Mi anterior entrega versó sobre algunas zonas de silencio donde la industria discográfica nacional aún nos debe varias producciones. Pero otra arista que se suma a dicha problemática es la tardanza en enviar a fábrica proyectos que llevan años esperando en prolongada anacrusa. Extraordinarios discos danzan en ese limbo inexplicable, dando pasto a la lógica inconformidad de sus protagonistas y, lamentablemente, privando al público de acertadas opciones musicales, mientras ganan terreno otras estéticas con expeditos caminos.
La discografía y sus líneas de diversificación temática deben equilibrar variadas audiencias, a la vez que sedimentar la creación de otras, teniendo en cuenta disímiles factores, y poseer una visión dialéctica del arte y su expansión social.
La conquista de nuevos espacios debe sustentar –o al menos ser regla exquisita– la impecable aplicación en cuestiones como la selección y los gustos, desde lo orgánico y genuinamente autóctono.
Sumémosle una evidente visión pragmática con la que se pueda recuperar la importante comunicación entre el artista y su público, todavía insuficiente, ya que no abundan praxis como la mercadotecnia, la firma de autógrafos, entre otros códigos de comunicación interactiva. En Cuba vemos al artista en tv, pero hay pocos espacios de socialización con sus seguidores para llegar a buen término en esta ecuación. El eslabón natural es la disquera, la cual debe preparar estrategias inteligentes para allanar caminos y no quedar varada en posiciones estáticas o anquilosadas.
Pero Cubadisco no es píldora ni poción mágica que habría de arreglar contradicciones o cabeceos productivos, sino que la razón primordial del evento es su sentido catalizador y aglutinador, que valida, desde perspectivas coherentes, la narrativa fonográfica cubana. Debe ser, entonces, motivo de búsqueda, de oasis al que todo músico desea arribar. Y también productores, directivos, mánagers, publicistas, diseñadores y toda la madeja creativa que se nuclea en torno al fenómeno discográfico.
En ocasiones se pide al evento lo que no exigimos a disqueras, y se debate alrededor de categorías que no son solamente causantes de tales discrepancias, lógicas, por cierto. Pudiéramos coincidir o no en determinadas decisiones que han permeado la historia de Cubadisco, o si estas han sido realmente llamativas y prácticas desde el plano competitivo o cultural, pero sigue siendo el pollo de este arroz el hecho de la selección de obras que llegan cada año a propuesta de las disqueras las que debemos debatir y analizar, con la mirada puesta en esas carencias que aún conviven en nuestro universo discográfico, aunque no musical.
No puede minimizarse la polémica surgida por categorías como Neo Jazz, por ejemplo, donde muchos cultores se preguntan si está claro el mensaje que el evento desea potenciar y legar, y en Cancionística han surgido algunas dudas, pues tienden a confundirse varias fronteras entre géneros, y así han opinado unos y otros. Cubadisco sabrá qué tomar o desechar para futuras ediciones.
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