La película Diarios de motocicleta filmada en 2004 por el brasileño Walter Sálles me hizo ver la luz del otro lado del río de la que habla el tema musical final, esta luz fue la que alumbró mi archivo como editora y me vi hace más de 15 años trabajando la reedición de Con el Che por Suramérica con Alberto Granados en la Editorial Letras Cubanas; entonces era yo una joven editora ávida de conocimientos que me enamoraba de cada nuevo libro y vivía la aventura que proponían esos títulos que, a manera de testimonio, hacían recordar un hecho histórico.
Había editado, entre otros, a Julio Girona con su maravilloso Seis horas y más y durante las largas horas de conversación que sostuvimos me había contado cómo había conocido al Che en New York, con quien había almorzado en la cocina, allí hablaron de muchos temas como de arte, recuerdo en particular un comentario sobre las estatuas de Rita Longa en Guamá y cómo departieron sobre sus experiencias como guerrilleros.
Alberto Granados ya no era el joven que acompañó al Che en 1952 por Suramérica, era un hombre ya maduro que había venido a vivir a Cuba invitado por el Che en la década del sesenta y se había convertido en un hombre de ciencias, bioquímico que hizo el doctorado en Ciencias en el Centro de Investigaciones Científicas. Fue fundador de la Escuela de Medicina de Santiago de Cuba y del Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria. Fue asesor de la Cátedra Che Guevara de Santa Clara y de la que está en Santiago de Cuba. También, de otras cátedras similares en Argentina y Venezuela.
Con una sonrisa franca, hablaba sin pedanterías y escribió sus memorias sin él mismo saber la importancia que tendrían para un futuro. Acudía a cada encuentro puntual y respetuoso y repasaba cada capítulo del libro aportando nuevos recuerdos que se perdieron en la fugacidad de un instante.
Conocí a dos jóvenes maravillosos que fundamentalmente en una motocicleta bautizada como poderosa, propiedad de Granados, viajaron varios países como Chile, Perú, Venezuela, etcétera. Sin dudas fue una etapa trascendental para la formación del pensamiento antiimperialista del Che, el estar allí compartiendo con los más pobres cambió el rumbo de su vida. Había poco que hacer en materia de edición, el libro ya lo había editado Miriam Martínez, pero Granados colaboró como en la edición original y era un excelente conversador. Mi madre era asmática, así que tuve que luchar contra esta enfermedad toda mi vida. Sentir la falta de aire del joven Ernesto me daba una bocanada de aire para desde mi trinchera literaria cumplir con mi obligación, una de ellas la principal: publicar el legado histórico de hombres y mujeres que cuando aquello vivían entre nosotros y su modestia los hacía callar sobre sus legendarias vidas. Así tuve la suerte de conocer a Erdwin Fernández, el mítico Trompoloco y lograr que publicara su Carpa azul, luego Cuentos de payasos y aún conservo su libro inédito sobre ferroviarios. También conocí a Dulce María Loynaz, aún la recuerdo sentada sola en un sillón de su casa, compartiendo un té de alguna hierva aromática o en el espacio de Letras Cubanas cuando las Ferias del libro se hacían en Pabexpo, y lo más importante era la literatura, solita, esperando tal vez por la comodidad de algún chofer, Dulce sola como una hoja caída, como un encaje de tan viejo amarillo, pero con muchas cosas que decir; a mi casa iba mucho Valdés Vivo y me hablaba de Vietnam y de la historia del Partido Comunista y me recuerdo de Isolina Carrillo en aquellos festivales de boleros cuando aún estaban todos, Lino Borges, mi querido Leopoldo, a los que les pude hacer un libro sobre sus vidas.
El pasaje que más me emocionó del libro de Granados fue el de su participación junto al Che como voluntarios en el leprosorio, anécdotas muy bien recogidas en la película donde se evidencia la dimensión humana de estos hombres, pero además que me preparó para enfrentar al Sida, sin discriminar nunca a ningún enfermo. Lo que sí quedó grabado en mi memoria como el primer día fue la presentación del libro en una librería desaparecida ya que se encontraba en 20 de mayo, allí el Comandante de la Revolución Harry Villegas, más conocido por Pombo, contó cómo le fue casi imposible conocer al Che cuando se disfrazó para partir hacia la guerrilla boliviana, pero sobre todo su viaje casi de película para escapar de este país luego de la muerte del Che después del combate de la Quebrada del Yuro; junto a Inti, Darío, Benigno y Urbano logra salir del cerco del Ejército Boliviano y todas las peripecias que sufrió para poder regresar a Cuba.
Han pasado muchos años, no volví a ver a Alberto Granados, quien murió en el 2011, sé que participó con el mismo entusiasmo que lo hizo para el libro en la filmación de la bella película Diarios de motocicletas, como asesor principal; se realizó gracias a sus apuntes y a los del Che.
Quisiera escribir algo sobre una mujer sencilla que nunca ha podido publicar un libro de poesía por diversas razones, la mayoría burocráticas, Xiomara Leiva, pero es la autora del tal vez primer poema que se aprenden los niños cubanos: “Dos goticas de aguas claras cayeron sobre mis pies y las montañas lloraron porque mataron al Che…”. Y tiene otro libro precioso de poemas sobre el Guerrillero Heroico que no le acaban de publicar, aunque todas las jornadas Camilo-Che se reiteran una y otra vez las mismas consignas, los mismos pasajes, cuando aún hay tanto que decir.
Libros como los de Alberto Granados deben reeditarse y promocionarse entre esa juventud que ya no cree en consignas, porque necesita saber que los héroes fueron como ellos personas de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, tal y como lo muestra aquel libro de testimonio que me hizo junto a esos dos jóvenes conocer de cerca esa Latinoamérica que aún hoy no he podido visitar.
Deje un comentario