Las primeras noticias que tuve de Amaury Pérez fueron sus canciones con textos de José Martí. Poco antes había escuchado a Teresita Fernández sus composiciones con textos del Ismaelillo. Como desde mi niñez me sentí atraído por la figura de Martí y fui miembro de un movimiento escolar llamado Orden de la Rosa Blanca, que promovió el juez justo Waldo Medina, rápidamente me identifiqué con esas canciones de Amaury Pérez. Después seguí con satisfacción su obra de cantautor.
Pero a lo que quiero referirme ahora es a otro aspecto de su quehacer: su actividad como comunicador. Dice el refrán que de casta le viene al galgo y los antecedentes inmediatos de Amaury así parecen confirmarlo. La prueba es el programa televisivo semanal Con dos que se quieran que acaba de iniciar su segunda temporada.
La importancia de estas entrevistas a figuras destacadas de nuestro quehacer cultural, en su sentido más amplio, constituyen un testimonio inapreciable cuyo valor se acrecentará con el paso del tiempo. Pienso en dos amigos que ya no están en el reino de este mundo, Alfredo Guevara y Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, que nos dejaron su impronta luminosa en sus conversaciones con Amaury.
Amaury prepara su programa acuciosamente, se informa para conocer al entrevistado y procurar que se pongan de relieve sus aristas de mayor interés. Las entrevistas fluyen naturalmente, como un arroyo que a su paso cruza sobre fondos diversos para desembocar, con el frescor de sus aguas, en el espectador que lo aguarda en la intimidad del hogar. No hay agresividad ni sensacionalismo, sino búsqueda de esencias que se condensan en esa especial cualidad de lo cubano, lo que nos distingue y, a la vez, nos vincula a los demás en la gran unidad de lo diverso. Ese afán de servicio a Cuba fue el mismo que llevó a Amaury a ser parte convocante de aquel inolvidable concierto por la paz en la Plaza de la Revolución.
La segunda temporada recién comenzada nos ha hecho dos entregas esperadas: Carlos Varela y Viengsay Valdés.
El primero, con sencillez y sin rencores, pero con franqueza, nos habló de su manera de crear, de su visión de la realidad y de las dificultades, hasta el día de hoy, con ciertos funcionarios de los ámbitos artísticos y de los medios masivos de comunicación. A pesar de ello, cuando se es sincero y se quiere el bien, no hay dique que impida el flujo de ideas y sentimientos que le hablan al pueblo de las cosas de su interés.
Son personas que no claudican frente a la incomprensión y represiones de las burocracias ganapanes incompetentes y temerosas, y no se venden al enemigo que soborna y compra.
Viengsay, por su parte, llenó la pantalla de frescura y luminosidad.
Con cuánta modestia asume su condición de ser una de las mejores bailarinas de ballet contemporáneas. Con qué gracia demuestra su dominio de las diversas escuelas de ballet del mundo y con qué gratitud habla de sus inspiradoras y maestras Alicia Alonso, Josefina Méndez, Loipa Araújo, Aurora Bosch y Mirta Pla y del maestro de maestros y padre de la escuela cubana de ballet, Fernando Alonso.
Viengsay tuvo dos dichas grandes al venir a este mundo: haber nacido en la Cuba revolucionaria y tener unos padres como Clarita y Roberto. De Roberto, que ya no está, los que fuimos sus compañeros de trabajo siempre recordamos su honestidad, modestia, laboriosidad, solidaridad, sentido del deber y la lealtad, afabilidad y transparencia de ideas y sentimientos. Fue un gran compañero y amigo, un revolucionario verdadero.
Viengsay es ya una gloria de Cuba. Ella lo sabe y no se envanece. Lo asume como un reto y un deber para con sus padres y maestros, para con su país de nacimiento y para el país hermano que le regaló su nombre.
La televisión cubana se acerca a su necesaria misión con programas como este de Amaury. “Con dos que se quieran, basta”… para comenzar.
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