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Del Patrimonio natural de La Habana, La Coca


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La ecología de La Coca se complementa con el río Guanabo, quien con una longitud de 22,1 km es el componente principal de la red fluvial dentro del área.

Territorio de valores naturales, La Coca se erige como monumento local y Paisaje Natural Protegido de significación nacional. Sus 1 392 hectáreas abarcan parte de los municipios La Habana del Este y Jaruco, en las provincias de La Habana y Mayabeque, respectivamente.

Su hermoso paisaje de cuabales y bosques moteado de pinos custodia diversas especies de plantas y animales con un alto endemismo. Tres son sus elevaciones principales: La Coca, La Pita y El Boticario.

La belleza estética se complementa con un embalse, que a manera de lago transporta al visitante a otras latitudes. La presa La Coca, posee un área de 23 km² y un volumen de embalse de 11,8 millones de m³.

Los suelos singulares de este sitio natural con su flora y fauna y sus especies endémicas; sus elevaciones principales; su clima cálido y húmedo; junto a las precipitaciones, que alcanzan valores cercanos a los 1 400 milímetros anuales y, su presa contribuyen a hacer de este enclave un atractivo lugar de contemplación y elevada potencialidad científica y turística.

Su ecología se complementa con el río Guanabo, quien con una longitud de 22,1 km es el componente principal de la red fluvial dentro del área.

Sus suelos, son causa directa de su alto nivel de endemismo florístico, ya que contienen una alta variedad de rocas, entre las que están muy bien representadas las metamórficas, resultando la serpentinita la más abundante. Ellas proporcionan suelos de baja calidad que impone que se asiente en ellos una especie de flora especial y diversa.

De acuerdo a esas condiciones, el tipo de formación vegetal que predomina es la xeromórfica (matorral xeromorfo espinoso sobre serpentina), llamada Cuabal, capaz de sobrevivir en estas difíciles condiciones.

En la flora, los valores de endemismo ascienden a un 11% en plantas de serpentinas cubana y un 12% en no serpentinícolas.

En cuanto a la fauna, las evaluaciones realizadas hasta el momento indican que ella ha sido poco estudiada e insuficientemente inventariada como para suministrar listados detallados.

No obstante, los especialistas adelantan algunos datos interesantes que indican que el área alberga más de 41 especies de aves que habitan los bosques y 17 variedades de aves acuáticas, de ellas tres endémicas, así como unas 15 especies de peces y otros animales acuáticos. En el área de El Boticario se han identificado tres reptiles endémicos y cuenta con una alta diversidad de insectos.

Respecto a otros invertebrados, se ha observado un gran número de mariposas, asociadas al cuabal. Destacan especies de notables rareza como Adelpha iphicla iphimedia y una polilla (Stylifera gigantea) cuya distribución se creía restringida a las regiones del Oriente del país y de la provincia de Matanzas. En la zona de La Pita se encuentran una apreciable población de moluscos, de ellos cuatro endémicos.

En la Loma de La Coca existe la jutía conga y la carabalí, que en estas zonas resulta ser una especie de gran valor, ya que son escasos los reportes de su presencia.

Su reservorio artificial de agua, no contiene especies endémicas, pero si emblemática, como el Arapaima gigas, cuyo nombre vernáculo en Cuba es el de paiche. El paiche, pirarucú o arapaima, como también se le conoce en otras regiones, es un pez oriundo de la cuenca del Amazonas que puede llegar a alcanzar 250 kilos de peso y un largo de tres metros. Es el segundo pez de agua dulce más grande del mundo después del esturión beluga (Huso huso).

Los actuales ejemplares son descendientes de aquellos que un día le regalara el entonces presidente de Perú, Velasco Alvarado, a Fidel. Ello le confiere a este espacio un valor político y cultural especial.

Otro elemento cultural a destacar fue la existencia de diversas fuentes de agua, en particular las ruinas de los Baños del Boticario, ubicadas en las tierras del desaparecido ingenio de Nicolás de Coca, hoy “bañadas” por la presa y que solo se observan en tiempo de sequía cuando el bajo nivel de las aguas las deja al descubierto.

Las crónicas del siglo pasado reflejaban nombres como “La Paila grande”, “La  Pailita” y “el Copey”. En este último las aguas eran potables y por su naturaleza fresca solían usarse para enfermedades irritantes.

Hubo además, baños cuyas aguas eran sulfurosas y templadas, empleadas solo con fines medicinales. Tenían su origen en una mina en la que a poca profundidad brotaba “chapapote” y según se dice, eran recomendadas para enfermedades eruptivas,  nerviosas y para neuralgias. La literatura reconoce que entre 1840-1870 estos sitios eran visitados con frecuencia por familias habaneras para tratar enfermedades nerviosas y cutáneas.

Como otro elemento cultural que deberá ser estudiado es la potencial presencia de grupos aborígenes, aunque hasta el momento no hay evidencias. Sin embargo, en las investigaciones realizadas al norte y al sur de la zona  (costa norte, entre los ríos Tarará y Jaruco y Sierra de Tapaste, al sur) se  ha reportado una amplia difusión de comunidades aborígenes de protoagrícolas y los agroalfareros.

Este sitio natural, ha resultado además un corredor biológico (migraciones), no solo para la flora del eje serpentinítico de Cuba (Cajálbana-Holguín), sino también para otras especies no restringidas.

Todo ello hacen de este territorio algo especial y de interés para investigadores y turistas de La Habana y otras regiones de Cuba y del mundo, saberlo explotar cuidando la calidad de sus aguas, su endemismo y otros valores naturales y culturales es un reto, pero bien vale la pena enfrentarlo, ya que desafortunadamente el territorio ha estado sometido a una actividad antrópica fuerte desde hace varios años enmarcada, fundamentalmente, por el uso ganadero, forestal y agrícola de sus suelos, unido a las quemas y talas ilícitas de su vegetación original.

Estas actividades están provocando una notablemente disminución de la vegetación autóctona de la zona, lo que ha contribuido a la erosión de los suelos, la invasión de especies exóticas y la disminución de la fauna en algunos de sus sectores.

Una desafío a su conservación, al desarrollo armónico, a la cultura de y por la naturaleza tienen los cubanos y en especial las autoridades e instituciones locales y las comunidades aledañas. Que prevalezca la esperanza de la inteligencia y el mejor espíritu humano, y no la desidia o el mercantilismo ciego y cojo. Cámbiese el paradigma, démosle su espacio a la naturaleza, en ello va también la felicidad y el bienestar de todos y para el bien de todos, “no solo de pan vive el hombre”. (1)

Al decir del Apóstol José Martí: “La naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre…” (2)

 

Notas

(1) Se agradece la colaboración del Museo Municipal de La Habana del Este, cuya información posibilitó la realización de este artículo.

(2) José Martí: Obras Completas.  T. 13, p. 26.


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