Día de los Muertos: tradicional celebración que llega a La Habana


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El Día de los Muertos es una de las tradiciones más vivas en la memoria del pueblo mexicano. Cada año, con la llegada del mes de noviembre, esta ofrenda honra la memoria de los difuntos. A partir de los lazos culturales que unen a las culturas de Cuba y ese país azteca, en La Habana Vieja se conmemoró esta festividad con la presencia del embajador de México en Cuba, Miguel Díaz Reynoso. 

 

 

Este 1 de noviembre, la Casa de África fue sede del inicio de las celebraciones en la que intervino el agregado cultural de la Embajada de México, Sr. Santiago Ruy Sánchez y cuyas palabras reproducimos a continuación: 

 

 

En México, tenemos la creencia que los días 1ero y 2ndo de noviembre nuestros difuntos visitan la tierra: esta creencia tiene raíces prehispánicas y católicas de la edad media tardía y ha dado lugar a una profusa experiencia colectiva que se manifiesta de diversas maneras. El altar u ofrenda es precisamente para ellos. Existen por lo menos dos días de muertos, aunque mutuamente conectados: el de la serenidad ritual del mundo indígena y el de la risa profusa de la calaverita urbana. Por un lado, el día de muertos que se vive en el mundo rural-indígena como una fiesta comunitaria, en la cual se visitan los altares domésticos en casas de familiares, compadres y vecinos, así como en el panteón, donde se acompaña a los difuntos al son de su música favorita.

Por otro lado, y a lo largo de siglo XX se desarrolló gran parte de la iconografía juguetona, grotesca y delirante, que caracteriza la identidad nacional mexicana. Por ejemplo, la catrina o la flaca, una elegante dama que de forma irónica de nos recuerda el hecho igualador de todos tenemos los días contados. Ya sea como comunidad o como nación, los mexicanos hemos desarrollado una manera propia de dar la cara a la muerte, juntos abrimos cada año este espacio para recordar y juntos los vivos reforzamos nuestros lazos en un momento de catarsis colectiva, para dejar ir a los nuestros con mayor paz. En algunas comunidades indígenas, existen rituales para asegurar el retorno de los difuntos al mundo de los muertos y evitar su errancia y tormento en nuestro mundo. 

En esta ocasión hemos querido adentrarnos en este diálogo profundo e intenso entre esos dos mundos: el de los vivos y el mundo de lo invisible, de lo oculto: no sólo el del culto de los ancestros propios o colectivos, sino también el de los sueños, el de las sombras protectoras, las ánimas de los cerros, los ríos, el actuar de los iniciados, ya sean chamanes o babalaos… o el conjuro y la sanación frente a enfermedades de origen invisible y frente al siempre desasosegante encuentro con la muerte de un ser querido  o de la propia. En ese sentido, hemos recurrido a dos grandes mujeres que se dedicaron a desentrañar, cada una con su estilo propio y en sus propios países, Cuba y México, acercamientos a este intrigante y a veces atemorizador mundo de lo invisible.

Dedicamos esta ofrenda a la etnóloga, investigadora y narradora cubana Lydia Cabrera y a la especialista, fotógrafa, viajera y promotora del arte popular mexicano Ruth D. Lechuga. ¿Por qué?

Lydia Cabrera nació en La Habana con el siglo XX, en 1899, creció en una familia acomodada, de padre escritor. Fueron los sirvientes negros de su casa, sus nanas, quienes la introdujeron al mundo, a las tradiciones, a las historias y al misticismo de origen africano. Como ocurre en muchas ocasiones, su primer libro sobre cultura afrocubana lo publicó fuera de Cuba, en París, donde cursó estudios de arte e interactúo con destacados intelectuales como Gabriela Mistral o la pintura vanguardista rusa Alexandra Exter. Regresa a Cuba en 1938 y en 1954 publica “El Monte”, un verdadero tratado que no solo recopila o registra una parte importante de la herencia oral y sincrética de las religiones africanas en Cuba, sino que la recrea y recontextualiza sin alterar el sentido profundo de esos relatos secretos y con pleno respeto a la confianza de informantes, que se volvieron coautores y cómplices en pleno derecho de sus más de 23 libros publicados.

En palabras de Isabel Castellanos: “… Lydia no se limita a transmitir historias que le han narrado los negros. Estamos ante complejas reflexiones estéticas en el uso del idioma que cobran sabor popular como fino resultado de armónicas e inteligentes consideraciones … sus estrofas leídas en voz alta sugieren como fondo el acompañamiento de instrumentes de percusión en acordes de intensidad muy diversa.”

Por su lado, Ruth Deutsch, luego Lechuga tras adquirir el apellido de su marido, llegó a México con 19 años, huyendo de la persecución contra los judíos en su Austria natal. A esa temprana edad, en un país desconocido, rápidamente se dejó seducir por los paisajes, costumbres y vestigios arqueológicos de su patria adoptiva. Poco a poco fue desarrollando un gusto particular no por el indio “muerto” glorificado por el nacionalismo mestizo, sino por los pueblos indígenas vivos, muchas veces emplazados en lugares aislados de difícil acceso a los cuales ella no dudo en llegar. También desarrolló poco a poco una colección prodigiosa de arte popular, esos productos de las manos diestras del México indígena-campesino. Además de coleccionar objetos fue compilando historias, sobre el lugar, el artesano, la tradición de cada una de esas piezas, que según ella tenían alma propia y habitaban su departamento-museo en la colonia Condesa. Ese asombro que cultivó en sus viajes y ratos libres, pues era médica a cargo de un laboratorio clínico y militante de cardenistas, fue tomando mayor importancia hasta que pudo dedicar los últimos 30 años de su vida a viajar y sistematizar esa colección. Por si fuera poco, Ruth dejó plasmada su mirada íntima, respetuosa y cómplice con ese México creativo y muchas veces olvidado en más de 20 mil negativos bajo resguardo de la Fundación Ajaraca, quien nos ha compartido algunos de ellos relativos al día de muertos.

Alfonso Alfaro escribe: “De ese país desconocido para los mexicanos que habitan la modernidad, Ruth aporta el mejor testimonio posible. No es el suyo un relato de confrontaciones y violencia, ni un memorial de agravios e injusticias. Sus viajes han traído el más luminoso y amable de los rostros de ese México invisible.”

Lydia Cabrera falleció en 1991 y Ruth Lechuga en 2004: ambas dejaron un legado que permite reflexionar e imaginar paralelismos entre el acercamiento al mundo de "lo invisible", los sueños y aspiraciones espirituales de las religiones afrocubanas, por un lado, y el mundo indígena de México, por otro. Como en muchos pueblos de México, los invitamos a detener por un momento las actividades cotidianas para adentrarse en este diálogo del recuerdo, no para entristecernos sino para recordar, que a final de cuentas, el Día de Muertos es un festejo a la vida.

Muchas gracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fotos: Nestor Martí


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