“El arte tiene un mismo elemento; y sin saberlo, va siempre a un mismo objeto. ?Parte siempre de los hombres; ? va siempre a mejorar a los hombres por la emoción, sin sentir que mejora”.
José Martí
No concibo la vida sin la cultura. Aquella que ennoblece. Expresamente instructiva, estimuladora de la reflexión y el conocimiento de los problemas de la sociedad contemporánea o las remotas rutas de la historia. Crítica sobre sus propias bondades, aciertos o insuficiencias; una cultura que asienta y enaltece los valores de una nación, la nuestra, apegada a los principios del ideario de José Martí y Karl Marx. Un inmenso legado que el pueblo cubano acompaña.
Ante los complejos desafíos de la globalidad se impone releer sus obras, tomar de sus vastos entronques teóricos de acento humanista. Dos grandes pensadores revolucionarios curtidos en la praxis de una vigencia incuestionable, que en Nuestra América toman nuevas formas, nuevos derroteros ante la necesaria unidad.
Hablo de una cultura cuya esencia y sentido se expresa en la síntesis rubricada por José Martí: “Ser culto es el único modo de ser libres”. Y es que no hay libertad plena para el ser humano si sus valores y conductas sociales no están afincados en los saberes que ella nos aporta. En el derecho a una plena igualdad del conocimiento, de un acceso ejemplar a la educación para el desarrollo, donde la lectura como experiencia intelectual es vital para el fortalecimiento renovado de una sociedad pretendidamente ilustrada.
En Cuba conviven de manera orgánica todas las manifestaciones de la cultura. Son las más integradoras aquellas que transitan por las disímiles estelas del audiovisual. De naturaleza apropiadora se define como arte de renovadas estructuras, con plenas capacidades para acoger en sus cimientos, en sus esqueletos, o en sus brazos, lo mejor del pensamiento cubano y universal. De tomar para sí a las otras manifestaciones artísticas, redimensionarlas, socializarlas, hacérnoslas cercanas.
Tras los albores de la Revolución cubana liderada por Fidel, la fundación del ICAIC fue un desafío en un país donde todo estaba por hacer. El Noticiero ICAIC Latinoamericano, dirigido por el genio de Santiago Álvarez, la creciente producción de documentales y obras de ficción, la creación de los Estudios de Animación, de una revista especializada en cine y, en paralelo, una sostenida y cualificada publicación de libros sobre el séptimo arte. Sin dejar de mentar a la Facultad de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte, un espacio académico para la formación de los cineastas, que existe bajo los mismos principios de la educación universitaria cubana. Estos son parte de los signos vitales de una epopeya cultural, presentes en el fragor por el conocimiento.
No menos importante resulta la producción de carteles cinematográficos de vanguardia, con texturas y estéticas propias, aliados de lo producido por una institución fundada por el intelectual y revolucionario cubano Alfredo Guevara. O el Cine Móvil, que llevó ese arte a los más recónditos parajes de la nación sin distingos sociales o visiones excluyentes. Una idea socializadora cuyo antecedente fue la inmensa labor del pueblo, que alfabetizó a buena parte de hombres y mujeres abandonados de los saberes, hasta en el más recóndito lugar de la Isla.
Un abanico de programas dedicados al cine cubano y de otras geografías ha caracterizado en más de 55 años la programación televisiva del país. Sentido de alianzas en favor de las políticas culturales donde el cine es parte medular de todas las artes. Por esa virtud de construir y mostrar la realidad, que todavía resulta insuficiente. También es impostergable el abordaje de la historia, esa que nos enorgullece, nos reafirma como nación, nos sirve de brújula, de punto de partida. Una historia de ejemplares gestas, de irrepetibles hechos.
Un cine que ha de ser siempre asunto de estado, quien tiene la encomienda de garantizar la calidad de las propuestas cinematográficas, de dotarlas con los recursos suficientes para continuar haciendo obras desligadas de las intervenciones foráneas en nuestros guiones, en nuestros sueños. Un arte crítico, revolucionario, que aglutine todas las maneras de hacer, donde confluyan generaciones, estéticas renovadoras, siempre apegadas al diálogo enriquecedor.
A pesar de las complejas condiciones materiales y técnicas de las salas de cine y video del país, la voluntad de promover buen cine en esos socializadores espacios es un hecho. Una renovada programación de obras cinematográficas, cuyo mayor pilar es la oferta de la Cinemateca de Cuba, se complementa con las propuestas, pensadas, particularizadas, eclécticas, de los festivales de cine organizados por el ICAIC y los del gremio.
El prestigioso Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, el Festival de Cine Pobre (creado por el Premio Nacional de Cine Humberto Solás), el Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez In Memoriam y la Muestra de Jóvenes Realizadores, son parte de una amplia red de certámenes cinematográficos empeñados en promover lo mejor de la producción de cada año. Un amplio espectro de propuestas audiovisuales en la que participan también la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y la Asociación Hermanos Saiz.
Todas estas conquistas forjadas en la Revolución persisten por la legitimación de la cultura, por un acceso al cine despojado del elitismo y del impertinente consumo del mercado que ve en cada espacio un valor traducido en dinero, en comprar y vender como modelo de éxito.
Nuestra gran obra tiene sus propios retos. Seguir siendo un arte revolucionario, agudo, crítico. Cimentado en los principios de la política cultural de la nación, y a la vez ?que no es poco? ser un vital escenario aportador a la economía, al bienestar social, sin renunciar a los orígenes fundacionales que le dieron un nombre en la geografía latinoamericana y de otras regiones. Un desafío que solo es posible con la complicidad y el protagonismo de los cineastas de todos los tiempos.
Deje un comentario