Recientemente llegaron a mis manos las páginas de un libro pendiente de publicar por la editorial José Martí, cuyo autor fue un viejo compañero del servicio diplomático y del cual supe se encuentra padeciendo de una triste enfermedad.
Para mí fue una verdadera sorpresa saber del estado de Marcelino. Lo conocí alto de estatura, fuerte, enérgico, lleno siempre de contagioso entusiasmo, de brillante voz y fluida palabra; martiano, maceista, marxista y fidelista. Conocía de sus inclinaciones intelectuales, no así de sus virtudes como acucioso investigador. Al ver el título de la obra confieso que al principio me extrañó: Un punto de vista histórico sobre el proceso de integración racial en Cuba, pero al leer sus recuerdos sobre la discriminación y segregación racial enseguida me percaté de todo.
Pero bueno, vayamos a la esencia de mi comentario. Resulta que una parte del enjundioso tratado Marcelino relata algo que llamó mi atención sobre la interrelación de las causas que, entre otras, explican de cierto modo el pensamiento antirracista de Martí y de Fidel.
“Fidel Castro —relata Marcelino— era bien conocido por los descendientes de africanos antes del 26 de julio de 1953, por su participación como abogado en las luchas sociales de las capas populares en el barrio habanero La Dionisia, por su actividad en el Comité Universitario de Lucha Contra la Discriminación Racial, y, en general, por sus posiciones de izquierda en la Universidad de La Habana y en las filas del Partido Ortodoxo. A poco de haber triunfado la Revolución —continúa señalando el autor— Juan René Betancourt, presidente provisional de la Federación Nacional de Sociedades Cubanas Negras, publicó en la revista Bohemia (1) un largo artículo titulado «Fidel Castro y la integración nacional», en el cual destacó la participación del joven Fi¬del Castro en ese comité, su dedicación a la lucha contra la discriminación racial, sus extraordinarias condiciones de líder, y la seguridad que los ne¬gros y mulatos tenían de que el jefe máximo de la Revolución contribuiría decisivamente a concretar la integración nacional.
Veamos cómo recordaba Betancourt al joven Fidel Castro de las aulas universitarias —sigue narrando Marcelino:
“Afortunadamente el doctor Fidel Castro Ruz conoce ampliamente el tema. Desde sus años mozos, cuando contaba apenas unos 22 o 23 años de edad, comienza a preocuparse por la suerte del hermano negro. Su espíritu alérgico a todas las injusticias, se sintió conmovido por el aco¬rralamiento vergonzoso que se practicaba contra estos descendientes de patriotas, y por su natural caballeresco y soñador, seguro que se juró acabar con este crimen algún día. Fue en aquella época (1949) que se unió a nuestro Comité Universitario de Lucha contra la Discrimina¬ción Racial, el cual, es obvio decirlo, estaba integrado por estudiantes de ambas razas.”
En ese artículo, Betancourt inserta una foto en la que se ve al Comandante en Jefe junto al resto de los participantes del Comité Universitario contra la Discriminación Racial. Esa foto fue tomada a la salida de una reunión en la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad, en 1949. Betancourt subraya que Fidel, a pesar de haber estado toda la noche de guardia junto a la estatua de José Martí, en el Parque Central, había participado, con los ojos enrojecidos por la falta de sueño en esa reunión.
La vigilia de Fidel se debió a que los estudiantes universitarios convocaron a una guardia como desagravio al Héroe Nacional, porque ese día un marine yanqui había ultrajado su memoria al escalar la estatua de Martí y escenificar gestos ofensivos para la dignidad del pueblo cubano.
Creo interpretar a partir de esta descripción del libro, entre otras razones, la persistente preocupación del jefe de la Revolución cubana acerca de este tema desde los mismos comienzos del triunfo revolucionario. A ello habría que sumar cómo Fidel desde niño se relacionó con los haitianos de su natal Birán y fue testigo de los sufrimientos de los cuales eran víctimas.
Con respecto a Martí basta recordar como este siendo apenas un niño fue marcado para siempre al observar en el recodo de un camino a un negro esclavo que colgaba de la rama de un árbol. De aquella imagen que determinó para siempre con los pobres de la tierra su suerte echar, escribió tiempo después ¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuando era niño, y todavía no se me ha apagado en las mejillas la vergüenza [...] Yo lo vi, y me juré desde entonces a su defensa. (2)
De aquella horrible experiencia estos versos:
Un niño lo vio, tembló
De pasión por los que gimen
Y al pie del árbol juró
Lavar con su sangre el crimen.
Sin lugar a dudas que Un punto de vista histórico sobre el proceso de integración racial en Cuba para el cual me han solicitado el prólogo, será una valiosa contribución al empeño para la eliminación definitiva de lo que Fidel ha calificado como la más difícil de todas las injusticias.
Gracias Marcelino.
Apunte del autor:
El pasado domingo 8 de febrero recibí la lamentable noticia del deceso del compañero Marcelino Fajardo Delgado, funcionario de la Dirección de Estados Unidos y ex embajador. Su cadáver fue sepultado en La Necrópolis de Colón donde estuvo acompañado de amigos, compañeros y familiares. Las sentidas palabras de despedida estuvieron a cargo de Josefina Vidal, Directora General de Estados Unidos
Notas
(1)Revista Bohemia, 1959, pp. 66-219.
(2) Ibídem., pp. 22-189.
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