El Periódico Cubarte desde el pasado mes de noviembre ha venido publicando semanalmente, a modo de homenaje, entrevistas a propósito del aniversario 50 de la fundación del Movimiento de la Nueva Trova cubana, cuyas canciones han sido a lo largo de este tiempo himnos de amor, del amor grande, el amor a todo, y muchas conservan, a pesar del paso del tiempo, esa cualidad.
Hemos tenido la suerte de contar con las evocaciones y apreciaciones de notables trovadores cubanos de diferentes generaciones, entre ellos, Augusto Blanca, , Gerardo Alfonso, Frank Delgado, Angelito Quintero, Marta Campos, Heydi Igualada, Inti Santana, Adrián Berazaín, o líderes e integrantes de formaciones pertenecientes al movimiento como Luis Llaguno , del Grupo Nuestra América Adolfo Costales, de Mayohuacán, y Tomás Rivero de Moncada.
Igualmente han accedido a participar en ese proyecto, periodistas y críticos como Norberto Codina y Pedro de la Hoz, así como la reconocida artista de la plástica Diana Balboa.
La profesora Mildred del Carmen de la Torre Molina, (Camagüey, 1945), doctora en Ciencias Históricas, Premio Nacional de Historia, personalidad acreditada en tanto vasto conocimiento de la historia cultural de la nación, también amablemente, se ha sumado a este tributo al MNT.
La querida profesora prefirió hacer un texto continuo con sus recuerdos y valoraciones, y hoy hacemos este gran regalo a los lectores de Cubarte.
«Solo puedo hablar como espectadora, y una eterna degustadora de la música y agradecida de sus valores artísticos. Puedo confesar que pienso y escribo escuchándola, me es imprescindible para vivir. No poseo formación académica alguna. Mis conocimientos se los debo a la escuela primaria, privada, religiosa y norteamericana, a una tía concertista, discípula de Hubert de Blanck, de su hija Olga y de la también compositora Gisela Hernández, y a mi mamá, a quien le gustaba escuchar a Lizt. A lo que he de sumar mi continua relación, como oyente, con CMBF, casi desde que tengo uso de razón, y como sabes, es desde hace mucho tiempo. También asistía asiduamente a los conciertos de la sinfónica en los teatros donde se presentaran y, de una forma u otra, he vivido junto a la música.
Sin embargo, aunque no soy cercana a los ritmos populares, sí lo soy del feeling y, desde su surgimiento, de la Nueva Trova. La música es parte inseparable de la historia de mi vida lúcida e intelectual.
Es mi generación la que comienza a actuar en los destinos del país después de 1959; la que enfrenta los primeros desafíos de la Revolución desde las aulas de la segunda enseñanza y universitarias; la alfabetizadora; la de las grandes campañas agrícolas y militares; la que crece biológica y espiritualmente según los cambios sociales; la que buscaba un espacio dentro del proceso revolucionario, y la que adquirió su sentido de pertenencia al país que la vio nacer desde los grandes avatares creados por la construcción de una nueva sociedad. La mía es la generación que asume y engendra los valores de la Revolución en el poder.
El Movimiento de la Nueva Trova expresó, como parte inseparable de la mencionada generación, sus sentimientos, ambiciones y, también, sus avatares. Los jóvenes de entonces teníamos nuestras propias visiones del proceso revolucionario, más allá del discurso de la dirigencia política, incluyendo la de las organizaciones juveniles, así como múltiples interrogantes sobre el presente y futuro del país.
En nuestros ámbitos, fuesen laborales o estudiantiles, existían contradicciones socioclasistas, no solo derivadas de la cercana sociedad republicana capitalista, sino de las que se gestaban en el seno de la que pretendíamos construir. No se trataba de un país unipolar, sino polisémico, tal como es nuestra cultura, y los jóvenes de entonces teníamos numerosos retos y propósitos, determinados, en gran medida, por los complejos procesos de cambios que se producían en los órdenes social y familiar. Significábamos, más que una continuidad, la ruptura con muchos cánones tradicionales de convivencia con nuestros padres y familiares.
Más allá de lo que pudiéramos expresar en los ámbitos políticos —de las organizaciones políticas y estudiantiles, así como en los escenarios de adhesión a la dirigencia política—, estaba nuestra forma peculiar de sentir el mundo y el país en que estábamos insertados.
La música, como excelsa manifestación artística, transmite los sentimientos e ideas de los mundos internos y externos de una determinada época histórica. El Movimiento de la Nueva Trova, desde sus orígenes, se tornó ese necesario, a veces imprescindible, medio de comunicación entre los jóvenes y los problemas neurálgicos del enramado social. Desde la protesta hasta la aceptación, generalmente crítica, de las políticas predominantes entonces, hubo un intercambio entre sus creadores y el público, mayoritariamente juvenil. Sentimos a los trovadores como intérpretes de nuestras realidades, incluyendo las foráneas.
En el orden personal, me sentí más cercana a la obra de Silvio por su poética, aunque la de Pablo me llenaba de cubanía. No hubo una sola confrontación política y personal en la que yo no sintiera la presencia de ellos. Para muchos de nosotros fue un acercamiento constante con las verdades que queríamos expresar y una manera peculiar de sentir la sociedad de entonces. Eran nuestras voces internas lanzadas hacia el mundo exterior, que incluían la rebeldía contra los cánones conservadores y tradicionales, siempre presentes en no pocas esferas sociopolíticas, y una ventana permanente hacia los sueños justos del futuro que deseábamos construir. La Nueva Trova simbolizaba las ganas de andar aprisa por los escollos de la contemporaneidad para alcanzar nuestras metas emancipadoras.
Es muy común que algunos historiadores desconozcan los valores de la creación artística y literaria como fuente del conocimiento. Generalmente se nutren de las informaciones primarias, bibliográficas y periódicas. La utilización del arte y la literatura para el entretenimiento o, en el mejor de los casos, para conocer lo que sucede o se crea en los ámbitos intelectuales, es muy común en casi todas las esferas sociales de Cuba y el mundo. Pero, aprehender de ellos y asumirlos en los procesos docentes e investigativos es, todavía, una asignatura pendiente. Muchos profesionales creen que esas son áreas de los saberes exclusivos de los historiadores de la cultura, sin comprender que esta es parte inseparable del conocimiento histórico.
La historia es la memoria del pasado y está construida por los seres humanos, y ellos son los portadores de la espiritualidad. No hay acontecer ni realidad sin ella. Para lograr su cabal entendimiento hay que construirla con su polisemia de valores.
Resulta imprescindible conocer a la Nueva Trova, con sus aristas y múltiples manifestaciones, su música y sus letras, más allá de gustos y apreciaciones estéticas, para leer el mundo contemporáneo. No entenderlo así es ignorar la cultura de la Cuba de los siglos xx y xxi y la del planeta en que estamos insertados».
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