Ante esta disyuntiva, los muchachos de la década del ´40 y ´50 del pasado siglo se ponían invariablemente del lado de los cowboys. Era la influencia mediática de las películas del Oeste de entonces. Pero la lectura de Vindicación del piel roja, de Hugo Néstor Peña Pupo, puesto a disposición de los lectores por la Editorial de Ciencias Sociales en la pasada Feria Internacional del Libro de Cuba, da un vuelco de 180 grados a este sentimiento y uno se pone a favor de los indios. Y no porque estos fueran ángeles. Pero es que las masacres realizadas por los cowboys y, sobre todo, por los “casacas azules” del ejército norteamericano, fueron muy numerosas y mucho más crueles en comparación con las venganzas de los indios. A ello se le suman los cientos de Tratados de Paz acordados con las autoridades yanquis y firmados de buena fe por los aborígenes. Tratados que eran violados desde el primer día de su puesta en vigor por los gobernantes instalados en Washington. En breves páginas, el autor brinda una panorámica de la vida y costumbres de los habitantes originarios que ocuparon el territorio norteamericano desde hace 30 o 40 mil años, hasta llegar a nuestros días de principios del siglo XXI.
Dice bien Jorge Tomás Teijeiro en el Prólogo acerca de los motivos del autor “que se siente en la necesidad de escribir sobre la verdadera historia de la colonización del territorio de lo que sería después Estados Unidos de América y aspira a poner en claro los abusos que se cometieron con sus primitivos pobladores”. Estos objetivos que se planteó Peña Pupo fueron cumplidos plenamente. También el prologuista apunta positivamente que “cada capítulo está precedido por una frase de nuestro Apóstol José Martí, cual dedo inculpador de los hechos que se referirán en los párrafos que le sigan”.
Arranca el libro describiendo los principales grupos y establecimientos aborígenes en las tierras de América del Norte y sus procedencias de Asia. En un mapa, el autor señala las zonas donde se ubicaban, entre otras, las tribus de apaches, navajos, cheyennes, sioux, dakotas, pies negros, pawnee, cherokee, algonquinos, mohicanos, crows, seminolas. Por parte de los colonizadores europeos, los mayores grupos lo conformaron los españoles, franceses, ingleses, holandeses, alemanes, escoceses e irlandeses.
En la primera parte de la obra, el autor aborda los principales viajes de exploración de los europeos y los encuentros de éstos con los “pieles rojas” durante los siglos XVI; XVII; y XVIII. En la segunda parte, se detalla la expansión territorial del poderío estadounidense hacia el Oeste, en especial, la etapa de la Guerra Civil (1861-1865), y la gran ofensiva contra los pieles rojas “hostiles” que finalizó en 1890 con la masacre de los indios en su campamento de Wounded Knee. Finaliza esta segunda parte con los métodos yanquis para seguir robándole tierras a los indios durante el siglo XX. El Epílogo se dedica al análisis de la triste situación de los “pieles rojas” en lo que va del siglo XXI.
La limpieza étnica aplicada a los indígenas por el gobierno estadounidense tiene fundamentos económicos. En primer lugar, arrebatarle las tierras ocupadas por los aborígenes para entregárselas gratuitamente a los colonos blancos. También desplazar a los indios de los lugares donde fueron descubiertas minas de oro y, posteriormente, petróleo y hulla. En definitiva, los primitivos habitantes de Norteamérica fueron arrinconados en las llamadas “reservaciones”, cuyos suelos no servían para la actividad agrícola ni ganadera.
De los 12 millones de habitantes originarios que existían a principios del Siglo XVI, hoy no rebasan el millón y medio. Esta perdida demográfica fue el resultado de eliminaciones físicas llevadas a cabo por las balas del fusil y el cañón, así como enfermedades traídas de Europa y que eran desconocidas por los aborígenes, como la viruela.
Entre las múltiples masacres que sufrieron los indios de manos de tropas norteamericanas y huestes de colonos blancos se destacan: la de 1779 con la arremetida del General John Sullivan contra los iroqueses; la de 1814 dirigida por el entonces General Andrew Jackson (elegido presidente de los EE.UU. en 1828) contra la tribu creek del jefe indio Aguila Blanca; la masacre del campamento Cheyenne en Sand Creek en 1864, donde 105 mujeres y niños murieron horriblemente mutilados por las tropas del Coronel Chivington; la destrucción del campamento del jefe Caldero Negro en el río Wichita por el General George Armstrong Custer en 1868; la carnicería de pies negros en el río Marias, en Montana en 1770; la muerte de 150 indios, la mayoría mujeres y niños, en Tucson en 1871.
En el libro también se describen las victorias de las armas indias contra las tropas norteamericanas, como la Batalla de las Cien Muertes en diciembre de 1866, donde murieron esa cantidad de soldados yanquis en una emboscada largamente preparada por Nube Roja y en la que se distinguió por su arrojo el entonces joven sioux Caballo Loco; el aniquilamiento del 7mo de Caballería comandado por el General George Armstrong Custer en Little Bighorn en 1876 realizado por guerreros comandados por Toro Sentado, Caballo Loco y Dos Lunas; la victoria del jefe seminola Osceola en los pantanos de los Everglades. Otros muchos jefes indígenas mencionados por Peña Pupo demuestran la resistencia de los indios a los ataques y despojos de que eran objeto por las autoridades y las tropas norteamericanas, entre ellos Tecumseh, Manuelito, Cuervo Pequeño, Nariz Romana, Cola Moteada, Cochise, Jerónimo, Victorio, Capitán Jack, Jim Balandra, Lobo Solitario, Pájaro Pateador.
Pero los aborígenes no solo combatieron con las armas a los usurpadores estadounidenses. También promovieron la educación y el intelecto buscando la unidad entre las distintas tribus. Ello lo demuestra la creación del Partido Nacional Cheroquee, que llegó a tener 12 mil miembros; en 1821 el jefe indio Sequoya creó un alfabeto especial para su idioma y creó un periódico, el Cheroquee Phoenix; la redacción por los propios aborígenes de una Constitución en 1827 y un Código de Leyes que incluía la fundación de escuelas financiadas mediante impuestos.
En la actualidad, el movimiento indígena continúa luchando por la defensa de sus derechos y en pro de la unidad de sus filas. Entre las organizaciones que se destacan en este sentido quizás la más poderosa es el American Indian Movement (AIM), vanguardia del movimiento nacionalista indio fundada en 1968. También se mencionan el Frente para Liberación Indígena de Estados Unidos; la Iroquois Confederacy; la Indian Law Resource. Todas ellas están estrechamente vigiladas por el FBI, que entorpece los afanes de los indios por su fortalecimiento organizacional. En los actuales momentos, la resistencia está representada por el jefe lakota Leonard Peltier, acusado injustamente y sancionado a dos cadenas perpetuas por un hecho que no cometió.
Hay que agradecer a Hugo Néstor Peña Pupo su feliz idea de investigar los escarnios que sufrieron los aborígenes norteamericanos por parte de las autoridades estadounidenses y su resistencia y lucha para hacer valer sus derechos. Ellos, junto a los mexicanos, fueron los primeros que enfrentaron la expansión territorial del nuevo poder que, de las iniciales trece excolonias inglesas, se convirtió, andando el tiempo, en el imperialismo norteamericano.
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