"Cuba en el imaginario de Estados Unidos"


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Cuba en el imaginario de Estados Unidos, del doctor Louis A. Pérez Jr. (1), es el título del libro publicado por la Editorial Ciencias Sociales, y presentado en la sala Martínez Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Ante todo, habría que destacar —con letras indelebles— los valores históricos, éticos y político-ideológicos que el lector podrá descubrir en esa joya de la literatura especializada.

Dicho volumen examina —entre otras cuestiones de medular interés para el cabal conocimiento de las relaciones entre nuestro archipiélago y el vecino norteño— cómo Estados Unidos penetró en la imaginación de los ciudadanos norteamericanos, a principios del siglo XIX, mediante la utilización de metáforas, con descripciones concebidas y diseñadas en función de sus propios intereses, casi siempre expresados en forma de imperativos morales, en los que el ejercicio del poder se presentaba como un acto benéfico.

El texto se enriquece con 107 ilustraciones de época, que muestran las diversas metáforas empleadas en campañas publicitarias, para dar a conocer a los estadounidenses, y al resto del mundo, su plan imperial de anexarse a la Perla de las Antillas.

La edición cubana se incorpora a la prolífica cosecha de quien es estudioso de Cuba y sus vínculos con Estados Unidos. La publicación de ese libro reviste especial importancia ahora, cuando el restablecimiento de las relaciones diplomáticas genera tantos comentarios, especulaciones, e incluso, no pocas ilusiones.

A ese tema, el de nuestra posición hacia la nación a la que José Martí dedicó reflexiones que siempre tendrán plena vigencia: entre ellas, su recomendación de examinar con ojos judiciales lo que era y habría de ser cuestión determinante para la suerte de nuestra patria, que al decir del venerable padre Félix Varela, debía ser tan libre en lo geográfico como en lo político.

El fundador del periódico Patria era todavía un adolescente cuando Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, descubrió que apoderarse de Cuba era el secreto de la política norteamericana, y que para llevarlo a cabo buscarían el momento más oportuno y las condiciones más propicias. A ese cálculo frío y actitud malévola se referiría Martí, quien conoció de cerca aquella sociedad, porque vivió en el monstruo,  le diseccionó las entrañas y alertó a tiempo el peligro mortal que encerraba para la Llave del Golfo en particular, y para Nuestra América, en general.

La obra del distinguido historiador e investigador, fruto de un conocimiento profundo de la sociedad norteamericana, es el resultado de una meticulosa investigación que abarca todos los sectores: desde la política hasta la vida cotidiana (incluidas las más diversas manifestaciones culturales).

Su lectura puede sorprender a quienes han restringido el tema a las contradicciones coyunturales y desavenencias que enfrentaron a dos buenos vecinos a partir de la Revolución cubana de 1959, el llamado diferendo; eufemismo muy abusado en ambos lados del estrecho de la Florida.

Los hallazgos de las indagaciones realizadas por el autor prueban que se trata de algo mucho más complejo y añejo, anterior al surgimiento de la nación cubana. Su génesis se remonta a los años inmediatamente posteriores a la independencia de las Trece Colonias y ha perdurado —como una constante invariable— a lo largo de más de dos siglos, durante todo el proceso de formación, expansión y desarrollo de Estados Unidos.

La idea morbosa de que Cuba les pertenecía, que su incorporación era necesaria para la existencia misma de la Unión Norteamericana, y en consecuencia, era obligación inevitable decidir el futuro de la mayor isla de las Antillas, es el verdadero punto de partida para entender la dinámica de las relaciones entre los dos países desde entonces hasta hoy.

Esa idea, acompañada de una visión distorsionada de la realidad de Cuba y los cubanos, siempre paternalista y discriminatoria y muchas veces racista, estará presente en los discursos de estadistas y políticos, en editoriales, caricaturas, y artículos periodísticos, en disertaciones académicas, en libros, sermones, poemas y canciones, y  por supuesto, en documentos oficiales y confidenciales.

La pretensión de dominar a Cuba, nítidamente reflejada en estos últimos, requería contar con el apoyo del pueblo norteamericano en el seno del cual siempre hubo y habrá —por los más disímiles motivos— simpatías y vínculos afectivo-espirituales hacia ese mestizo único e irrepetible que vive, ama, crea y sueña en la patria de Varela, Martí y Maceo. Controlar y dirigir la mente de ese hermano pueblo han sido objetivos permanentes para los dueños de Estados Unidos.

El resultado lo resume el profesor Louis A. Pérez, Jr.: «Cuba ocupaba muchos niveles dentro de la imaginación norteamericana, frecuentemente todos a la vez, de ellos casi todos funcionaban al servicio de los intereses de Estados Unidos. La relación norteamericana con Cuba era por sobre todas las cosas servir de instrumento. Cuba y los cubanos eran un medio para alcanzar un fin. Estaban dedicados a ser un medio para satisfacer las necesidades […] y cumplir los intereses [estadounidenses]. Los norteamericanos llegaban a conocer a Cuba principalmente por medio de representaciones que eran por completo de su propia creación, lo cual sugiere que la Cuba que los norteamericanos escogieron para relacionarse era, de hecho, un producto de su propia imaginación y una proyección de sus necesidades. Los norteamericanos rara vez se relacionaban con la realidad cubana en sus propios términos, o como una condición que poseía una lógica interna o con los cubanos como un pueblo con una historia interior, o como una nación que poseía su propio destino. Siempre ha sido así entre Estados Unidos y Cuba».

Ahora, cuando se anuncia un nuevo capítulo en esta larga saga, urge impedir que el olvido cubra de sombras el camino tan dolorosamente recorrido. Porque como advirtiera Cintio Vitier en un texto que hoy y mañana habrá que recordar “en la hora actual de Cuba sabemos que nuestra verdadera fortaleza está en asumir nuestra historia”.

 

 

Nota

(1) Louis A. Pérez, Jr., es doctor en Ciencias, especializado en Historia de Cuba, ocupa la Cátedra J. Carlyle Sitterson de la Facultad de Historia de la Universidad Carolina del Norte, en Chapell Hill, y es miembro de American Historical Association (AHA) y de Latin American Studies Association (LASA).

En la bibliografía de Louis A. Pérez Jr. aparecen varios libros sobre Cuba y, desde 1982, ha realizado trabajos de investigación con la Academia de Ciencias de Cuba y como miembro del Grupo de Trabajo Cuba-EE.UU., el Grupo de Estudios Cubanos de la UNEAC, el Ministerio de Cultura, la Universidad de La Habana y otras instituciones de la isla.

La capitalina Alma Mater le otorgó la distinción académica que se concede a especialistas extranjeros por su aporte a las Humanidades y a las Ciencias Sociales.


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