Del azafrán al lirio, la exposición personal de Jesús Ruiz, que recorre su diseño teatral y más, fue inaugurada el pasado 3 de junio en la Galería Raúl Oliva, del Centro Cultural Bertolt Brecht, y permanece abierta con un enorme atractivo para los amantes del teatro y de la belleza de las formas en general.
El título, tomado de un verso de un poema de Emilio Ballagas, resume de manera simpática y a la vez subversiva del sentido que ha asumido comúnmente la frase, para exaltar la condición abarcadora de lo expuesto, que revela la versatilidad del artista. A un año de la muerte de Jesús Ruíz, sus discípulos y colegas de la Galería Raúl Oliva, que es parte del Centro de Estudios del Diseño Escénico, organizaron esta muestra personal como el mejor modo de rendir tributo al diseñador, gestor y animador él mismo por siete años de ambas instituciones especializadas de la escena cubana.
Jesús fue diseñador teatral y danzario por cinco décadas, creó imágenes escenográficas y de vestuario, y concibió títeres de diversas técnicas para muchísimos montajes, a través de la labor con agrupaciones como Teatro Estudio, el Teatro Nacional de Guiñol, el Grupo Jorge Anckermann, el Teatro Juvenil de La Habana, la Compañía Rita Montaner, el Teatro Experimental de Santa Clara y Mephisto Teatro, entre otras. Fue el responsable de crear la más hermosa y adecuada imagen visual para puestas en escena de Vicente Revuelta, Abelardo Estorino, Modesto Centeno, Roberto Fernández, Tony Díaz, Pepe Santos y Fernando Sáez, entre otros.
Su talento plástico también se puso en función de crear para el Ballet Nacional de Cuba y la Ópera Nacional de Cuba. Se adentró en el diseño cinematográfico y así trabajó al lado de Tomás Gutiérrez Alea, en filmes como Una pelea cubana contra los demonios, La última cena y Los sobrevivientes, y en una ocasión con Fernando Birri. Incursionó en la televisión, para la cual creó el universo mágico de una miniserie infantil. Y construyó una notable obra escultórica, que enriqueció objetos utilitarios desde un elevado concepto de lo bello para enaltecer la vida cotidiana.
Con curaduría de Geanny García Delgado y Johana Ruiz, Del azafrán al lirio abarca bocetos de diseño y realizaciones, fotos, maquetas y planos de cada una de esas facetas del gran diseñador, intelectual y humanista que fuera Jesús Ruiz.
Formado en la Escuela de Instructores de Arte en los años 60, luego al lado del magisterio de Rubén Vigón, su carrera de investigación y creación nunca se detuvo. Participó y fue curador de la Cuatrienal de Praga, un evento emblemático del diseño teatral; enseñó y condujo el Departamento de Diseño Escénico en el Instituto Superior de Arte, y sus últimos quince años estuvieron consagrados a la investigación, desde el Centro de Estudios del Diseño Escénico y la Galería Raúl Oliva, para la cual curó y organizó dieciocho exposiciones de gran valor.
La muestra se abre con un panorama fotográfico y de bocetos dedicados a las esculturas, muchas de las cuales se encuentran expuestas en distintas instalaciones turísticas del país y de su natal provincia de Matanzas. Resaltan los trabajos en madera y las formas voluptuosas que recrean referentes del paisaje cubano.
El suelo todo se ha cubierto de un lienzo blanco y dejaremos atrás los zapatos para transitarlo con la limpieza de los trazos del maestro.
Apenas un giro mínimo a la derecha, y de golpe, en la pequeña curva de la entrada de la Galería Raúl Oliva, damos con la mesa de trabajo de Jesús, minimalista, limpia y austera, junto a la cual están colocados, como corresponde, algunos instrumentos del trabajo cotidiano. Una tablilla al frente, al alcance de la vista y de las manos, deja ver tres libros evidentemente manoseados: La Biblia y dos tomos de poesía, uno de Pablo Neruda, y el otro, una compilación de poetas españoles del siglo XX. Sobre ellos, un collage de fotos prodiga al artista rodeado de sus amigos, de notables figuras de la cultura y el arte, de sus discípulos y sus seres queridos.
De ahí en adelante, nos deslumbrará en la pared el recuento exhaustivo de la obra visual de Jesús para los escenarios: una larga lista de trabajos que alcanza los 220 montajes y exposiciones. Y casi al lado, los diseños coloridos y sobrios de los muñecos de Viajemos por el mundo de los cuentos se completan con los títeres que llegaron a ser, cubiertos por la pátina de la faena teatral, al haber sido animados por los artistas. Los bocetos de la puesta del Milanés de Estorino, que ensayara y nunca concluyera Vicente Revuelta, revelan en los tonos sepia la angustia de la creación que atormentó al poeta matancero del XIX, tanto como la del dramaturgo que lo recreó, obsesivamente, y el director que no logró encontrar el modo de no traicionar su vocación experimentalista, fuera de la sala de ensayo.
Seduce la artesanía primorosa del traje en lienzo teñido, tul y caracoles para el personaje de Doña Cristina Moneda en el montaje de Gerardo Fulleda Léon a partir de su obra Provinciana. O la majestad sobrecogedora del atuendo para la Reina Isabel, de Contradanza, de Tony Díaz, en tela negra trabajada con piel de color natural y perlas de diferentes tamaños.
Así mismo fascina la energía y el movimiento contenido en la maqueta del escenario circular para Peer Gynt, de Ibsen, como un ruedo, un tribunal o una valla de tensiones, creada para el montaje del Grupo Los Doce, ceremonia para iniciados que marcó el experimento de un proyecto fugaz y legendario. O la riqueza minuciosa del trabajo en madera con adorno en filigrana para la miniserie El escaparate de Patricia.
Impone la capacidad de leer el juego de poderes e intereses con que el artista concibiera la escenografía para El Conde Alarcos, esa joya de nuestro teatro del siglo XIX, llevada a escena por Armando Suárez del Villar con un brillante elenco de actores y actrices de Teatro Estudio, en 1975. Y la sensibilidad para elegir en el vestuario de la representación un colorido que va del rojo sangre al verde profundo en función de retratar las pasiones del orden avasallador a que están sometidos sus personajes.
Transitando el espacio, pueden verse de cerca títeres de puestas en escena para niños de Roberto Fernández —uno de sus directores más frecuentados—, como Pluff el fantasmita, El ratón poeta, El flautista de Hamelin y otros muñecos originales que forman parte del acervo del Museo de Títeres El Arca.
Como afirma Luis Enrique Valdés Duarte en las palabras del catálogo —y hay que decir que también es un hermoso objeto—, la vida y la obra de Jesús Ruíz estuvieron signadas por la poesía y el amor. Con ellos, apresó en formas la fugacidad del teatro para que no nos lo perdiéramos del todo. Marcó su paso y su sello, irradió luz e iluminó los anhelos de artistas y espectadores.
Su Galería, su Centro y sus compañeros y amigos han organizado, para él y para nosotros, la mejor manera de recordar y revivir su enorme obra.
Hasta el 30 de septiembre permanecerá abierta Del azafrán al lirio, y es un viaje al teatro cubano como para no perdérselo.
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