Diago Querol: memorable artífice (I)


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Este 13 de agosto la cultura cubana celebra el centenario del nacimiento de Juan Roberto Diago Querol, notable figura en la historia del arte cubano, quien falleció trágicamente en Madrid el 20 de febrero de 1955 cuando apenas tenía 35 años de edad.

Especializado en fotografía, grabado (xilografía), pintura y dibujo el célebre artífice es hijo del reconocido violinista Virgilio Diago Leonard (Tampa, Cayo Hueso, 1897-La Habana, 1941), quien contrajo matrimonio con Carmen Querol, amorosa esposa y madre, quien respaldó el ambiente de instrucción promovido por su pareja en medio de las corrientes modernistas que se movían en el mundo, principalmente en Europa y Estados Unidos en los años finales del siglo XIX e inicios del XX.

En 1949 el descendiente de aquella unión se casó con Josefina Urfé, hija del también célebre músico José Urfé González, clarinetista, profesor y director de orquesta y banda, y compositor, entre otros, del conocido danzón El bombín de Barreto, razón por la cual el hogar de la pareja era frecuentado por celebridades de la cultura nacional, entre ellas los parientes de la esposa, Orestes y Odilio Urfé, además de músicos, cantantes y escritores de renombre como Ignacio Villa (Bola de Nieve) y José Lesama Lima.

De ese matrimonio vino al mundo Virgilio Diago Urfé, un experimentado y reconocido colega que durante varios años se ha desempeñado como periodista cultural, tanto en la prensa escrita como en la TV nacional, quien a su vez es padre de otra celebridad de la plástica nacional: Roberto Diago Durruthy, quien creció, entre documentos y anécdotas, bajo el influjo de la vida y la obra de su abuelo, quien indiscutiblemente signó su futuro.

De La Habana a Matanzas

A los 14 años de edad, Diago Querol comenzó a materializar uno de sus mayores anhelos cuando inicio sus primeros estudios de artes plásticas, los  cuales concluyó ocho años después al obtener el diploma de Profesor de Dibujo y Pintura de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, en La Habana, título que le posibilitó, en septiembre de 1945, fundar en Matanzas la Escuela Provincial de Bellas Artes, junto con acreditados creadores como Rafael Soriano , Manuel Rodulfo Tardo, José Felipe Nuñez y Juan Esnard Heydrich.  

Allí fue tutor auxiliar de Paisaje y Colorido y asumió diferentes niveles docentes; además de desempeñarse como secretario del centro junto con Soriano quien ejercía como director.

El entusiasmo por la labor pedagógica y el creciente prestigio de la academia matancera, motivaron que ese mismo año el joven  educador  se trasladara a vivir a aquella floreciente urbe, en tanto continuaba realizando y promoviendo su obra en la capital, al punto de convertirse en uno de los más renombrados artistas cubanos modernos de las décadas de los años 40 y 50 del pasado siglo, destacándose dentro del ámbito de las artes plásticas cubanas a la altura de figuras como Wifredo Lam, Mario Carreño y Cundo Bermúdez , entre otros muchos.

Vale apuntar que la mencionada escuela matancera actualmente lleva el nombre de este gran maestro, honor que también se extiende al Salón Provincial Roberto Diago Querol, el evento más importante de las artes plásticas en esa provincia.

En Nueva York los primeros éxitos expositivos

 Hacia finales de la primera mitad del siglo XX (años 1940-1950) en la carrera artística de este maestro se producen varios significativos hechos. El primero de ellos, su primera exposición personal en el Glorier Club, de Nueva York,  así como su muestra realizada en 1944 en La Habana bajo el título de Diago: Dibujos y gouaches en el Lyceum;  además de integrar las  colectivas  La pintura y la escultura contemporánea en Cuba —muestra de arte moderno y clásico, 1941—, efectuada en el Palacio Municipal de La Habana; Modern Cuban Painters (1944), en el Museo de Arte Moderno de Nueva York; donde en 1947 integró la exhibición Paintings and Drawings of Latin America, en Knoedler Galleries; hasta que en 1952 representó a Cuba en la prestigiosa Bienal de Venecia, Italia, en su 26 edición.

Sonada fue, además, su Mención de Honor (1942) en el XXIV Salón de Bellas Artes, en el Círculo de Bellas Artes de La Habana.  En esa época trabajaba en un taller de creación artística situado en Obrapía y San Ignacio, en La Habana Vieja, junto con los escultores Eugenio Rodríguez, Rolando Gutiérrez y Nuñez Booth.  Este grupo formaba parte de los creadores vinculados a la primera galería de arte moderno de Cuba: la Galería del Prado, fundada, en octubre de 1942, en el céntrico Paseo del Prado, número 72, por María Luisa Gómez Mena, Mario Carreño y José Gómez Sicre, con la colaboración de connotados críticos de arte.

Eugenio, Rolando, Booth y Diago —este último también director artístico de la revista mensual Artes—  constituían un amigable equipo que se caracterizaba por la solidaridad y la crítica artística entre todos, con el objetivo esencial de hallar una manera de hacer arte auténticamente nacional, portador de las raíces, idiosincrasia y cultura que caracteriza a los insulares, entre los que la herencia africana no podía ser ignorada.

Diseñador e ilustrador

Diago Querol igualmente incursionó con éxito en el diseño escenográfico y la ilustración, labor que comenzó a partir del año 1943 al realizar proyectos de ambientaciones escénicas para diferentes espectáculos que se producían en el Teatro principal de la comedia. Debido a la magistral concepción artística de aquellos decorados, Alicia Alonso, primera ballerina absoluta y directora general del Ballet Nacional de Cuba, entonces con sede en el Teatro Auditorium de La Habana, le hizo similares encargos para varias coreografías de la ya prestigiosa compañía danzaría. En esas conquistas como diseñador, en un campo tan complejo como el baile clásico, mucho tuvieron que ver los conocimientos aprehendidos por el artista a través de su padre, de quien heredó sorprendentes potencialidades musicales que igualmente trascienden al resto de su producción plástica.

Asimismo se destacó en la ilustración de libros de escritores de la talla de Cintio Vitier, Eliseo Diego y Carilda Oliver, en tanto emocionó al bardo español, Premio Nobel de Literatura 1956, Juan Ramón Jiménez Mantecón con las viñetas que realizó para la más célebre de sus obras: Platero y yo, poesía lírica cuya primera edición se hizo en el año 1914.

Febril estudioso de legado africano

Dentro de la producción iconográfica de Diago sobresalen sus grabados en madera en los que —como en muchas de sus pinturas y dibujos— patentiza su condición de haber sido de los artistas que enfrentaron los postulados profesionales de la academia, al centrar buena parte de sus propuestas plásticas en temas relacionados con los aborígenes cubanos y sus sucesores, como clase explotada, los negros.

Febril estudioso de legado africano en Cuba, al que rindió culto a través de sus creaciones, Diago Querol —también negro— está considerado como uno de los primeros artistas en incorporar elementos y situaciones extraídos del universo social que conformaron en estas tierras los más de 275 mil nigerianos apresados y convertidos en esclavos que, entre los años 1820 y 1860, arribaron aquí, trayendo consigo su creencia Yoruba.

Vale apuntar que sus trabajos sobre la rica mitología africana, así como el sincretismo producido luego de su presencia en Cuba, son resultados de enjundiosos estudios.  En estos dibujos, pinturas y grabados, Diago elude los estereotipos y clichés que muchas veces lastran el valor patrimonial y artístico de estos proyectos, suerte que también se observa en sus recreaciones sobre la flora y la fauna caribeña. Su herencia a la cultura cubana es fundamento y culto.

Obras como El oráculo (1949), recogen las formas ñáñigas, así como numerosos dibujos rememoran los rituales de estos hombres, mujeres y niños que, bajo el látigo, llegaron a nuestro país. Mundo esotérico, místico y desgarrador al que el artista rinde homenaje con lo mejor y más sincero de sus ideas pictóricas, caracterizadas por la expresión libre de elementos simples, mediante un dibujo limpio, penetrante, preciso y consistente, en el que sobresalen el equilibrio y la armonía que acentúan una sorprendente expresividad.


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