Mira hijo, la muerte nunca anuncia el día de su llegada ni la enfermedad el mes, pero Ikú, por mucho que tu corras siempre te agarra. Esto no quiere decir que vivas desarmado ni desprotegido ni que dejes hacer las debidas ofrendas y consagraciones. No quiere decir que dejes de luchar ni de cuidarte, pero recuerda el proverbio yoruba que dice: “La enfermedad puede ser curada, la muerte, no”. Además, la vida es como el vapor en su marmita; tan pronto la destapas, se escapa. Te voy a contar un cuento que me hicieron los mayores para que lo conserves en tu memoria.
En una ocasión Ikú, por mandato de Olofin, salió en busca de un hombre nombrado Ifá Irawó a quien le había llegado la hora de Mimí dáke (morir, expirar).
Después de mucho andar y desandar, Ikú, que descansa, pero no duerme, llegó a un pueblo donde Shangó le había entregado el poder del reino a Orunmila.
En el centro de aquel ilú había un mercado, como en todos los pueblos yorubas, donde se concentraba mucha gente para comprar y deambular.
Allí llegó Ikú y preguntó:
- ¿Quién se llama Ifá Irawó?
Un hombre vestido con capa negra que se encontraba jugando ayó (juego de mesa africano), sin percatarse del peligro que lo acechaba respondió:
-Ifá Irawó me llamo yo, y la muerte se le abalanzó.
La algarabía fue grande, niños y adultos, hombres, mujeres y ancianos comenzaron a gritar y a huir.
Eleguá, que se encontraba cerca y todo lo observaba, intercedió para decirle a Ikú que dejara a ese hombre. Fue el momento que aprovechó Ifá Irawó para espantado salir corriendo evitando cruzar por placeres o maniguas y así no recoger lo malo.
- No importa cuánto corras tú, de cualquier forma, te cogeré, dijo Ikú.
Después de correr y correr y de pasar por una laguna, el hombre de la capa negra, agotado y desencajado, llegó a una casa gritando:
- Auxilio la kakuté me persigue.
- Danque (¿por qué?), preguntaron los señores de la casa.
- Porque quiere que yo fitivó (muera repentinamente).
Los inquilinos asustados, decidieron llevar a aquel desesperado a casa de Orunmila quién vivía cerca de allí.
Orula, aunque estaba cansado de trabajar; consciente de que no es apropiado negarse consultar a un necesitado, decidió atender a Ifá Irawó saliendo este odun. Orunmila le dijo:
- A partir de ahora te llamarás Oyekún Berdura y no dejarás lo seguro por lo inseguro, no deberás visitar a enfermos ni asistir a funerales, pero fíjate bien, no beberás en exceso ni te destacarás en lugares públicos, y diciéndole esto lo mandó a pelar a rape y le entregó una ropa de camuflaje.
Ifá Irawó, ahora con un nuevo nombre, nueva imagen y disfrazado como estaba, se sintió más tranquilo y seguro.
Mientras todo esto ocurría, la muerte en su incesante andar llegó al mismo Ilé donde anteriormente había estado su perseguido. Sin identificarse pidió un vaso un vaso de agua para calmar su sed y preguntó:
- ¿Han visto pasar por aquí a un señor canoso vestido con capa negra?
Los habitantes del lugar aterrorizados negaron haberlo visto.
Transcurrieron varios días. Una noche, varios amigos llegaron a casa de Oyekún Berdura y lo invitaron a darse unos tragos.
Ikú, en su constante peregrinar, de repente, escuchó un toque de tambores y raudo y veloz se dirigió hacia el lugar de donde provenía la música. Agotado y desconsolado se dijo para sí. “No puedo irme con las manos vacías, tengo que cumplir con el mandato de Olofin, si no me llevo a Ifá Irawó me llevo a otro”.
La muerte al llegar a la fiesta se encontró a un hombre bailando solo y pelado al coco. La gente lo rodeaba y aclamaba.
- A este mismo me llevó yo, y diciendo esto lo abrazó y se lo llevó ante una multitud despavorida.
Cuando Ikú, sin saber a quién se llevaba, llegó ante Olofin exclamó:
- Padre, he vagado por muchos pueblos para cumplir su encargo y estoy fatigado y apenado con usted, pero esto es lo único que he podido traer.
- No tienes de qué lamentarte, me has traído a quien estaba destinado. Este hombre es Ifá Irawó. Se cumplió mi profecía. Dijo Olofin.
To iban eshu.
Deje un comentario