Dándole a la lengua


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Eladio Secades, una cima del costumbrismo en nuestra prensa, hace décadas que comentó, y lo cito: «El guataca es el comején en el asta de la bandera».

Y, con eso, lo dijo todo. Por lo que tiene de corrosivo para las virtudes cívicas el personaje del adulador, del cual nos libren Dios, Babalú-Ayé y todas las deidades del panteón grecorromano.

Pero… ¿de dónde salió esa palabrita, guataca, y sus asociadas, guataquear y guataquería? 

Dígase, en primer lugar, que guataca es cubanismo para designar a la oreja. Así, en lugar de referirnos a «la base del pabellón auricular», los cubanos hablamos del «tronco de la guataca». Pero esta vertiente del asunto no tiene relación con el hilo de nuestra croniquilla.

Sí se conecta con nuestro propósito otra acepción de guataca, como equivalente de azada o azadón. Así, trabajar la tierra de labranza con la guataca, es guataquear. 

Pero sucede que algunos campesinos, para adular a los potentados, les guataqueaban sus tierras gratuitamente. Y ahora sí llegamos al meollo del asunto. A quienes tal hacían, se dijo que eran guatacas, y que le guataqueban al terrateniente.

Por lo pronto, amigo que me lees, ¡cuídate siempre de esos profesionales de la lisonja! 

 

(1) Su libro El habla popular cubana de hoy recibió el Premio de la Crítica.


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