Cuando el relajo y el antipatriotismo se convirtieron en plagas.
Estrada, un traidor total. Hay entonces tremendo revuelo en La Habana, entre las infelices sacerdotisas del amor rentado. La policía recoge a 447 practicantes del que llaman más viejo oficio, para meterlas en un gueto. Le harán compañía al labrador celestial en su barrio capitalino: San Isidro.
Mientras, el Teatro Tacón lleva a la escena la ópera Hamlet; el Albizu –rebautizado como Teatro Martí--, el clásico español La verbena de la paloma; el Alhambra, La brujería, donde sigue cultivando su continuada afición por lo autóctono.
Federico Villoch, quien siempre hizo periodismo en el teatro, “da el palo” con el asunto de moda, al escribir la zarzuela El Ferrocarril Central. Y comienzan a aparecer anuncios en los telones de boca.
TOLSTOI, AMIGO DE TABAQUEROS. En aquel ya lejano 1902 al cual hoy nos hemos remontado, el alcalde habanero, quien parece no haber tenido más útil tarea que cumplir, ordena que en los paseos de carnaval “tanto los jinetes, como los carruajes, vayan al trote largo o andadura del país”.
La nota tétrica: en Santa Clara ejecutan a dos reos, por asesinato. Y, créalo o no lo crea, aún se utilizaba el garrote, bárbara herencia colonial.
Muere el periodista y conspirador revolucionario Juan Bellido de Luna. También fallece Pedro Estanillo, dueño de las “guaguas de mulos”. (Quizás su corazón de empresario no resistió la competencia del recién inaugurado tranvía).
Los tabaqueros se declaran en huelga. Reciben una nota solidaria nada menos que del conde Tolstoi, el autor de La guerra y la paz.
Y SE FUNDÓ… LO QUE SE FUNDÓ En 1902, año al cual hoy nos hemos trasladado, viene a este mundo la república, a la cual la escritora Renée Méndez Capote dio como sobrenombre “la repútica”. En el primer gabinete no existía un solo mambí, ni un deportado, ni un preso por separatismo. Aquella fauna recorría todo el abanico de los credos reformista y anexionista, y los ratones de trastienda, ex voluntarios, se frotaron las manos, pues aquí no había pasado nada.
Según Ambrosio Fornet, Estrada Palma pretendía evidenciar que “no éramos latinos impacientes, no éramos negros, no éramos antiyanquis, no éramos cubanos. Teníamos que complacer y que justificarnos”.
Nosotros agregamos que Estrada dejó morir de miseria y tuberculosis a la familia de José Martí, y ordenó el asesinato de Quintín Banderas. Doña Leonor, la madre de El Homagno, fue “distinguida” con un cargo de tercera categoría en el Ministerio de Agricultura. Jamás disfrutó de una pensión.
DESILUSIÓN GENERALIZADA. Sí, hoy hemos movido nuestras libres coordenadas de la imaginación hasta 1902, cuando surge la republiquita.
Ante la desilusión aplastante que lo rodea, el dramaturgo, novelista y bibliógrafo José Antonio Ramos califica el momento como “un despertar para morir, un salto en el vacío”.
No le faltaban razones a Ramos para su amargura desencantada, para su afligida angustia. En aquel año, el cónsul norteamericano Braggs, con fachendoso desprecio, pronunció el ultraje de que “a los Estados Unidos les sería más fácil hacer silbar a un rabo de cerdo, que sacar algo bueno de la gentuza de Cuba”.
Esteban Borrero dijo, con horror, que el alma de Cuba estaba amenazada de muerte. Y ese viejo maestro mambí, asqueado, terminaría privándose de la vida, para salir de tanta inmundicia.
Deje un comentario