En el siglo XIX el alcalde Prado, tras largos años de ejercer ese cargo en la Villa de los Pilongos, dejó a su paso el recuerdo de una severa inflexibilidad.
Los villaclareños, vecinos de una ciudad encajonada entre las lomas de Capiro, Cerro Calvo y Peña Blanca, siempre estaban quejándose del calor. Para combatirlo, solían salir al portal con menos ropa que la exigida por el pudor. Y esto reventaba la paciencia del alcalde Prado.
Una noche, cierta pareja de enamorados colmó la copa.
No contentos con salir en las vestiduras que trajeron al mundo, se dedicaron a acariciarse mutuamente con desaforado entusiasmo.
Prado, quien andaba de ronda, les dio el “alto, quién vive”, a lo cual ellos, que pertenecían al gremio de los graciosos, le contestaron:
--Adán y Eva.
Entonces la voz del alcalde atronó en la noche:
--Así que aquí tenemos a Adán y a Eva, desnuditos como antes del pecado original. Muy bien, pero no están en el sitio que les corresponde. Vengan, que yo los voy a llevar al Paraíso.
Y aquella noche la pareja de graciosos durmió en el vivac, imposibilitados de seguir disfrutando de la fruta del Edén.
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