucionaria de la sociedad.
A esos efectos, me propongo dedicar una mirada especial al estrecho vínculo entre esa percepción del conocimiento con ciertos ideales de progreso y justicia social bien definidos. Estos retienen a mi juicio absoluta vigencia en el contexto internacional del presente, sobre todo si tomamos en cuenta la notable capacidad de anticipación mostrada por el dirigente cubano con respecto al rol del conocimiento en la búsqueda de salidas al complejo panorama actual de crisis mundial.
El ya citado Albert Einstein nos aportó en su oportunidad una certera identificación del pensamiento como componente que marca la diferencia entre la especie humana y todas las demás existentes en la Naturaleza, el cual constituye, al decir del gran sabio, “el factor organizador de la conducta humana, capaz de interponerse eficazmente entre los impulsos dictados por los instintos primarios y las acciones prácticas resultantes”.
En medio de esa interposición entre pulsos y conductas se debate la búsqueda científica en la actualidad, haciendo buena la definición que de ella nos brindara el propio Einstein: “el pensamiento metódico encaminado a encontrar conexiones regulativas entre nuestras experiencias sensoriales”. De la afirmación einsteiniana es preciso derivar la importante conclusión de que la misma tiene como función inmediata la producción de conocimientos pero también, indirectamente, la de proveer medios para la acción.
En virtud de estas premisas, se hace indispensable considerar, en todas sus facetas, la ineludible interconexión entre el proceso de adquisición de conocimientos y las vías y formas de utilizarlo.
El avance científico ha hecho posible para el género humano lograr indudables conquistas. La incesante expansión y profundización de los conocimientos acerca del universo y sobre la vida misma genera a diario nuevos enfoques conceptuales y capacidades tecnológicas que derivan en acciones prácticas, los cuales ejercen una enorme influencia sobre el comportamiento y las perspectivas de la Humanidad.
Una faceta bochornosa de lo anterior es el hecho funesto de que la aplicación inescrupulosa de los avances científicos ha traído aparejadas innúmeras secuelas adversas, desde la contaminación incontrolada del medio ambiente planetario hasta la producción de armamentos de un espeluznante refinamiento en su capacidad mortífera, que bien pudiera llegar al exterminio.
En todo caso, el avance científico y tecnológico contemporáneo, pese a su alto grado de eficacia y elaboración, al estar sujeto a los caprichos del mercado ha contribuido poco o nada a elevar la calidad de vida de muchos millones de seres humanos, aún hoy víctimas de la pobreza, el hambre, la enfermedad o la desnutrición.
Al mismo tiempo, los desenfrenados procesos de mercantilización y deshumanización que configuran los patrones de producción y consumo de los países ricos vienen conduciendo al Mundo a una crisis sin precedentes, que de no actuarse a tiempo bien pudiera volverse irreversible.
En una muestra de brillante anticipación, el Comandante en Jefe advirtió a una asamblea de jóvenes —ya en 1974— que la Humanidad del futuro tenía retos muy grandes en todos los terrenos. Esa humanidad, puntualizaba, se multiplica vertiginosamente y ve con preocupación el agotamiento de algunos de sus recursos naturales.
Como única vía de solución se necesitará dominar la técnica, y no solo la técnica sino incluso —avizoró— hasta los problemas que la técnica pueda crear como son los problemas, por ejemplo, de la contaminación del ambiente. De acuerdo con su sagaz análisis, ese reto del futuro “solo podrán enfrentarlo las sociedades que estén realmente preparadas”.
Adentrados ya en este siglo XXI, son cada vez más las personalidades de diversos perfiles que reconocen en el avance científico y tecnológico un factor clave para asegurar un futuro provechoso a la Humanidad.
En el caso de Fidel Castro, su percepción de la gravedad del problema y de sus posibles vías de solución se dejó escuchar hace más de dos décadas, en su contundente intervención ante la Conferencia Mundial de Río de Janeiro de 1992 sobre Medio Ambiente y Desarrollo. De su certero discurso de entonces, me atreveré a seleccionar y hacer cita textual de ciertos enunciados atinentes de manera directa al tema que tratamos. Afirmó entonces el líder cubano: “Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta… No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente… Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación.”
Para que los logros científicos y tecnológicos puedan actuar en el sentido del progreso social es indispensable un compromiso ético definido. Hace unos pocos lustros el laureado físico y respetado activista por la paz Sir Joseph Rotblat (1908- 2005), quien mereciera en 1995 el Premio Nobel de la Paz, pronunció lo que consideraba debía ser el compromiso ético de los científicos contemporáneos.
Su enunciado es más que elocuente: “Prometo trabajar por un mundo mejor, en el que la ciencia y la tecnología sean utilizados de formas socialmente responsables. No utilizaré mi educación para hacer daño en ningún modo a seres humanos o al ambiente. Tomaré en consideración, a lo largo de mi carrera, las implicaciones éticas de mi trabajo antes de entrar en acción. (…) reconozco que la responsabilidad individual es el primer paso hacia la paz”.
En Cuba, en los mismos albores del proceso revolucionario y como una singular combinación de visión estratégica y voluntad política, Fidel Castro hubo de asegurar —pese a muy escasos precedentes y cuando aún existían en el país un millón de personas analfabetas— que el futuro de Cuba debería ser, necesariamente, un futuro de hombres de ciencia, de pensamiento.
Con esa temprana y ciertamente ambiciosa expresión dejó formulados no solo una nítida concepción acerca del papel a cumplir por el conocimiento en la construcción revolucionaria sino también el importantísimo objetivo de propiciar el más amplio acceso de los ciudadanos al mismo y a sus aplicaciones.
La experiencia posterior de la Revolución cubana ha puesto de manifiesto, mediante realizaciones palpables, que la Ciencia y la Tecnología se convierten en herramientas revolucionarias cuando se les despoja de todo mercantilismo mezquino y se les inserta, por el contrario, en programas de acción encaminados a la plena dignificación de la persona humana.
La concepción fidelista del papel de estas herramientas se ha visto expresada no solo en las impresionantes —y para algunos, sorprendentes— realizaciones de los científicos cubanos en diversos campos, sino también y de manera multiplicada en el uso humanitario, altruista, del conocimiento científico y las herramientas tecnológicas de cualquier procedencia por parte de las legiones internacionalistas cubanas en esferas tales como los de la salud y la educación.
En la obtención de tales logros, la proyección ética del ser humano dedicado a la investigación científica o a su utilización práctica resulta determinante. El propio Fidel lo había puntualizado así ya en 1981, cuando planteó que para tener acceso a la producción moderna y dominar las tecnologías avanzadas es imprescindible instruir a los hombres y mujeres que los van a manejar y formarlos para el mayor conocimiento de sus especialidades.
Pero se requiere también, afirmó entonces, dotarlos de una conciencia patriótica e internacionalista que permita realizar tanto los proyectos económicos y sociales propios como contribuir al desarrollo de aquella parte de la Humanidad “más urgida y que sufre en peor grado las consecuencias del pasado colonial”.
En la actualidad es cada vez más evidente que de no modificarse radicalmente el estado de cosas no solo se profundizará y agravará una intolerable desigualdad e injusticia en el plano social, sino se precipitará también una verdadera hecatombe en lo referente al deterioro ambiental a escala global, con una amenaza tangible y cierta para los sistemas planetarios de sostén de la vida.
Hacia este importantísimo objetivo apuntó también el pensamiento ético de Fidel, cuando afirmó que: “otro orden mundial diferente, más justo y solidario, capaz de sostener el medio natural y salvaguardar la vida en el planeta, es la única alternativa posible”.
Para salvar el futuro de nuestra especie, será indispensable convertir esos nobles ideales en la guía moral de quienes procuran y aplican los avances científicos, y erigir el uso social y moralmente condicionado del conocimiento científico en norma de conducta de los dirigentes políticos y en fuente para la adopción de políticas públicas que hagan posible rectificar el presente camino hacia el desastre.
El tiempo dirá si la Humanidad es capaz de elevarse a esa altura. Por mi parte me atengo una vez más a la concepción fidelista, expresada en su respuesta hace unos pocos años a un mensaje de saludo de los jóvenes cubanos: “El ser humano necesita aferrarse a una esperanza, buscar en la propia ciencia una oportunidad de supervivencia, y es justo buscarla y ofrecérsela”.
Deje un comentario