Las brisas de los Festivales Internacionales de La Habana “Alicia Alonso” traen, cada dos años, a bailarines, coreógrafos y agrupaciones de las más variadas tendencias, quienes con su arte matizan de singular colorido la escena cubana. La 26 edición no es una excepción. Algo que sucede también con los diversos estilos que cruzan ante nuestra vista.
Pasar de lo clásico a lo contemporáneo, de lo contemporáneo al neoclásico, es una tarea ardua. Sin embargo, en las tablas se demuestra que es posible, porque los miembros del Ballet Nacional de Cuba (BNC) están aptos para enfrentar cualquier lenguaje.
María Rovira, quien fundó en 1986 el grupo barcelonés Transit —conocido del público cubano, actuó aquí en l994—, y no deja de crear en esta Isla para diversas agrupaciones danzarias desde entonces, trae en su pulso creativo variadas esencias: de la escuela Cunningham (Nueva York), y de la Volkmangechule de Essen, de Pina Bausch, donde cursó estudios, así como de la técnica de Limón, en ese interminable cambio entre tensión-relajación, de la cultura balletística, y de su tierra: España.
Estos códigos que transitan por la dinámica del movimiento, con un flujo continuo de energías, y la utilización inteligente del ritmo y del espacio, están presentes en Tierra y luna, coreografía que se estrenara en Cuba durante el 16. Festival, en 1998. Hoy, 20 años después, regresó renovada en este 26.
De la mano de una mínima escenografía y un perfecto diseño de vestuario (Ricardo Reymena), unas cortinas, sillas, un buen diseño de luces (Rudy Artiles), y la acertada banda sonora con música de Equis Alfonso, arma esta pieza inspirada en la obra de Federico García Lorca. En Tierra y luna, emerge la raíz hispana, matizada con códigos actuales, valora al extremo las posibilidades del cuerpo de baile, y se levanta sobre un coherente diseño plástico en movimientos masivos, que recepcionan a la perfección los jóvenes bailarines del BNC, liderados por Glenda García/Ariam Arencibia, con mucho tino, a pesar de ser un estilo ajeno a su cotidianeidad.
Un soplo de amor y lirismo espontáneo paseó por el escenario con Isabella Boylston/Aram Bell (Estrellas del American Ballet Theatre, ABT), quienes bordaron a la perfección —baile/interpretación—, el pas de deux Romeo y Julieta, de Kenneth MacMillan y música de Prokofiev, que ellos tradujeron con notas salidas del alma, desatando una de las más sonoras ovaciones de este Festival. Algo que también se produjo al paso de la refrescante coreografía Tres hombres, firmada por los propios intérpretes: Denys Drozdyuk/Joseph Gatti/Daniel Ulbricht (Estrellas del ABT). La música de Astor Piazzolla motiva estos instantes donde ellos hicieron gala de extraordinarias dotes danzarías, de una excelente preparación técnica, ritmo, acción y muchos deseos de bailar, que subió la temperatura de la sala García Lorca del GTH “Alicia Alonso”.
Las llamas de París, pas de deux de la mano de los jóvenes intérpretes Lissi Báez (Cuba)/Jorge Baranic (Ballet de Monterrey, México) motivaron al auditorio por su desenfado y buen hacer en las tablas, mientras que Elizabeth Beyer (Ellison Ballet) y el cubano Daniel Sarabia, en el pas de deux Grand pas classique, sortearon las dificultades, sobresaliendo la labor de la fémina.
Como cierre de esta jornada apareció la suite de Don Quijote, por el BNC, pero sin el brillo acostumbrado que exhibe este alegre clásico, faltó ese “extra” que influye tanto, pero motivó al auditorio. Dani Hernández, como Basilio sumó su elegancia natural a un baile/acompañamiento seguro, junto a Gretel Morejón (Kitri), que tuvo instantes de alto vuelo en su quehacer, pero por debajo de sus posibilidades reconocidas, sobre todo en la coda, que es, sin lugar a dudas, el recuerdo que queda a flor de piel. Bien por los jóvenes Claudia García/Raúl Abreu, en Mercedes/Espada, respectivamente, y el cuerpo de baile, especialmente los toreros que se entregaron con ganas.
La Orquesta Sinfónica del GTH “Alicia Alonso”, dirigida por el maestro Giovanni Duarte, que hasta ese momento había sonado a la perfección en el 26. Festival, tuvo altas y bajas en esa función, al encarar la hermosa partitura de Minkus, lo que también resta en el desempeño de los intérpretes. De todas formas, fue otra función agradable de este Festival.
GISELLE EN EL TEATRO NACIONAL
Compañías, bailarines y estrellas brillan en estos festivales de La Habana, unos con más intensidad que otros.
Dos actos inolvidables del clásico acercaron a dos célebres bailarines nuestros: Sadaise Arencibia/Rolando Sarabia, en los protagónicos de Giselle/Albrecht, quienes regalaron una hermosa función en el comienzo del clásico Giselle que ocupará la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba.
Ella, con extrema elegancia y tal precisión de gestos ofreció un desempeño, en ambos actos, digno de todo elogio, fue la terrenal campesina, en el primero y una etérea willi, en el segundo, y, en general, regaló una función para el recuerdo.
A su lado, Rolando Sarabia, aunque el tiempo ha pasado, amén de los problemas con ciertas lesiones, sigue enérgico, se siente en escena. Su Albrecht fue hacia afuera, estableció una fuerte comunicación con el público, y se fundió en un todo con su compañera, aunque, en algunos instantes, y sobre todo en el final, fue quizá demasiado intenso en su expresión de dolor por la pérdida de su amor, cruzó límites.
La reina de las willis de la juvenil y hermosa bailarina que es Chavela Riera, provista de unas condiciones excepcionales, dejó gratas huellas en el difícil papel que fue reconocido por el auditorio. La Bathilde (Ginett Moncho) se siente en la escena con fuerza con su personalidad, pone en juego el drama de la obra, mientras que la madre, muy bien interpretada por la joven Ely Regina, que ha dejado huellas ya en él, tuvo como hándicap el poco favorecedor maquillaje, que indudablemente resta al trabajo.
El cuerpo de baile fue un protagonista seguro, especialmente en ese segundo acto que borda a la perfección con su ejecución, y que recibe, como premio, largas y grandes ovaciones en muchos momentos.
Giselle, es una joya del BNC, tiene su historia.
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