Soy parte de una generación que tuvo como su mayor y primaria fuente de entretenimiento a la radio. No hacíamos nada sin antes estar pendientes de lo que nuestra emisora favorita nos dictara. Amábamos la voz de ese o esa que nos acompañaba al despertar o nos introducía al mundo de los sueños.
No importaba la actividad, tarea o situación emocional: la radio estaba ahí como consuelo. Ella tenía para cada uno de nuestros estados sicológicos una propuesta terapéutica, una solución sonora o simplemente una alternativa. Hubo y hay –aunque hoy no sea tan recurrente—una emisora para cada uno de nosotros y que funciona de acuerdo a nuestros intereses culturales y sociales.
Sin embargo; para mi generación hubo tres emisoras que se pueden decir que fueron primarias y determinantes en nuestras vidas iniciales: Radio Reloj; Radio Enciclopedia y Radio Progreso. Hubo otras que jugaron el papel de acompañarnos en ciertos momentos de la vida; y otras que fueron sustituyendo a estas.
Radio Reloj era parte de mi familia desde que tengo uso de razón; y me atrevo a decir que lo era de casi todas las familias que conocí en esos años. Nadie olvida que, al despertar, no importaba la hora, la segunda acción de nuestros mayores era encender la radio y sintonizar esa emisora (la primera acción era apagar el reloj despertador cuyo zumbido ponía en alerta a todo el edificio, apartamento por apartamento).
El tic-tac anunciando cada segundo y las voces de sus locutores, definían el ritmo de nuestras acciones matutinas los días laborales. Lo mismo que hoy ocurre con los televisores ocurría con los aparatos de radio: la familia buscaba la forma de poseer más de uno. Era obligatorio el de la sala, el de uso familiar. Después con el paso de los años y masificarse los aparatos portátiles —muchos eran mixtos pues además de pila usaban trasformadores o se conectaban directo a la fuente doméstica de electricidad— se establecieron en los cuartos o en las cocinas; y hubo quien llegó a tener un ejemplar en el baño o en el portal, pero fueron los menos. Tener tres aparatos de radio en la casa era una expresión de desenvolvimiento económico para la época.
Reloj nos enseño a dinamizar nuestras acciones cotidianas y nos acercó a la dinámica de los récords en temas como uso del baño, capacidad para desplazarnos de la casa a la escuela o a la parada de autobús. Pero era, por sobre todas las cosas, la fuente más confiable en materia de tiempo: todos los relojes de la familia se ajustaban por esa emisora.
Radio Progreso era la emisora de cabecera de toda la familia el resto del día; aunque en muchos hogares en el horario de la mañana era desplazada por la COCO que transmitía de un palo tres programas exquisitos: Recordando a Benny Moré, el programa de Los cinco Latinos y el dedicado a la voz de Vicentico Valdés. Y aquí me permito una salvedad en esta historia: esos programas conectaron a parte importante de mi generación como dos mitos importantes de nuestra música: Vicentico y el Benny y fueron el nexo indestructible con nuestros mayores.
Radio Progreso definió parte importante de nuestro gusto musical. La conexión doméstica con esa emisora comenzaba a las cuatro de la tarde cuando la voz de Eduardo Rosillo invadía nuestras casas presentando la Discoteca Popular. Puede que hubiera otros programas parecidos en el resto de las emisoras, pero la de Progreso era la más escuchada. Por ese programa estuvimos siempre pendientes de lo que estaba ocurriendo en todo el universo musical cubano de esos años. Eran los tiempos en que muchas orquestas e intérpretes entrenaban primero los temas, observaban la reacción del público y después los plasmaban en los discos de acetato o placas, que podían ser de 45 o de 33 rpm.
Aquel proceso, en el caso cubano que nos ocupa, funcionaba a la inversa de como estaba ocurriendo en el mundo en ese entonces. Aunque no siempre fue así.
No se había apagado la voz de Eduardo Rosillo cuando José Tejedor ocupaba media hora de nuestras vidas. Tejedor en la tarde, así se llamaba en programa, nos conectaba con el llamado bolero moruno, que era una subvariante de aquel que reinó en las victrolas en los años cincuenta. José Tejedor, negro, gordo y ciego lo mismo que Arsenio Rodríguez, acompañado de Luis –que hacía la segunda voz—era el otro vaso comunicante con los años cincuenta que de modo permanente estaba en nuestras vidas.
Pero el gran momento de Radio Progreso, la emisora de la familia cubana, llegaba a las siete y cuarto de la noche cuando comenzaba el primer programa estrella de la emisora: Alegrías de sobremesa. Se suponía que para ese momento ya todas las familias hubieran comido o cenado, se suponía que todos estuvieran sentados ante la radio –lo que era casi cierto— y prestaran la atención requerida a este programa que tenía características muy particulares: la presencia obligada de los martes de la Orquesta Aragón y sus personajes principales y atípicos: Paco, Rita, el Encargado y Alejito el penoso. Pero también tenía un detective al que llamaban Secundino Traci… –parodia tropical del Dick Tracy del cine norteamericano—y donde el absurdo era su razón dramatúrgica primaria.
Progreso, como su nombre lo indica, anduvo con los tiempos. En el año 1965 creó uno de sus programas más influyentes: Nocturno. Y sus emisiones, citando al sabio cubano Leonardo Acosta, fueron la puerta de entrada y difusión del pop y el rock español e italiano de esos años en que sus congéneres ingleses y norteamericanos no estaban en los listados de la programación ordinaria de la radio.
Me atrevería a decir que la llamada “década prodigiosa” en Cuba tuvo en el programa de las noches de Radio Progreso a su mejor aliado. Y aunque en materia de gustos nada está escrito, si es justo reconocer la honestidad de quienes le fundaron y dirigieron para acercarnos a una música –no siempre la de mejor factura— que se encontraba en el medio del debate ideológico y cultural de esos años.
Radio Enciclopedia fue un caso distinto. Los públicos la seguían por su buen gusto en materia de música instrumental. En cada uno de sus programas, aunque a veces se repitieran los intérpretes o las propuestas, siempre hubo momentos de sabiduría y cultura que nunca llegaron a saturar o alejar a los públicos medios a los que se destinaba. Si Nocturno fue el retiro para el pop y el rock hispano, en lo fundamental, Enciclopedia funcionó de forma más aleatoria, ecuménica se podría decir. Barry White y la Electric Light Orchestra fueron puntales en su programación; sobre todo en un momento en que las grandes bandas instrumentales parecían condenadas a desaparecer. Sus versiones de clásicos del romanticismo, del clasisismo y de otros movimientos como el impresionismo –el Bolero de Ravel era una constante en algunos de sus programas— ampliaron el horizonte cultural de parte importante de la población. Pero también esta emisora fue el complemento ideal para aquellos que necesitaban calma y ambiente relajado para estudiar en las noches o madrugadas, o simplemente para relajar el cuerpo y la mente ante las urgencias cotidianas.
Pasaron los años y ya para los ochenta una Radio Rebelde dinámica y muy contemporánea comienza a sustituir en parte el papel de Radio Reloj como vehículo principal de la información matutina en muchos hogares, lo que no restó importancia a esta emisora. Algo similar ocurrirá con la naciente Radio Ciudad de La Habana que lanza el programa Actividad Laboral, que en un principio se pensó como complemento para la difusión de la labor sindical y terminó siendo un programa en que el buen gusto a la hora de seleccionar sus contenidos caló en los jóvenes, sobre todo por su acercamiento a lo mejor de la poesía latinoamericana.
Los días de radio poco a poco han cedido espacio a otras formas de entender la vida, de informarse y hasta de despertar. Radio Reloj, Radio Progreso y Radio Enciclopedia siguen ahí batallando y asumiéndose desde las nuevas tecnologías, han logrado sobrevivir, aunque ya no es lo mismo; cada día oímos menos radio y solo la nostalgia nos acerca a esos programas que una vez nos conmovieron.
Después de todo la radio ha logrado definir nuevos horizontes a partir de su fusión con las nuevas tecnologías, solo que muchos de los que hoy la hacen carecen de ese “no sé qué” que lograba atraparnos y nos ataba al dial…
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