No pretendo comentar sobre el vestuario, los accesorios o el calzado a los que tradicionalmente se califican con esta denominación. Como ya han inferido, hoy quiero compartir con ustedes algunas ideas sobre las relaciones de la política con la cultura. Permítanme un recuento.
En diciembre pasado, cuando los presidentes Obama y Raúl Castro anunciaron la liberación de los cinco héroes cubanos —prisioneros por más de un decenio en Estados Unidos, alguno con la espada de Damocles de varias cadenas perpetuas— el asombro y la alegría fueron monumentales.
Lo que muy pocos fueron capaces de avizorar siquiera fue la noticia de las negociaciones que se realizaban para el restablecimiento de las relaciones entre ambos países, interrumpidas desde 1961.
Todos sabemos cuánto acoso económico, financiero, empresarial, cultural, político, ideológico y humano sufrieron los cubanos en ese gran intervalo; cuántas heridas están abiertas y cuánta desconfianza y recelo se acumuló en el camino.
Hasta un niño sabe que las escasas noventa millas náuticas que nos separan benefician el comercio y múltiples actividades comunes; que durante los siglos XIX y XX, compartimos en muchos ámbitos y esferas sociales una historia común —aunque no siempre el saldo nos favoreciera— y cuántas familias han sido divididas por ese mar que compartimos.
Este positivo proceso significa un descomunal exponente de madurez política que tributa al diálogo entre dispares en beneficio del derecho internacional, de las relaciones globales y de la soberanía de las naciones.
Los cubanos nos ganamos con mucho sacrificio y mucha dignidad la normalización de las relaciones —una vez se eliminen tantos escollos que se interponen— el respeto a las diferencias y la preservación de nuestra independencia. En eso no hay duda alguna.
El impacto de este suceso histórico en las prácticas artísticas y culturales cotidianas en Cuba, no se ha hecho esperar; pero no siempre es tan positivo.
Desde hace algunos años, la apertura cultural, ideológica y legislativa de nuestro país potenció una visión inclusiva del arte y de la ciudadanía de los cubanos; independientemente de que el lugar de residencia fuera aquí, o allá.
Por ello, Isaac Delgado actualmente ofrece espectáculos en nuestros teatros, se presenta en numerosos proyectos de la televisión estatal, comparte fraternalmente con los músicos que siempre residieron acá y canta ufano varias canciones que proclaman esta realidad, entre ellas La Habana está de moda. Esto es muy bueno.
Por decenios el bloqueo cultural fue demoledor. Nuestras instituciones no tenían finanzas suficientes para comprar los videos de las “estrellas” de la música o la canción y mucho menos para costear su actuación en Cuba. Pero todos sabían que cualquiera que brillara en el firmamento de la Industria Cultural iberoamericana, ponía en riesgo su carrera si osaba visitar o presentarse en Cuba.
En un momento como este, el agradecimiento perpetuo —entre otros— a grandes como Antonio Gades, Alberto Cortés, Danny Rivera o Paco de Lucía; quienes derrocharon valentía y desprendimiento personal compartiendo su arte con los miles de cubanos que colmaron los teatros para verlos, en las numerosas oportunidades que actuaron para nosotros en estos años oscuros.
Con ellos también recordamos aquel soberbio espectáculo por la paz organizado por Juanes en la Plaza de la Revolución habanera hace unos pocos años, donde insignes músicos cubanos compartieron la escena con visitantes foráneos de primer nivel mundial como Olga Tañón, Miguel Bosé y el propio líder de este proyecto cultural internacional.
Sería saludable que ahora, cuando el mercado de las “estrellas” latinas no se afecta por presentarse en Cuba —si bien es cierto que no cobran sus habituales cifras millonarias— pensáramos en homenajear a quienes lo hicieron más de una vez en los momentos cruentos. Gracias a ellos, hoy Jhonny Ventura y otros arriban a nuestro país y reciben junto al reconocimiento y cariño popular, tantos honores.
Muchos más llegarán ahora que La Habana está de moda. Eso es muy bueno pero “lo cortés no quita lo valiente” y la mesura y la gratitud nunca sobran.
Otra arista del fenómeno la observamos en la letra de las canciones de los múltiples cantautores cubanos. De golpe y porrazo, muchas se han colmado de frases en supuesto inglés, en un spanglish chamuscado que a todas vistas se orienta a la práctica de los covers, el mercado anglosajón y los joint ventures acelerados.
Las mismas, además de esparcirse por los teatros y las discotecas, inundan nuestra radio y televisión con un remedo angloparlante de cuestionable calidad lingüística, que en nada enriquece nuestra programación habitual y que deforma la perspectiva de la mejor cultura anglosajona con intenciones muy evidentes. En tanto muchos de estos proyectos se emiten por Cubavisión internacional; fuera de fronteras no quedamos muy bien parados.
En el otro extremo, Digna Guerra y su coro, ganadora con su disco Yes —con excelentes blues y spirituals norteños— de un meritorio premio de Cubadisco, que revela la cara loable de esta moneda en el quehacer cultural común. Aquella que nos hizo compartir antaño a Chano Pozo, el jazz y el feeling, latentes en las raíces de muchos géneros de la música cubana.
El asunto no es cantar en inglés o en español sino hacerlo con autenticidad, sin perder la identidad y la dignidad propias.
Cosas vereis decía Don Quijote de la Mancha. Yo prefiero ver la alegría de compartir la buena cultura latinoamericana, la anglosajona y la cubana en empeños y escenarios comunes dignos, donde cada cual brille con luz propia.
Nuestra cultura y nuestra música se expandieron por el mundo desde siglos pasados nutriendo la cultura de muchas naciones. Con tanta historia, talento y tradición no necesitamos imitaciones baratas de lo foráneo.
Deje un comentario