Días de trova, amor y canciones (II)


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Frank Delgado en concierto en El Sauce.

Para no gastar papeles

Silvio no dejó pasar la oportunidad de cantar Para Bárbara; fue el tema que nos presentó a Santiago Feliú, o simplemente el Santi, como le comenzamos a llamar en la medida que le fuimos –o le fueron— conociendo sus contemporáneos, sus seguidores y hasta aquellos que en nombre de una indebida confianza le rodearon.

Hubo silencio y lágrimas contenidas, en un principio, y después pasaron los ángeles de la vida para que retornara el ambiente de jolgorio. A fin de cuentas, él también fue un jodedor criollo; gago, pero criollo.

El “gordo” Frank, que irónicamente se apellida Delgado, asumió el espacio más íntimo de la noche; una noche bochornosamente calurosa, a pesar de que los aires acondicionados de la sala en cuestión bufaban intensamente. Es curioso, la sala se llama Juan Formell; sin proponérselo los organizadores, rinden un tributo a su papel como trovador, la otra cara de su estirpe musical.

Cierro los ojos y a mi memoria regresan las noches en el parque Almendares, en aquel anfiteatro malamente iluminado donde en medio de su escenario algunos aprendieron y descubrieron los otros horizontes de la trova. En este arañar los muros de mi memoria siento mis pasos rasgar el gastado suelo de la casona de la Avenida del Puerto donde estaba la Casa del Joven Creador. Allí están los amigos de siempre; contándose los sueños unos, forjando su leyenda otros; mientras que en una esquina diletantes y neófitos juegan a los famas y los cronopios.

Es cierto, “…la trova sin tragos se traba…”; por esa misma razón alzo lo que queda en mi vaso para recordar a aquellos que alguna vez, hace más de un siglo, trazaron la ruta de la trova; ocurre que esa ruta (¿podremos llamarle camino alguna vez?), en estos tiempos se ha bifurcado y expandido. Ya no se trata de solo un hombre y su guitarra, o de dúos o tríos; hoy son pequeños y medianos formatos con los más diversos instrumentos.

En el público y con el público están mezclados los que en los días subsiguientes harán los honores del convite.

David Torrens deambula sin ocultar su sonrisa. La misma sonrisa con la que se adueñó del parque de la calle 6 en El Vedado a fines de los ochenta y del corazón de los que allí convergían. Ha envejecido como todos nosotros y una delgada calva es su mayor tesoro, o su amuleto de la suerte. Nadie sabe.

Él fue pionero en eso de abrir las puertas del pop a la trova o de haber llevado la trova al pop; no importa qué fue primero, si el huevo o la conocida gallinita. Es uno más de aquellos que definieron la “generación de los topos”; la que sirvió de base a los estudios posteriores de Joaquín Borges Triana sobre una parte de la música cubana que pocos toman en cuenta.

Nadie quiere faltar. Mezclados, más que café matutino, están los que han llegado; los que nunca superaron el primer concierto y aquellos que son epígonos de los que están. Lo importante es estar y tener bien abrazada a la guitarra.

Hay ausencias notables. Se extraña a Carlos Varela y a Gerardo Alfonso. Alguien menciona a Vladimir Zamora –que reposa junto a Sindo en Bayamo— y su devoción por la trova toda; otros piensan en “El Plátano”, aquel que fuera por derecho el “fotógrafo oficial de la Nueva Trova”; uno gordo, el otro flaco.

Dicen que “la rusa” y María del Carmen conversan en una esquina y pasan factura a la historia. ¡Coño Noel se te extraña!, sobre todo cuando se trata de hacer un son bien oscuro. Hay otros nombres de mujeres a las que toda esta trova no puede dejar atrás. Se pueden llamar Gela, Longina, Mercedes, Cecilia y así hasta llegar a Emilia y Yolanda la más cantada, la que a todos, a casi todos, inspira cuando la derrota se quiere parecer a la vida.

La Habana es esta noche y las que vendrán, una ciudad que ama a la trova.


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