Cuba y Puerto Rico: Música una vez más / Por: Emir García Meralla


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HAY QUE EMPEZAR…

 

Son dos islas del Caribe. Para ser más exacto, a las que llaman Antillas Mayores. A una se le conoce como “la llave del Golfo”; a la otra le llaman “la isla del encanto”. El Siglo XX borró la delicada línea de la pertenencia cuando de música se trata. Y los habitantes de estas islas aceptaron esa condición a fuer de saber que entre sus ritmos y músicos hay vasos comunicantes muy fuertes; indestructibles, si se quiere. Todo el Siglo XX fue testigo de esa relación de toma y daca que ni siquiera algunos demiurgos trasnochados trataron de interrumpir.

Enlazar, reunir, convocar y combinar músicos, estilos creativos e interpretativos de estas dos naciones se ha convertido en una constante en los últimos veinte años. Uno de los primeros intentos corrió de la mano del músico cubano José Luis Cortés y el promotor, devenido productor, Eugenio Acosta, en los años noventa cuando organizaron una serie de conciertos que agrupó a importantes músicos de las dos naciones y que tuvieron como peso pesado —entre otros— a la orquesta de Roberto Roena, a Oscar Hernández y Los seis del Solar, y lo que se llamó La Orquesta Nacional de Puerto Rico; un fabuloso todos estrellas de instrumentistas boricuas.

Aquellos conciertos en diversos escenarios habaneros quedaron registrado en los dos volúmenes discográficos titulados: De aquí pa allá y De allá pa acá; que aunque hoy duermen el sueño de los olvidados, son el testimonio de un importante momento en la historia musical cubana.

Junto a ello ocurrían las visitas y las grabaciones esporádicas de músicos boricuas de la talla del pianista Papo Luca, el percusionista Giovanni Hidalgo y el tempranamente desaparecido pianista José Lugo. Igualmente Don Tite Curet Alonso pasaba por La Habana y dejaba temas inéditos a varias agrupaciones cubanas, entre ellas la orquesta de Adalberto Álvarez. Como colofón de esta “puerto rico manía”, el productor discográfico Sergio George comienza a visitar repetidamente Cuba y más que grabar dedica sus energías a incorporarse como invitado a las presentaciones de algunas de las orquestas cubanas de moda en el comienzo de los años dos mil; tal fue el caso de sus presentaciones dos noches seguidas junto a Lázaro Valdés y Bamboleo, y una descarga con Roberto Fonseca en el club de jazz La Zorra y el Cuervo.

Estas son, al menos, las visibles y conocidas expresiones de este constante ir y venir —lo mismo que la corriente del Golfo— entre las dos islas; hasta que para sorpresa de muchos a mediados de este año, BIS MUSIC coproduce el CD Cuba y Puerto Rico: un abrazo musical salsero, el que puede ser considerado, hasta este momento, como el disco más cercano a lo que alguna vez soñaron los padres fundadores del movimiento salsa, allá por los lejanos años sesenta, en las calles de eso que llaman “el barrio” en la ciudad de New York: un real sonido latino en el que las fronteras musicales no fueran un obstáculo. Eso que hoy llaman desde ciertas zonas de la academia: sonidos incluyentes.

Cierto es que en determinados momentos el modo de hacer la música los cubanos estuvo en franca yuxtaposición a lo que ocurría en el resto del continente. Cierto es, además, que el complejo de “tocar como cubanos” es una referencia del pasado. Hubo un movimiento dialecto en la música del continente en el que la integración de los músicos cubanos residentes en Cuba y los que posteriormente emigraron, no fue tan traumática como algunos pudieron pensar; y en ese proceso de integración y reconocimiento mutuo fue fundamental el papel del disco y del casete posteriormente, y del constante ir y venir de músicos de ambas islas, de la coincidencia en determinados espacios sociales y privados, donde más que alternar se generó una fuerte y franca fraternidad musical.

Ahora, en este año 2017, para demostrar hasta dónde esa inclusión —o no exclusión de estilos y modos de hacer—, uno de los más prestigioso productores discográficos de Puerto Rico (Isidro Infante) une fuerzas a uno de los nuestros de alto vuelo (en el caso cubano se trata de José Manuel García Suarez), y generan lo que hoy se puede considerar el disco más equilibrado y conceptualmente más “salsotimbero” de estos tiempos, y que podrá ser un punto de giro para la música popular cubana y la internacionalización del sonido que la ha definido en estos últimos tiempos: la timba.

Isidro Infante es el rey Midas de parte de la carrera de algunas estrellas del mundo salsero en los últimos veinte años, su nombre —junto al de Ángel “Cuco” Peña y Sergio George—, es garantía de éxito, calidad y buena estrella creativa. Ellos son los hombres de una vanguardia musical que revolucionó la música salsa y la (re)colocó justo en el epicentro musical del milenio; cuando amenazaba con perderse en el laberinto de propuestas al estilo fastfood que imponía el mercado en otros géneros y movimientos musicales de nuestro continente.

En esta orilla, José Manuel juntó nombres como Germán Velazco, José Luis Cortés, Emilio Vega, Joaquín Betancourt y otros que haría larga esta relación. Fueron generando un corpus musical que ha integrado y definido, y a su vez expandido, un sonido cubano contemporáneo que ya define el hacer de muchos artistas más allá de las fronteras naturales de esta isla. Lo cubano para ellos es tan local como universal, siempre que implique lo auténtico como ejercicio cotidiano.

Puerto Rico pone la música. Cuba aporta las voces. Es la hora de entrar a los estudios e invocar a los dioses del Caribe; esos que se llaman Miguel Matamoros, Ignacio Piñeiro, Benny Moré; Rafael Hernández, Ismael Rivera y Tite Curet.

Comienza el gozo tanto en la tierra como en el cielo.

 

 

Publicado: 10 de noviembre de 2017.


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