Disfrutar de las pinturas, dibujos y grabados de Erik Varela Ravelo permite al observador introducirse en una zona de la cultura, la sociedad, la historia y la idiosincrasia insular, desde una mirada audaz, reflexiva y valiente. Amén de la simbología de los colores cálidos del Caribe, presentes en toda su obra, en la producción iconográfica donde trascienden otros íconos que forman parte de un polisémico discurso que parte de significativos valores de cubanidad.
Sus cuadros difunden sentimientos de inquietudes, anhelos, esperanzas, aventuras y venturas de la sociedad contemporánea de la Mayor de las Antillas, características todas que aquilatan el valor espiritual de sus creaciones.
Varios son los elementos pictóricos que acentúan el sentido nacionalista —de pertenencia, diría yo— de sus cuadros, sobre todo los relativos a su ciudad, La Habana, recurrente en sus proyectos, se destacan, en primer lugar, sus alusiones al Malecón, el lugar de mayor socialización en la capital, escenario narrativo donde se ubican muchas de sus historias, expuestas en este inmenso muro de más de 7 kilómetros de largo, uno de los más hermosos entre los existentes en todo el mundo y que serpentea la costa norte del litoral para abarcar los municipios de La Habana Vieja, Centro Habana y Plaza de la Revolución, de los más poblados en esta provincia occidental.
Desde su construcción, el Malecón es frontera, barrera, límite entre el mar y la tierra, entre el aquí y el allá, testigo de amores, separaciones, sueños, partidas sin retorno y nostalgias, motivaciones que inspiran a este creador cuyas tesis van desde la argumentación simple —el primer impacto visual—, hasta complejas disertaciones sobre la existencia y los problemas inherentes a estos tiempos en la Mayor de las Antillas. Para Erik, esta arquitectura que lo vio nacer y crecer constituye más que un símbolo, parte de su formación y desarrollo como hombre, artista y padre.
Asimismo suelen observarse en algunas de sus piezas referentes del Castillo de los Tres Reyes del Morro y su faro —vigía de La Habana—, la más emblemática de las fortalezas cubanas, cuya construcción comenzó en el año 1589 y concluyó en 1630, a cargo del ingeniero militar italiano Juan Bautista Antonelli, en el lado este del canal de acceso al puerto de La Habana. El destello que emana de lo alto de su erguida torre es la primera y la última señal que avizoran quienes arriban al puerto, para quedar permanentemente en el recuerdo de los visitantes y de los que también parten desde esta zona del mar que nos rodea.
Igualmente, la mujer y los paraguas, a los que nos hemos referido ampliamente en otros textos sobre la creación pictórica de Erik, constituyen elementos presentes en el variopinto y rico imaginario de este artífice, en cuyos trabajos predomina el cromatismo y la brillantez del cálido Caribe.
Por sus méritos, en apenas diez años de incursionar en el arte, Erik recibió el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad del Instituto Americano Cultural, de México. Es, además, fundador del Proyecto Cultural Enmarcarte, perteneciente al Fondo Cubano de Bienes Culturales.
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