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"Cuba: Libre. La Utopía secuestrada": Un libro de combate.


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Ernesto Limia Díaz regaló a los lectores cubanos en el 2015 otra excelente y singular obra historiográfica: Cuba Libre: la utopía secuestrada (Casa Editorial Verde Olivo, 2015), que continúa la saga abierta por Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural (Casa Editorial Verde Olivo, 2014). Esta vez el texto comprende una de las etapas más intensas y fundacionales de la historia cubana, desde finales del siglo XVIII hasta el controversial año 1898.

Como lector y estudioso de los libros de este autor, debo comenzar estas líneas señalando que estamos en presencia de un acucioso investigador, ducho en el análisis y la síntesis de la información más oportuna y necesaria. Con un estilo muy propio de historiar, Limia va ganando cada vez más reconocimiento entre los historiadores y el público lector de manera general. Pero como el propio Limia ha expresado, más que para la academia, él escribe para llegar al corazón mismo del pueblo, como reclamara el célebre historiador cubano, Emilio Roig de Leuchesering, en el primer congreso nacional de historia celebrado en 1942. Por eso, no se conforma con el hecho de que el libro permanezca a la venta en los anaqueles de las librerías o dormido en alguna biblioteca, sino que ha salido a poner a dialogar directamente su obra con los públicos. El debate que ha generado —tan necesario en la Cuba de hoy—  ha sido significativo y aleccionador. He sido testigo de ello en varias oportunidades.

Son muchos los méritos de Cuba Libre: la Utopía secuestrada, ya señalados con anterioridad por importantes intelectuales cubanos como Abel Prieto Jiménez, Pedro de la Hoz, Juan Nicolás Padrón, Rafael Acosta de Arriba y Rolando Pérez Betancourt, entre otros. De ahí que solo me limitaré a mencionar los que, en mi opinión, y desde mi perspectiva de historiador, resultan más relevantes.

Después de analizar y explicar, Limia juzga, pero siempre colocándose en el contexto histórico abordado y con la cabeza descubierta. Juzgar desde la distancia puede resultar tan fácil como impropio, si no se captan y tienen en cuenta todas las claves y complejidades de la época. De lo contrario, cómo podría entenderse a la luz de hoy, por solo mencionar algunos ejemplos, la defensa de la esclavitud y los postulados racistas de quienes por otro lado estaban haciendo patria; el origen anexionista de nuestra bandera —limpiada con sangre en las gestas independentistas— o la petición de anexión a los Estados Unidos de los asambleístas de Guáimaro, firmada de muy poca gana por Carlos Manuel de Céspedes, como presidente de la República en Armas. El mismo hombre que con total clarividencia poco después escribiría: “Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez estaré equivocado, pero en mi concepto su Gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y, entretanto, que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; este es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga, sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces y desinteresados”. (1)

Al igual que ocurrió con la bandera, el pensamiento de los mambises cubanos fue limpiándose de espejismos con gran celeridad, alcanzando mayor madurez y radicalidad revolucionaria, a fuerza de sacrificios y los propios desengaños con la actitud del Gobierno de los Estados Unidos hacia la causa independentista cubana. El anexionismo no desaparecería del todo, pero ya sería una corriente minoritaria en las filas insurrectas cubanas. Estos son temas que no deben evitarse, sino enfrentarse con valentía y profundidad en nuestros análisis históricos, antes que regalárselos a otros, que no lo harán siempre con buenas intenciones y bajo la guía de alcanzar la mayor proximidad a la verdad histórica. En Cuba Libre: la utopía secuestrada, Limia toma en este tema —y en otros— el toro por los cuernos. No esquiva tampoco abordar las contradicciones entre las principales figuras de la gesta independentista del decimonónico cubano.

Cuba en la independencia de los Estados Unidos; la sublevación de Aponte en 1812; el proceso de conformación de lo que sería la primera doctrina en política exterior de los Estados Unidos: la llamada doctrina Monroe y el lugar tan señalado que tuvo Cuba en su formulación; las figuras de José de la Luz y Caballero, Carlos Manuel de Céspedes y José Martí; la personalidad de Juan Prim, presidente del Consejo de Ministros de España, quien llegó a emprender una negociación con los mambises que contemplaba la independencia de Cuba; tendencias políticas muy poco abordadas en nuestra literatura histórica como el anexionismo y el autonomismo; el dramático proceso que llevó a la destitución de Céspedes en Bijagual y su posterior muerte en San Lorenzo; el combate ideológico del Apóstol frente al anexionismo y su caída en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895; el espionaje y la diplomacia pública practicada por los Estados Unidos para preparar la intervención en el conflicto cubano-español en 1898, son algunos de los tópicos donde, en mi opinión, el autor logra una mejor simbiosis entre información y profundidad de análisis; trasmitiendo, a su vez, pasión narrativa.

Las relaciones Cuba-Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX es uno de los hilos conductores fundamentales del libro. Aspecto de vital actualidad e importancia en el nuevo contexto de las relaciones entre ambos países anunciado el 17 de diciembre de 2014. Limia muestra una visión mucho más problematizada del tema, al explicar las diversas contradicciones que se dan dentro de las estructuras de poder estadounidenses en cuanto al diseño y la implementación de la política hacia Cuba. Nada que ver con una imagen de actor racional único que en ocasiones hallamos en otras obras. De ahí que mientras tenía lugar la guerra de los Diez Años nos encontremos dentro de la administración de Ulises Grant, a un secretario de Estado como Hamilton Fisch, enemigo jurado de la independencia de Cuba; pero también a un secretario de Guerra como John A. Rawlins, partidario de reconocer la beligerancia de los cubanos. Al mismo tiempo, vemos estas divisiones y diversos enfoques dentro del legislativo norteamericano en la manera de enfocar la política hacia la Mayor de las Antillas.

Creo que es positivo que Limia no solo muestre los rostros y nombres de los enemigos jurados de nuestra independencia en los Estados Unidos —por desdicha las que siempre han prevalecido en la política norteamericana— sino también el de los amigos y simpatizantes de la causa redentora cubana, casi siempre desconocidos en ambos países, en gran medida por no formar parte de la historia de los vencedores.

Dentro de las tesis más infaustas que he escuchado en los últimos tiempos sobre nuestro proceso histórico, está aquella que plantea que “la Revolución en Cuba ha sido un resultado de la clase media burguesa” y para ello se utiliza como argumento el origen pudiente de los hombres que iniciaron la gesta del 68. El libro de Limia demuestra que, si bien es cierto que mucho del liderazgo de nuestras revoluciones en distintos momentos ha salido de las clases acomodadas, las verdades fuerzas motrices de la revolución en Cuba han estado en los sectores más humildes, así lo fue en el siglo XIX y lo sería también el XX. Por otra parte, es cierto que Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera —quien llegó a ser el hombre más rico de Oriente— y otros patricios orientales provenían de la clase terrateniente; sin embargo, terminaron suicidándose como clase al poner no solo su patrimonio, sino hasta su propia vida al servicio de la causa independentista.

Fueron esas posiciones profundamente revolucionarias y altruistas las que exaltara José Martí, el 10 de octubre de 1891, en su histórico discurso en el Hardman Hall, de New York:  “Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo; aquellos propietarios regalones que en la casa tenían su recién nacido y su mujer, y en una hora de transfiguración sublime, se entraron selva adentro, con la estrella a la frente; aquellos letrados entumidos que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la toga tentadora al caballo a pelear; aquellos jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la fortuna salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres; aquellos son carne nuestra, y entrañas y orgullos nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencias y ternura. ¡Y todo el que sirvió es sagrado!”. (2)

Mas tampoco se puede desconocer, como no lo hace el autor de Cuba Libre: la utopía secuestrada, que también una parte significativa de la clase burguesa cubana en el siglo XIX, durante la guerra de 1895, optó por montarse en el carro de la revolución incorporándose a los mandos de la misma y, con ello, imponiendo su ideología en detrimento de las ideas más radicales y revolucionarias dentro del propio mambisado cubano.

Ex autonomistas y anexionistas encubiertos, ocuparon importantes posiciones, sobre todo en el Consejo de Gobierno y en la emigración. Como resultado, se fue produciendo una significativa erosión ideológica. Si podemos decir como Martí, que durante la Guerra de los Diez Años la espada no nos la quitó nadie, o como dice Limia en este libro: “en términos prácticos, lo que no pudieron los españoles lo consiguieron los cubanos: derrocar las revolución” (3), también se puede señalar que durante la Guerra de 1895, sin la presencia de Martí y Maceo —cuyas extemporáneas muertes dejaron un gran vacío ideológico— los mambises cubanos continuaron la contienda; mas a la altura de 1897-1898 iban ganando la guerra, pero no la revolución.

Este es un libro de Historia de Cuba escrito para lectores de cualquier edad, pero de manera especial para los más jóvenes. Su discurso directo, apasionado y de fácil compresión, lo revela. En sus páginas queda demostrado de forma fehaciente que dos han sido los principales enemigos históricos de la nación cubana: los distintos gobiernos de los Estados Unidos y nuestras propias insuficiencias o divisiones a la hora de concebir y llevar a la práctica la revolución. Si bien es un libro que contribuye a la ciencia histórica cubana, su trascendencia fundamental reside en las lecciones que brinda al presente y el futuro de nuestro país.

Termino mis palabras reconociendo la profesionalidad de Limia en la investigación histórica; pero, sobre todo, elogiando su posicionamiento ético-político, algo que algunos historiadores tratan de eludir, con tal de aparentar ser más objetivos. La historia como ciencia no debe jamás convertirse en una propaganda política vaciada de contenido; mas ello no puede conducir a una falsa neutralidad ideológica. Como bien no existe un lenguaje inocente, tampoco existe una historia inocente.

 

 

Notas

(1) Citado por Rolando Rodríguez en: Bajo la piel de la manigua, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996, p.77.

(2) Discurso pronunciado por José Martí el 10 de octubre de 1891 en el Hardman Hall de New York, en: José Martí, Discursos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, p.138.

(3) Ernesto Limia Díaz, Ob.Cit, p.274.


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