Danzones, boleros y otras travesuras decembrinas


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Diciembre ha comenzado. Es el mes que desde su primer día hasta el último las familias siempre encuentran un motivo para acercarse, felicitarse y reunirse. En el caso de la mía, abril le suele hacer competencia. Curiosamente aquellos que conocí como “los horcones” casi todos celebraban sus fiestas personales y patronales en diciembre; mientras que nosotros los de la segunda y tercera generación –es la mía—coincidimos en abril.

Mis abuelos paternos nacieron los días tres y cuatro de diciembre del mismo año en que Antonio María Romeu hubo de introducir el piano en el Danzón, es decir el año 1918, en la ciudad de Santiago de Cuba. Los maternos también son nacidos en diciembre, solo que los días veintidós él y el veintisiete ella;  en Mariel él y en el poblado de Rincón ella. Mis primas mayores llegaron a este mundo una el día cinco y la otra el día treinta y uno. En resumen, en diciembre mi familia no paraba de fiestear. Y coincidentemente mi madre nació un veinte de diciembre.

Entre los colaterales cercanos a la familia había algunos que también celebraban onomástico en diciembre. Uno de ellos era Barbarito Diez. Si, así como lo cuento. Barbarito Diez, la voz de oro del danzón, era “un colateral de mi familia”, pues además de las fiestas personales --el día cuatro-- estaba el hecho de que se iniciaron en la fraternidad masónica el mismo año y en la misma logia. Curiosamente fue en el mes de abril.

Mis abuelas no ocultaban su devoción por Santa Bárbara, a quien llamaban changó cuando las cosas se calentaban en la familia o antes de tomar el toro por los cuernos y someternos a todos a un fuerte regaño.

De ellas aprendí el gusto por los danzones, aunque fueron mis abuelos los que me presentaron en la infancia a Barbarito Diez cierto día en que le visitamos en su casa.

Con el paso de los años, la escucha de discos y otras influencias, me convertí en un devoto de aquellas canciones que cantaba Barbarito, tanto que logré conseguir casi todos sus discos y aprenderme de memoria muchas de sus canciones; sobre todo La cleptómana que era la preferida de mis abuelas. Aunque el bolero Idolatría es mi preferido.

Mis abuelos eran un caso aparte en el tema de la música. El paterno nunca ocultó su admiración por Abelardo Barroso y para molestar a la familia se permitía cantar con toda la desafinación posible e imaginable el tema El huerfanito y alardeaba de haberlo hecho junto a Barroso. Mi abuelo materno era más dado a escuchar a Panchito Riset y solo murmuraba cuando este interpretaba el tema Llanto de luna.

 Se comprenderá entonces que el viejo tocadiscos familiar, marca RCA de alta fidelidad y del que se sentían orgullosos, se calentara lo suficiente después de trabajar cada uno de esos días desde la mañana a la noche.

Con el paso de los años fui conociendo y compartiendo con personas nacidas en diciembre e incluso que sus fechas religiosas estaban vinculadas a este mes. Uno de ellos fue el guitarrista Nelson Díaz, el nieto del trovador Tirso e hijo del filinero Ángel Díaz.

Nelson estaba emparentado con el pianista cubano Alfredo Rodríguez, el mismo que por años fue figura central del mundo del jazz francés junto al compositor Michelle Legrand. Alfredo; además de cumplir el día cuatro de diciembre y haber sido iniciado en la santería ese mismo día y que era uno de los padrinos de Nelson; solía viajar a Cuba en esas fechas para estar con su familia y reunirse con los pocos amigos que le quedaban en ese entonces, entre ellos uno de mis tíos maternos.

Así llegó Nelson a una de aquellas fiestas del día cuatro y no venía solo, le acompañaba su guitarra. En ese entonces, mediados de los años setenta, era considerado como uno de los mejores guitarristas acompañantes  de todas las grandes figuras de la canción de entonces; honor que compartía con Froilán Amézaga y Martín Rojas. Fue esa noche que por vez primera le escuché cantar muchas de las canciones de su abuelo, las de su padre y otras tantas que volví a escuchar cuando me regaló una copia del disco Tres Díaz de filin en el que coincide con su padre y su hijo Alexander.

Aquel encuentro selló nuestra primaria amistad y me permitió convertirme en una suerte de “sobrino suyo” cuando se trataba de ir al Pico Blanco en las noches a escuchar a las figuras del filin. Fue él quien me presentó a Ela Calvo, a Cari de Castro, y me aconsejó ir a las peñas que se hacían en casa de Yoya o la del gordo Julio, las dos en Centro Habana. Fue por él, igualmente, que supe de las peñas en su casa materna a las que nunca pude asistir bien fuera por la edad o la lejanía.

Con el paso de los años me quedó la costumbre de felicitarlo el día de su cumpleaños y hasta alguna vez me invitó a una de las descargas que organizaban en casa de los hermanos de Alfredo que vivían en Playa cerca de la casa de mis padres y la suya; en una de aquellas celebraciones fue que descubrí que su hermano Issac Delgado también cantaba boleros, sólo que combinando la influencia de Pacho Alonso y  Cheo Feliciano. Nelson ese día volvió a tomar entre sus manos la guitarra y su cara era de satisfacción, tanto que se atrevió a cantar algunas canciones que le habían impresionado a lo largo de su vida. Sobre todo, una llamada Vieja Luna que, según contó le cantaba su abuela para dormirlo; y como tenía la guitarra entre sus manos y estaba inspirado cantó Rosa mustia de su padre y Mi ayer de Ñico Rojas. Era el mes de diciembre.

Diciembre continúa siendo un mes importante en mi vida. Algunos de los protagonistas de esas historias que enriquecieron y formaron mis recuerdos no están físicamente, (entre ellos Nelson que murió coincidentemente en diciembre) pero gravitan sobre mi vida todos los días de este mes, lo mismo que esos danzones y boleros que he tratado de legar a mis hijos y que en honor a todos ellos escucho cada uno de esos días.

Ellos, mis hijos, me saben comprender y he llegado a pensar por momentos, que algún día, llegarán a cantarlos con el mismo nivel de desafinación que uno de mis abuelos los cantaba estos días de diciembre.


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