Cuenta una de las tantas narraciones yorubas acerca de la creación del mundo que, en un período en que la tierra estaba cubierta toda de agua, Olodumare envió a una comisión desde el cielo (Orun) para crear Ayé (el mundo). Entre los 16 enviados por Olodumare se encontraba Obatalá, también llamado Orisa Nlá, el escultor divino, el que le dio forma humana al hombre y también su inteligencia.
Según el Odu Osa Meyi, cuando Obatalá llegó a la tierra, al Algodón le tocó el gran privilegio de vestirlo debido a su suavidad y blancura. Obatalá lo consideró su casa.
Ou (el Algodón), consciente de la misión que le había sido asignada, se esmeraba en cumplirla con total responsabilidad y envolvía con amor a Obatalá, el Oba mayor que no podía exponerse a la intemperie, ni sufrir el calor ni el deslumbramiento de la luz solar.
Shenugo (el Cardenal) era un ser imperativo, caprichoso y jactancioso, deseoso siempre de hacer lo que le diera la gana, gustoso de meterse en los asuntos ajenos y con gran delirio de grandeza. Él se creía que todo lo sabía, que todo lo merecía y que tenía la razón en todo. Era cabeza dura y soberbio.
Por tal de contar con la gloria que tenía el Algodón de vestir a la divinidad suprema, Shenugo era capaz de dejarse arrancar una de sus bellísimas plumas con las que creía deslucir a Agbeyami (el pavo real), al Quetzal y a otros muchos pájaros de hermoso plumaje. Era tanta su envidia que estaba dispuesto a renunciar a su desmedido afán de ser el rey de todos los pájaros.
Como no lograba alcanzar sus criminales propósitos y una de sus características era siempre ganar, el Cardenal, a quien le habían dicho que nunca se confabulara con nadie para hacer daño a otros, un día reunió a los demás pájaros para buscar la forma de acabar con el protector y protegido de Obatalá.
Ellos fueron a hablar con el sol, la luna, el viento y el agua para destruir al Algodón.
Ou, quién no reconoce diferencias entre pobres ni ricos, jóvenes y viejos, príncipes y esclavos, para él todos los humanos son iguales; en una ocasión descubrió con gran desgano y dolor como el gusano Locaré picaba sus raíces, el sol con su insoportable calor no dejaba de molestarlo, la intensa lluvia trataba de destruirlo, el violento viento (afefe) trataba de arrancarlo de cuajo de la tierra y por la noche la luna helada intentaba matarlo de frío.
El Algodón muy preocupado fue a hacerse Osodé con Orunmila, quien al registrarlo le vio este Ifá:
- Aquí todo está en el aire, sentenció el Oráculo. Un ser poderoso y suspicaz está luchando contra usted. Le han levantado falsos testimonios y sus enemigos tratan de destruirlo por envidia. Debe tener calma y no protestar. Tiene que hacer ebó y llevarlo a la cabecera de una loma.
Ou hizo el ebó con abó (carnero), dos akukó (gayos), dos etu (gallinas de guinea) y caracoles.
Resultó que unos días después cuando el dueño del color blanco bajaba de una oke (montaña), tropezó con el ebó y se manchó la ropa.
- ¿Quién habrá sido el atrevido que osó ensuciar mi camino? Se preguntó Orisa Nlá.
Eleguá, siempre Eleguá, hizo su aparición y le advirtió que aquello era un ebó.
Justo en esos momentos pasaban los pájaros y acusaron al Algodón.
Obatalá molesto se dirigió en busca de Ou, pero éste, que había sido advertido por Orunmila de la gran traición de sus enemigos, le salió al paso, se arrodilló delante de él y le dijo:
-Babá, he sido yo quien puso el ebó en su camino por mandato de Orunmila para librarme de mis enemigos, un grupo de pájaros que reunieron para acabar con mi vida por el sólo hecho de ser su capa blanca.
- Hijo, tú no tienes necesidad de hacer ningún sacrifico. Por tu espiritualidad y la gran entidad que te acompaña estás destinado siempre a vencer, dijo Obatalá quien se percató del porqué el día anterior había sentido tanto calor, una lluvia tan intensa había caído, el viento soplado con tanta fuerza y un frío inmenso azotado la noche.
- Hiciste bien en ir a ver a Orula hijo mío, pero ten la seguridad de que a partir de ahora los pájaros no volverán a molestarte ni a ofenderte. Todo el mal que te deseen se volverá contra ellos.
Viendo los pájaros que en poco tiempo el Algodón estaba nuevamente florecido, fueron a picarles a sus hijos y, según lo intentaban caían ciegos a tierra al lesionarse los ojos.
Fue así como Obatalá defendió incondicionalmente a Osa Meyi.
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