El edifico Capi, situado en la populosa barriada habanera de El Vedado, es una construcción que ocupa casi la totalidad de la manzana que abarca las calles L y K, mientras es cortado por las calles Línea y 15 en la que tienen su puerta principal. Ciertamente esta cuadra habanera tiene unas medidas atípicas. Espacialmente constituye un triángulo irregular que tiene tres construcciones: un palacete de principios de siglo que ha albergado al Instituto de la Demanda Interna en un principio y posteriormente a las oficinas de los CDR y en uno de sus vórtices, el que colinda con las calles Línea y la esquina de calle K la casa de la tía Dulce.
Concretamente, el edificio se muestra como una construcción moderna de aquellos años en que La Habana soñaba con tener sus rascacielos y que eran alzados en espacios donde la mayor virtud era el minimalismo que les caracterizaba. Todos son torres rectangulares que pugnan por alcanzar el sol en una ciudad en la que todos tienen en común no excederse de los treinta pisos; como si esa altura fuera el límite necesario para no opacar su belleza o simplemente establecer un canon de urbanismo que evitara la desproporción en la estatura de sus construcciones. Solo el FOCSA rompe esa geometría citadina que nos define como ciudad moderna y cosmopolita.
En este edifico, en una de sus plantas inferiores, vivió y murió el dramaturgo cubano Abraham Rodríguez.
Abraham era un personaje popular en el barrio, sobre todo después del estreno de su obra Andoba o Mientras llegan los camiones; y por el hecho de que su casa era visitada por personas famosas en la televisión, como era el caso de los actores Carlos Gilí, Luis Alberto García, padre, René de la Cruz y Mario Balmaseda; este último provocaba un revuelo tal entre las mujeres del barrio que al decir de Domingo, el encargado del edificio, “parecían gallinas decrépitas camino al matadero… como si nunca hubieran visto un hombre”.
Andoba se había estrenado a fines de 1974, en el teatro Mella, y se convirtió en todo un suceso dentro de la ciudad, pero particularmente en nuestro barrio. Les cuento.
Ada Tamayo; una de mis vecinas, era asistente de vestuario del grupo de teatro Político Bertolt Brecht que tenía su sede en la Sinagoga de la calle 13 e I, a un par de cuadras del edificio Capi; ella fue quien primero trajo “la buena nueva” de la obra de Abraham y ello implicó que muchos de nosotros movidos por la curiosidad asistiéramos de modo furtivo a algunos de los ensayos de la misma. Para muchos fue el descubrimiento del teatro desde las bambalinas -muchos aún no teníamos conciencia de esa zona del escenario a la que llamábamos “cuartel de los tarugos”, que era el nombre que daban en el circo a tramoyistas y a los utileros-, de que el papá “del gordo Renecito” era actor de esa obra; pero también desde frases recurrentes y alegóricas a un mundo que desconocíamos: el ambiente.
Sin embargo; Abraham sí conocía el ambiente y la marginalidad que describía en su obra desde adentro.
Había nacido en el barrio de Cayo Hueso en los años cuarenta y creció en las inmediaciones del parque de Trillo. Tuvo como compañero de juegos y travesuras infantiles a un desconocido entonces Juan Formell y al futuro director y actor Erick Romay. Su casa era cercana al solar La madama, el mismo que Sindo Garay visitaba para que le arreglaran la guitarra; y en cuyo patio más de una vez ofreció un recital o serenata para cubrir el arreglo del instrumento por no tener en ese instante los dos pesos con cincuenta que cobraba Victorino.
Cada uno de los personajes de Andoba eran tipos humanos que había conocido, con los que había convivido y a los que había visto crecer social y humanamente, o simplemente hundirse más y más socialmente por obra y gracia del ambiente.
Tal vez esa fue la razón por la que esa obra sacudió los cimientos de la ciudad. Sacó a relucir un mundo al que años antes se había asomado el dramaturgo José Ramón Brenes cuando escribió Santa Camila de La Habana Vieja; con la única diferencia que el personaje de Abraham no tiene redención, el ambiente se impone.
Debo decir que, para muchos de nosotros, los niños de El Vedado, descubrir aquella historia fue un golpe demoledor. Términos como “ambiente”, hacinamiento y marginalidad eran desconocidos y lejanos de nuestro círculo vital y social. Vivíamos la burbuja de un tiempo en el que cada barrio habanero se definía por los empleos y estudios de sus habitantes y el pedazo de El Vedado en que nací y crecí estaba dominado por hijos de médicos, de profesionales de otras ramas y gente del arte. Todos mezclados y midiéndonos por un único rasero: las notas obtenidas en la escuela y la educación hogareña.
Andoba dio a Abraham una fama tal en el barrio que se vio obligado más de una vez a contar a todos los vecinos una verdad poco conocida: no era para nada la historia ni de su vida ni de su familia; era el mundo que había dejado atrás cuando descubrió las lecturas y dada su amistad con Erick Romay comenzó a frecuentar teatros y se inscribió en una academia de escritura que hubo en la Biblioteca Nacional a mediados de los años sesenta.
Después había sido ayudante de camionero a fines de esa década cuando ingresó en la Columna Juvenil del Centenario; y quien era su chofer jefe nada menos que Serafín “Tato” Quiñones. Contaban los dos, años después entre tragos en el bar Hurón Azul, que pocas veces lograban cumplir el plan de viajes por estar dedicados a leer cuanto libro cayera en sus manos y se evitaban regaños mayores por que el jefe de la brigada era paisano del barrio de Cayo Hueso y también se ausentaba para asistir a un curso en el ICAIC, era nada más y nada menos que Germinal Hernández, uno de los grandes sonidistas del cine cubano y que recién se había casado con la cineasta Sara Gómez.
Y he aquí una de las cosas raras de la cultura cubana de esos años: Andoba, María Antonia y De cierta manera son obras hermanas en muchos sentidos; sobre todo cuando se trata de explorar un país en cambio, pero desde la perspectiva de sus actores, desde adentro, desde la óptica de quienes han vivido el espacio que proponen cambiar, que cuestionan.
La estética de la negritud, como acuñara sabiamente el crítico Salvador Redonet, “…que (…) más que lamentarse se erige en pauta para reinventar patrones y buscar al hombre futuro.
Y ciertamente Andoba fue un parteaguas para la sociedad cubana; lo mismo que la siguiente obra de Abraham: La barbacoa; en la que se permite el lujo de poner en un teatro a los Van Van el día del estreno.
Contaba Formell que cuando Abraham le contó el tema de la obra y le pidió que hiciera la música, hizo una regresión en el tiempo y volvió a recorrer los solares donde jugó y donde vivían muchos de sus amigos de infancia. Pero sobre todo fue un acto de redención por aquellos que a pesar de las dificultades luchan para dar un salto vital y placer de trabajar con un amigo de la infancia; uno de los mosqueteros como se hacían llamar él, Erick y Abraham cuando coincidían en el parque de Trillo tras terminar las clases antes de entrar a ver “películas de vaqueros” en el cine Strand.
Paralelo a esta obra escribió Un bolero para Eduardo; obra autobiográfica según sus palabras y que fue su entrada en el mundo de la TV a pedido de Erik Romay y asesorado por Maite Vera.
Después su vida fue una sucesión de tragedias, sobre todo cuando le descubrieron un tumor cerebral que fue limitando su capacidad para escribir y parte de su visión, pero no privó a sus amigos y conocidos de su sentido del humor, de sus ocurrencias y lo más importante nunca dejó de soñar con su siguiente obra, esa que veríamos una vez superara la enfermedad.
Contaba el actor Rolando Núñez que el personaje del Gato que interpretó en la obra Andoba redefinió al malandro cubano y fue la inspiración para el más popular de sus papeles: el Botaperros. Pero que lo más importante eran hombres a los que había conocido en su barrio de Jesús María, el mismo en el que había coincidido con Abraham más de una vez cuando Carlos Gilí les presentó el día que entró a formar parte de un grupo de teatro como actor profesional.
Abraham Rodríguez falleció el 12 de enero de 2005 y Andoba le ha trascendido, lástima que en estos tiempos su texto haya quedado en el olvido. Cuba hoy tiene aquellos personajes que la obra representa y hay barrios donde aún se espera que lleguen los camiones para seguirse transformando.
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