La danza se puede pensar como crítica activa del
estado silencioso de los cuerpos colonizados.
André Lepecki
Justo cuando las programaciones danzarias en este cálido verano parecieran que se mofan de las altas temperaturas en esos múltiples modos virtuosos de mostrar los cuerpos danzantes, de los habaneros teatros Martí y Nacional, a los escenarios de toda la isla, vuelve la pregunta sobre el desafío que implica “poner el cuerpo” hoy. En este presente de quietudes inquietas, de idas y venidas, de distancias persistentes que nos sitúan en suspenso dentro del panorama de las “artes del cuerpo”, del teatro y la danza como prácticas preferentes de lo escénico. Obvio, reducir el teatro y la danza al terreno de lo escénico no deja de ser reducción del poder del cuerpo en tanto signos, territorio de rebeldía, campo de acción y sensaciones multiplicadas; terreno multivocal desde donde expresar las expansiones de “la construcción y enunciación corporal”. De ahí que nuestras interrogantes también van y vienen en la pluralidad de respuestas. Entre ciencia y arte, entre artistas que tienen el cuerpo como eje productor de significaciones y científicos que entienden el cuerpo como terreno específico de sanación, invención, mejora.
Escucha y parlante en las ocupaciones de quienes ponen su cuerpo en juego cada día y en cada acción, o sea, el de su puesta en significación, en expansión de las arquitectónicas constructivas, enunciativas, de análisis y, también, de necesario ejercicio del criterio.Entonces, si vemos al cuerpo como “medio natural y expedito para experimentar el goce y el dolor”, tendríamos que ser conscientes de que tenemos un cuerpo y también muchos. Y, en esa variedad de posibles, los cuerpos producirán regímenes discursivos y prácticos igualmente diversos; y si nuestra cuestión por/sobre ellos es un enigma aún por resolver, siempre inacabable, volver a la interrogante —¿es el cuerpo un asunto importante como temática? — sería insistir que la certeza no nos acuerpa todavía, que debería ser la constante investigación, probeta y laboratorio de convite transdisciplinar irrenunciable.
Sin desestimar la idea del cuerpo como medio natural y expedito de expresión, de su ser corporeidad dancística, a modo de espacio sobre blanco al que aludiera José Antonio Sánchez, los cuerpos encarnan los códigos y proponen sobre la superficie de sus escenarios la estructura visual necesariamente efímera y performativa que, en el decir de Patricia Cardona, acaricia la progresión de sus metamorfosis permanentes, como si manoseara el ritmo escénico orgánicamente desde la voluntad de avanzar hacia un objetivo. Esta progresión crecería en intensidad y alcanzaría un clímax: el cuerpo pide desenlace.
Solución, consumación, decisión, resultado y alcance para ver al cuerpo más allá de su inmediatez como medio y materia de la danza, como vector que se expande hacia un pensamiento des/colonizado que, al tiempo, revelará cuánta autenticidad hay en la danza cuando es capaz de develar a los cuerpos como posesión del que nada poseía. Proyecto para una danza que se piensa y se instala en el mundo como pensamiento-acción, proponiendo nuevos medios de activación crítica del baile que se sabe y se concibe como acción cambiante (generativa, transformadora) en/sobre/desde el mundo.
Y es ahí donde la multilateralidad de asumir la consciente actitud de que tenemos un cuerpo y muchos en alerta para seducir con sus danzas y bailes lo diverso que aquello que pudiera producir unidad en nuestra danza. En ella toda, por distintos que sean los modos de mostrar sus cuerpos. Unos domados y sometidos bajo regímenes anatómicos, sexuales, raciales, somatotípicos, tecnificados; otros, más esquivos y antinómicos. Y aquellos que se muestran como cuerpos sobre blanco y en blanco; como cuerpos en juego, creativos, presentes, abyectos, tumbo, desmilitarizados, descongojados, desarticulados, desnaturalizados y hasta indisciplinados. Hay otros muy atractivos y honestos, escuálidos y regordetes, on line y fuera de línea. Desplazados y sitiados. Urbanos y rurales. Cortesanos y plebeyos. Restringidos y expandidos. Los híbridos: biónicos, semi-vivos, artificiales, manipulados, los transformados.
Y es que, en el catálogo de lo más diverso de nuestros modos danzantes, igualmente están quienes se conciben como no-cuerpos, no-entidades. Sin olvidar esos que son objeto y sujeto. Los que están a la ofensiva, en performance; los etéreos y los precarios, los imaginados, emergentes, perturbados, erosionados, perforados, tatuados, fotografiados, mutilados, silenciados y parlantes. Cuerpos liminales, cuerpos sin duelo. Cuerpos dolidos, dolientes, indoloros. Los que están en movimiento, in action detenidos, ralentizados, motorizados y hasta mecanizados. Digitales y virtuales. Los reales e irreales, los utópicos, atópicos, ectópicos. Los que están vivos y los que no lo están. Todos y más, las y los innombrables. Y en esa pluralidad de posibles, los cuerpos producirán regímenes discursivos y prácticos igualmente divergentes y convergentes. Y ahí está la grandeza posible de nuestra danza toda. Nótese cuán valedera es la pregunta del cuerpo, asunto importante como temática; hecho para que la danza pueda pensarse como crítica activa del estado silencioso de los cuerpos colonizados e, idénticamente, descolonizados. A ellos volveremos.
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