Cincuenta años de la Nueva Trova


cincuenta-anos-de-la-nueva-trova

Se cuenta que a Sindo Garay le gustaban las óperas y que con sus padres fue a ver algunas en Santiago de Cuba. Dicen también que en una ocasión en que asistió a un agasajo al pianista alemán Germán Michaelsen, a la sazón residente en la ciudad, al finalizar éste de interpretar piezas de Mendelson y Schubert, Sindo dijo: “Yo tengo una cosita como esa”.  Pidió la guitarra y tocó la Germania que, en realidad, era una cosita como esa. 

Alumno predilecto de Pepe Sánchez, a quien se considera el iniciador del bolero, formó parte, ya en pleno siglo XX, del grupo de los grandes de la trova, integrado por Rosendo Ruiz, Alberto Villalón, Manuel Corona y Patricio Ballagas. Siguiendo el camino de la música popular y el carácter social y experimental de la tradición trovadoresca europea, la hoy llamada trova tradicional se consolidó como un cuerpo principal en el que marchan juntos, el texto poético, inteligente, con la música. Esa canción original y originaria, al menos para mí, viene a marcar un sendero que no permite pérdida y ha constituido estímulo y guía en la aceptación o negación de lo que se integra o se descarta. De esa forma la trova, en el lógico camino del suceder, ha estado cambiando, incorporando ideas, sonoridades, modos de decir. 

En los años cuarenta y cincuenta, en que el bolero sufre las transformaciones estilísticas de la corriente musical que conocemos por “filin”, se produce un cambio hacia una “nueva trova”. La canción cubana se deja influir por el impresionismo y el jazz, se aprende a cantar de otra manera, se busca el modo de universalizarse y sonar como suena la canción en el mundo. Al mismo tiempo, satisfacer las necesidades de un mercado que crece y se abre. La música cubana que había ingresado con todo su ascendente africano en el jazz norteamericano, algo sólo posible por su fuerza y riqueza, resiste todas las variantes y sale fortalecida a navegar en la corriente de los nuevos tiempos. Aparecen los grandes de este otro cambio, José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Rosendo Ruiz Quevedo, Ñico Rojas, Jorge Mazón, Angel Díaz, Luis Yáñez, Frank Domínguez, Frank Emilio Flynn, Andrés Hechavarría (Niño Rivera), Aida Diestro, las cantantes Elena Burke y Omara Portuondo, entre otros y más tarde, los jóvenes compositores Marta Valdés, Ela O´Farrill y Pablo Milanés. Si bien, como se ha dicho, en la trova tradicional, patria-paisaje-mujer-amor son los temas recurrentes, los trovadores del filin se concentran en los conflictos de amor que va a ser en realidad, por excelencia, la temática del bolero. 

Con el triunfo de la Revolución cubana y los grandes cambios sociales ocasionados por su decurso, así como el número extraordinario de agresiones y obstáculos que pretendieron destruirla, se crea un nuevo período épico que a mi modo de ver obliga a la nueva trova, que surge entre los años 1967 y 1968, a retomar el tema de la patria, del mismo modo que lo había hecho la trova tradicional y a insistir en temas sociales sobre los que estaban tomando conciencia grandes conglomerados en el mundo. Son los años de la muerte del Che, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, el Movimiento hippie, la Guerra de Vietnam, la Revolución de mayo en París. Todo un movimiento contracultural con la banda sonora de los Beatles que, también iban a tener un lugar destacado en la sonoridad del Movimiento de la Nueva Trova. A lo que hay que agregar el fenómeno mundial que significó la creación de una canción nueva, política, como los tiempos que transcurrían y que se extendió por toda América y Europa. Cuba llega, como también Brasil y Estados Unidos, con la ventaja de la historia de su música popular y sus vínculos con la poesía, lo que también se puede decir de España. 

Entre julio y agosto de 1967 se celebra en La Habana, organizado por la Casa de las Américas, el Encuentro Mundial de la Canción Protesta, al que asistieron autores de muchos países. Los esfuerzos anticoloniales se habían producido con asombrosa velocidad en los distintos continentes y en ello, de alguna manera, habían colaborado las luchas populares de emancipación y la Revolución cubana. De modo que el encuentro de Casa de las Américas no era más que su reflejo consecuente.

Antes del concierto que organizó la Casa, el diecinueve de febrero de 1968, donde cantaron Silvio, Pablo y Noel, el grupo de poetas de la revista el Caimán barbudo, algunos escritores y profesores de filosofía de la Universidad, nos reuníamos todas las noches en lo que terminó siendo la Peña de Coppelia, a la cual se sumó Silvio. Teresita Fernández y él, todavía poco conocidos, junto a aquellos poetas, habían ofrecido un concierto de canciones y poemas por el primer aniversario de la revista, en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, el 1ro de julio de 1967. Alguna vez he escrito que yo recogía a Silvio en su casa de Gervasio y de ahí salíamos para Coppelia a pie. Una de esas noches, debajo de la cúpula de la famosa heladería, le hablé de Pablo Milanés, a quien conocía por ser del barrio de mi infancia y tener amigos comunes. No sólo le hablé de Pablo, sino que le canté una canción que él había compuesto y que se llama “Mis veintidós años”. Mucho se ha hablado de esta pieza, como la primera que recoge el espíritu de lo que luego sería la Nueva trova y lo cierto es que yo también lo creo. Silvio quiso conocer a Pablo de inmediato. Pienso que se daba cuenta de que aquello sería otra cosa en cuanto se encontraran. Luego he oído que Omara tuvo el privilegio de presentárselo. Ella había sido la última de las grandes cantantes que abandonaron el Cuarteto de Aida. El cuarteto ensayaba en el apartamento de Aida que visité muchas veces y esa fue prácticamente la casa de Pablo durante aquella época. Él venía de otra escuela. Ya había cantado profesionalmente con el Cuarteto del Rey y desde el año 1963 lo hacía en el club Karachi, compartiendo la noche junto a Elena Burke, interpretando con toda su maestría el repertorio de Johnny Mathis, lo mismo que Silvio escuchaba e inspiraba sus melodías con Everly brothers y otros grupos populares del rock que se escuchaba en Cuba en los años 50. Después del encuentro de estos jóvenes que iban a ser dos de los grandes de la canción cubana, apareció Noel. De hecho los tres fueron, durante un tiempo, el Movimiento de la Nueva Trova. 

A fines de 1969 se forma el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, recuerdo que Alfredo Guevara, presidente de la institución cinematográfica, declaró que el GES no era el combo del ICAIC y agregó que comenzaba un trabajo de experimentación con la banda sonora de las películas. Aquello le abrió nuevos caminos a los trovadores, no sólo por la aplicación de sus creaciones y la ampliación de su público, sino y sobre todo, por la apertura de un proceso de aprendizaje, en el que participó una parte de la vanguardia musical que hasta ese momento no había tenido relación con ellos. Es conocido el apoyo que Haydée Santamaría y Alfredo Guevara, a través de sus instituciones y personalmente, ofrecieron a este movimiento de canción nueva en medio de incomprensiones, prejuicios y malos entendidos de todo tipo. La acción de ambos dirigentes revolucionarios debe haber servido, seguramente, para que Fidel sintiera simpatía, como antes le había sucedido con Sindo o los compositores del filin, y demostrara apoyo a un movimiento que, como ha dicho Silvio, era musical e ideológico. El GES, dirigido por el maestro Leo Brower, se nutrió de excelentes músicos y pedagogos, quienes bajo su dirección inauguraron una etapa de aprendizaje-investigación-creación que consolidó la formación musical de los miembros, del mismo modo que la riqueza sonora de las películas y la música de la época. Es en este periodo que entra una mujer al grupo, Sara González, que inaugura un nuevo momento de participación femenina y luego se revela como uno de los pilares del movimiento. Son Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Eduardo Ramos y Sergio Vitier, los primeros que se integran al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Más tarde Leoginaldo Pimentel, Emiliano Salvador, Leonardo Acosta, Pablo Menéndez y Armando Guerra. En 1974 se une Sara González y posteriormente Amaury Pérez, Norberto Carrillo y Carlos Fernández Averhoff.

El II Encuentro de Jóvenes Trovadores, se celebró en Manzanillo en diciembre de 1972 y allí nace el Movimiento de la Nueva Trova apadrinado por la UJC e integrado por Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Sara González, Vicente Feliú, Augusto Blanca, Eduardo Ramos, Tony Pinelli, Adolfo Costales, Margarita Mateo, Enrique Núñez, Freddy Laborí (Chispa), Ramiro Gutiérrez. Posteriormente se fueron uniendo al movimiento Lázaro García, Santiago Feliú, Donato Poveda, Alberto Tosca, Gerardo Alfonso, Xiomara Laugart, Frank Delgado, Carlos Varela, Pedro Luis Ferrer, Alejandro García (Virulo). Durante años Noel y Vicente sostuvieron sobre sus hombros toda la organización y el impulso del encuentro fundacional y con la prematura muerte de Noel, Vicente Feliú fue su cabeza y su guitarra.

En los años 90 se suma otra generación conocida como los novísimos y en diferentes momentos se siguió produciendo un continuo crecimiento de trovadores, compositores e intérpretes, algunos muy bien dotados, sobre todo aquellos que actuaron, participaron y colaboraron con el Centro Pablo de la Torriente Brau.

Transcurridos cincuenta años, desde aquel encuentro en Manzanillo que estamos celebrando, la Nueva trova no sólo ha creado hermosas canciones, muchas de ellas inscritas para siempre en la historia de la música cubana, también creó un discurso político para las grandes masas en sus textos y con él las acompañó en cada esfuerzo en el que estuvieron comprometidas. 

Resulta especialmente interesante que la producción musical de los diversos momentos del transcurrir de la trova, llámese tradicional, filin o Nueva Trova, y aun faltarían algunos momentos intermedios, no se haya diluido. Durante todo ese tiempo los repertorios se han mantenido con vida y funcionando paralelamente. Se han cruzado, enriquecido y aquellos que fueron protagonistas de una etapa, sintieron la necesidad de expresarse en la otra y vivir el tiempo que pasó y el que viene, en una verdadera dinámica de negación y aceptación.

He tenido la suerte de haber vivido junto a los fundadores de la Nueva Trova, en la era de la Revolución Cubana, haber participado en sus luchas y ser, también junto a ellos, actuante de la transformación extraordinaria de la cultura en Cuba, en particular la cultura artística. La música, en todos los tiempos de nuestra nación, ha sido nuestro emblema y nuestro mayor conocimiento. La Nueva trova es, sin dudas, uno de sus grandes momentos. Su interés no es sólo histórico y ello se debe a que ha sabido incluir la herencia del arte musical anterior, en sus mejores ejemplos. Hay grandes canciones de amor, así como guarachas antológicas en el repertorio de la Nueva trova, canciones patrióticas ejemplares y lo mejor, piezas donde el amor, la mujer, el paisaje y la patria se funden con maestría. Eso no lo inventó la Nueva Trova, está en la raíz de la canción cubana y se incorporó por acción de la razón y el oficio. En un movimiento tan amplio de creadores, también existen los defectos de quienes han creído que sin peripecia y tratamiento del texto, una canción puede suplir al editorial de un diario. Intentos tropológicos fallidos, metáforas y antipoéticas inadmisibles, así como repeticiones musicales modélicas, abundan, pero también las hay en la canción cubana fuera de la Nueva trova. Si algo debe ser entendido, sostenido, defendido, en los nuevos avatares y destinos futuros, ante las diversas influencias y los impulsos de vanguardia es, precisamente, la diversidad y riqueza de nuestra música, ese cruce de etnias y misterios, que originaron ritmos y melodías que se han expandido a todas partes. El acto de grandeza, dominio y altura del autor de la Germania, aquella “cosita”.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte