Siempre he abrigado la sospecha –que cada día se torna más en convicción-- de que hay quienes poseen una característica, quizás tatuada en su ADN, que los obliga a ser buenas personas: alegrarse más de los éxitos de los amigos que de los propios.
Sí, los seguidores de dos criterios que el rey-sabio Salomón vierte en sus Proverbios. El primero: “La envidia es carcoma de los huesos”. El otro: “Amigo hay, más que hermano”.
Que me perdone la Señora Modestia, pero yo me incluyo en la tropa de esos escogidos por Jehová de los Ejércitos.
El reciente galardón especial recibido por el hermanísimo Carlos Padrón en el Caricato –por su trayectoria de vida- me puso de fiestanga, mientras me tentaba a cerrar la cuadra, para sumar a la comunidad a mi euforia.
Con toda la justicia del mundo, unánimemente se reconoce a Carlitos como al brillantísimo actor. Otros, en su calidad de talentoso dramaturgo.
Pero hay mucho más. Cuando, a las tres de la mañana, necesito saber cuántas fueron las bajas en la colosal batalla de Las Guásimas, marco su número telefónico y, a través de una voz soñolienta y malhumorada, obtengo el dato ansiado. (En tal materia, sólo compite con él su coterráneo Rafelito Taquechel).
Tuve el honor inconmensurable de presentar cuatro veces –dos en La Habana, una en Guantánamo, otra en su natal Chago- su libro Franceses en el sudoriente cubano, una evidencia de lo que puede esa labor benedictina de hormiga investigadora.
Porque este cofrade, un cubanazo demócrata, criado en el aristocrático reparto Vista Alegre, es un enamorado del pasado patrio, que mucho me hace recordar –por erudición y jodedera cubiche- a su paisano Emilio Bacardí Moreau.
Un personaje de leyenda que declara no ser “ni burócrata ni funcionario, sino ¡artista!”. Ése que “si pudiera renacer, volvería a ser hereje”.
Ya saben. Batamos palmas por el hermano galardonado.
Yo, por mi parte, ando buscando sogas, previa autorización de la PNR, para cerrar la cuadra y celebrar, junto a toda la gente bien nacida -la que tiene el ADN sin retorcimientos--, el éxito ajeno y a la vez tan entrañablemente cercano.
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