I
La poesía, según tuve a bien leer alguna vez, es el arte de bien decir las cosas con un sentido lógico. Tal vez la definición es anterior a las Rimas de Bécquer, a los poemas de amor de José Martí y a la impronta juvenil de los Veinte poemas de Amor y una canción desesperada de Pablo Neruda. La poesía, bien se puede decir, es la suma de todos los estados conocidos de los hombres, si y solo sí los mueve el amor.
La poesía de por sí puede pasar de la belleza a la más rutilante cursilería. Es por ello que quienes se aventuran a las antologías son los grandes artesanos de la lira. En ese paso, que bien puede ser en falso o puede ser de gloria; la música es una compañera inseparable. Es por tal causa que a cada escuela o estilo musical ha correspondido una forma de hacer poesía y han existido poetas para cantarlos. Así ha ocurrido desde siempre; sin embargo, ha sido el amor la fuente inagotable de la que se han nutrido músicos y poetas.
En ese buscar un poema con que agasajar mis tardes de lectura y/o amor desesperado, una amiga recitó un verso que me obligó a una reflexión fugaz pero trascendente: “…cuando yo te besé/se detuvo mi vida…”. Y acto seguido me entregó una tarjeta postal contentiva de un disco donde poesía, música y voz se fundían. Mi amiga había sido un amor de los años de estudiante primero y de la convergencia vital después. Hubo tiempos en que nos refugiábamos en abrazos y amor desolado para ocultarnos de nuestra soledad; para escapar de esa prisión barata y cruel que impone por momentos la vida y el desamor. Mi amiga me pidió que guardara aquella tarjeta y su disco como prueba de un amor, que no por vivido ha sido confesado y que estaba culminando, esta vez definitivamente.
II
Indefinidas confesiones, así han titulado al CD que contiene la tarjeta y que combina la poesía de Antonio Guerrero; Ibrahím Friol declamando, y las voces de Augusto Blanca junto a Vicente Feliu. Pero si no bastara musicalmente compromete el talento de Miguel Núñez, Osmany Collado y Emilio Vega junto a la guitarra de Raúl “el chino” Verdecía y la sabiduría de Pepe Ordaz en el tres.
Permitan que comente que esta es mi primera aproximación a la poesía de Antonio Guerrero, no así a la música de Emilio Vega o Miguel Núñez —nombres a tener en cuenta para contar coherentemente la historia de la música hecha por una generación nacida en los años sesenta y a los que corresponde parte importante del presente y futuro musical que nos rodea y que debe ser estudiado—; por su parte Augusto, Vicente y Pepe constituyen la suma de dos generaciones de integrantes de la Nueva Trova; la misma que entendió la poesía coloquial y comprometida que movilizó generaciones en los años sesenta y setenta y que aún duerme en la memoria de los hombres de hoy (los de entonces que no son los mismos), son los hijos de Trilce y de Canto de la tierra. En el caso de Ibrahím Friol es un viejo amigo de otros andares que un día me sorprendió cuando escuche su voz en la radio.
Con estos elementos y un dolor de amor perdido dediqué algunos minutos a escuchar las confesiones indefinidas o no que propone BIS MUSIC. Lo primero que evoca en mi memoria este CD es aquella colección hecha por Casa de las Américas y la EGREM, hace ya más de cuarenta años y que respondía al nombre de Palabra Viva, en la que los autores leían sus textos; bien pudiera ser un capítulo de una novela o simplemente fragmentos de un poemario. Por ella conocimos profundamente a Mario Benedetti, a Roque Daltón, a Juan Gelman, entre otras voces de la poética latina del pasado siglo. Mas aquella colección un buen día dejo de existir —nadie ha dicho ni sabe por qué— y solo quedó de refugio para la buena poesía un espacio radial que todos los mediodías combinaba noticias de proezas laborales con una selección de poemas de amor, sobre todo de esa poesía contemporánea que nos había enseñado aquella colección.
Había otro espacio para la poesía. Estaba en algunos cabarets de La Habana donde Walterio Núñez era el anfitrión. Allí entre tragos y miradas lascivas a las bailarinas aquel declamador lograba total atención, mientras recitaba de un golpe los poemas de Neruda o de Amado Nervo (y todavía en los años noventa un oscuro personaje del turismo no supo entender que el Cabaret es cultura y decretó su muerte) y el silencio y las manos entrelazadas eran señales de aprobación masiva.
Pero Walterio, los cabarets y el espacio radial desaparecieron un buen día porque algún demiurgo no supo entender el valor de un alejandrino o consideró los endecasílabos una mala palabra o una ofensa a las buenas costumbres. Los hijos de Millán Astray nacen en cualquier ciudad del mundo.
Salvando las justas distancia, entre poeta, declamador y música, Indefinidas confesiones; nos regresa por el camino del romance en tiempos de despersonalización de las relaciones humanas, un romance donde la voz no es la del poeta, sino la del declamador que asume el tropos humano y existencial de un hombre que se desgarra, que se confiesa impotente ante el amor la vida y la soledad —marcas justas de todo el que ama—; una soledad que no quiere compartir (egoísmo de todo poeta, agradecible entonces) y que aun así está dispuesto a continuar la búsqueda de eso que siempre ha querido: su alma gemela (en otros tiempos le hubiéramos llamado el objeto de su deseo, pero el género impone límites a la expresión).
Admirable es la honestidad con que el declamador (Ibrahím) asume la voz de un poeta y se apropia de sus emociones, frustraciones y deseos; sin embargo, por momentos su voz nos llega engolada, sobreactuada y no es fruto de las emociones contenidas, se trata de un vicio de la radio que solo el tiempo cura; pero ello no hace mella grave en el resultado final del producto.
De voces y música no quisiera volver sobre caminos trillado. Quizás por el aquello de “que de los amigos no se habla”. Prefiero tomar partido por el diseño donde la sobriedad se impone y es el mismo poeta/autor/ausente quien propone lo que será la portada de esta postal/disco y nos muestra a “ella sentada desnuda antes de partir”; a punto de llevarse su alma.
III
Soy un hombre que en estos tiempos tiene un mal de amores. Ella, la otra de mis sueños y de mi hombradía constante, se ha marchado; son los tiempos, esta vez soy “el otro”, el abandonado y al que han dejado un poema y un beso de despedida.
Tiene razón el poeta, ella me ha besado, se lleva parte de una vida que disfrute y con su beso se ha detenido mi vida. Es la hora de partir; oh, abandonado…
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