El arte, no caben dudas, es el aspecto de la creatividad humana que más interés provoca, que más polémica desata, que más conmueve. Es al mismo tiempo real y ficticio, racional y paradójico; pero es también el más espontáneo, enriquecedor y estimulante de los actos generados por el impulso creador del Hombre. Y nos enfrenta, además, con realidades inéditas que, tal vez, son más contundentes que aquellas que saturan nuestra cotidianeidad. El arte instaura otra realidad que el creador impone a partir de sus experiencias, visiones y pasiones.
Hay tanto por decir y hacer, que la vida es un inmenso campo de investigación, donde el artista saca materia prima para sus obras… De tantos elementos barajados en la realidad, el silencio fue seleccionado por él para reflexionar, discursar y crear… Y llega a ser tan sonoro y musical que hasta se puede “danzar” como lo describió, con ese verbo, personal e incisivo, José Lezama Lima al dedicarle un libro a un amigo: “...según la lección de Nietzsche, que toda idea tiene que ser bailada; entonces lograremos bailar el silencio y la música estelar…”.
Conjugando la inmensidad de esa palabra y todo lo que ella puede abarcar y decir, el artista David Velázquez la mueve a su antojo en la exposición Epigramas del silencio, que hasta finales de diciembre ocupará los espacios de la galería Génesis, en el edificio Beijing (Centro de Negocios de Miramar). En ella él demuestra que también se puede… pintar.
En esta suerte de cuentos pictóricos-objetuales que viene creando en los últimos tiempos, el espectador minucioso podrá observar que una variedad de conceptos/realidades pasean en las exposiciones de David Velázquez (La Habana, 1976). Mirando atrás podemos “atrapar” que la mentira fue tema protagonista de muestras como Migraciones de sueños, se abrió durante la 11na. Bienal de La Habana (Complejo Morro-Cabaña), y hace poco más de un año, Todos somos culpables (Galería Servando Cabrera), donde había una diversidad de piezas que respiraban desde el dibujo/pintura/objeto escultórico/cerámicas…, la brújula artística marcaba con fuerza el conocido cuento del italiano Carlo Collodi: Las aventuras de Pinocho; pues David, tal como el carpintero Geppetto encontró al famoso personaje, y, particularmente su nariz para reflexionar y hacernos pensar acerca de la mentira.
En Epigramas… - “inscribe” sobre variadas superficies y de la mano de diversos materiales-, sentimientos/ideas/experiencias (como ser humano en plural), en ingeniosas composiciones e imágenes conjugadas de forma inteligente y mordaz, para regalarnos una sátira de la vida del hombre contemporáneo, en cualquier parte. Si buscamos el término que titula la muestra, en el diccionario, veremos que nos da las claves de sus intenciones artísticas.
A partir de elementos que suma siempre en sus creaciones: barro, pintura, lápiz, sogas, madera…, David Velázquez –graduado en Licenciatura en Estudios Socioculturales, Universidad de La Habana, de la Escuela Nacional de Artesanía-, conforma una amalgama/mezcla, no solo de estos “ingredientes”, sino también de ideas y tiempo vivido. Los pensamientos fluyen desde el silencio mental para marcar aquí los códigos artísticos y salir a flote, desde ese otro silencio que nos acerca el arte visual. Sin palabras, pues, construye puentes para concretar sentimientos humanos que a veces pasan sin llegar a realizarse de la manera que sea. El, sonoramente descubre (pinta) realidades inherentes al hombre.
Y “salpica” los trabajos con ideas ambiguas que, por momentos invierten el sentido de las cosas, o enmascara otras, instante en el que se entronca con visiones similares en anteriores muestras. ¿Callar no es una manera de camuflar la verdad? Pero David, como parte de la raza humana regresa en primera persona, algo ya habitual en sus creaciones, y participa como protagonista en las historias. Ya sea su silueta marcada en los lienzos, delineada por el pincel, y su rostro otra vez grabado en mascarillas que “viste” de barro. Ellas constituyen una prueba fehaciente: él piensa en el silencio y lo dibuja…
Con inteligencia, tino, espontaneidad y sinceridad conforma su obra donde emerge también cierto aliento “ingenuo” que traspasa o violenta las barreras entre lo culto y lo popular para exponer realidades y pensamientos que se mueven más allá de la calle y los libros, en lo más profundo de todos nosotros. Sin desdeñar ciertos tintes de ese común denominador que nos mueve: el humor. Todo ello vibra en medio de escenografías armadas con una línea sencilla y tonalidades sobrias que se mueven entre los tierras, ocres, negros…, donde a veces confluye el volumen de elementos naturales que enriquecen de textura su obra. Porque el artista no quiere distraer la atención y tampoco asombrar a nadie con las tonalidades. Solo hacer “visible” el silencio y la multiplicidad de coordenadas conceptuales que puede mover el vocablo, y lo que encierra adentro.
David hace preguntas, da respuestas, enfoca realidades: las polémicas del universo actual, la incertidumbre del ser humano, en todo el mundo, por el futuro…, y tantas otras. Porque sus piezas están, como subraya Isabel María Pérez, en las palabras del catálogo: “pletóricas de sugerencias, y a la vez diáfanas, que apelan inexorablemente a indagar nuestra experiencia personal. Imágenes poderosas, resueltas con sagaz economía de recursos, donde el material empleado cobra estratégica preeminencia… Vistas desde esa perspectiva, las obras que integran esta serie se configuran como sutiles epigramas del silencio. Inscripciones que testimonian un mutismo irreverente, teatral, insolente. Probablemente sean también testimonios del paso del tiempo, de la finitud de ciertas quimeras y del eterno dilema entre la indiferencia y la beligerancia.”
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