La Isla y los signos, de Raydel Araoz; Velas, de Alejandro E. Alonso; y las coproducciones Viaje al país que ya no existe, dirigido por la también actriz Isabel Santos, y Un paraíso, de la realizadora británica de origen indio Jayisah Pathel, son los filmes cubanos que están compitiendo por los Premios Corales documentales en el 36 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Sobre La Isla y los signos y Velas ya escribí en esta columna. (1) Solo quiero recordar que el primero fue premiado en la cuarta edición del Concurso para Proyectos Documentales del Programa de Fomento a la Producción y Teledifusión del Documental Latinoamericano – DOCTV Latinoamérica, y que su estreno se vinculó a las actividades por el centenario del nacimiento de Samuel Feijóo (1914-1992), sobre quien versa la película. Y ratifico, una vez más, mi criterio de que pocas veces en nuestro país este género ha alcanzado un vuelo imaginativo tan alto, en su intención de reflejar la trayectoria vital y creativa de una figura de la cultura cubana.
Debo agregar, finalmente, que La Isla y los signos fue galardonado con el Premio de Mejor Obra Experimental en el Concurso Caracol, celebrado durante noviembre de este año.
Por su parte, Velas estuvo presente en la 13 Muestra Joven ICAIC, en la cual obtuvo el galardón al Mejor Documental y el Premio colateral que entrega la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA). La cinta se destaca por el sentido íntimo de su historia, que se hace notar no solo en el argumento: la vida solitaria de una pareja de ancianos, unidos en matrimonio desde hace 60 años, sino también por el tono de la fotografía y el tempo que recrea la edición.
Velas supera la obra anterior de su director, Alejandro Alonso, tanto en realización como en la concepción narrativa. No solo porque está contada desde el corazón, sino porque hay también un ejercicio más coherente de lo que se quiere decir a través del lenguaje audiovisual.
Volver a Vietnam… Otro Vietnam
Viaje al país que ya no existe es fruto de muchas casualidades bien aprovechadas para conseguir un producto que une lo afectivo con lo político de manera inteligente.
En primer lugar, por la posibilidad de utilizar la memoria afectiva de Iván Nápoles, el camarógrafo que acompañó a Santiago Álvarez en los filmes realizados en un Vietnam en guerra durante la década del sesenta y setenta del pasado siglo, para enfrentarlo a un nuevo estado próspero y de apariencia feliz.
Desde sus primeros minutos —en una especie de prólogo—, el filme deja sentado cuál va a ser su estructura narrativa: la comparación, en paralelo, de las imágenes rodadas en blanco y negro de aquel Vietnam heroico, con las nuevas filmaciones, en colores, de un país donde apenas quedan huellas de la guerra. El hilo conductor será Iván Nápoles, autor, detrás del lente, de las primeras.
Y en este punto es donde comienzan a operar las casualidades bien aprovechadas, pues el regreso de Nápoles a la tierra de los anamitas (como la llamó Martí), para convertirse en testimoniante, durante los poco más de cuarenta minutos de duración, aprovecha —en primera instancia— la coincidencia de su edad, en el momento de filmar la obra, 79 años, con la del presidente Ho Chi Minh, cuando él, junto a Santiago Álvarez, filmaron una de las obras antológicas del cine cubano: 79 primaveras (1969).
A lo anterior se une la buena salud física del camarógrafo, que le permite transformarse en narrador/ comentarista/ grabador de nuevas imágenes, en un recorrido por muchos de los lugares filmados entonces, con lo cual la estructura narrativa del texto se convierte en una especie de diario, una costumbre asumida por Nápoles precisamente en aquellos primeros tiempos en que visitó a Vietnam en diecisiete ocasiones y que él declara como hábito en el cuerpo del filme.
Por lo tanto, el tono de la obra va del reencuentro a la comparación, para concluir con la valorización de la obra del pueblo vietnamita, todo el tiempo empleando imágenes originales de los documentales antológicos dirigidos por Santiago Álvarez (Hanoi martes 13, Vietnam en el año del gato, el ya citado 79 primaveras), a quien se le rinde perpetuo homenaje en el filme, y por Julio García Espinosa (Tercer Mundo, tercera guerra mundial). Tomas que se alternan con la prosperidad del presente, y que insiste en un pueblo que disfruta ahora de un bienestar, construido sobre el valor, el trabajo y el sacrificio.
Y sobre este último aspecto gira el subtexto político. Isabel Santos y Arleen Rodríguez Derivet, como guionistas, desean que, además de admirar la prodigiosa faena de los anamitas en la reconstrucción de su nación, el público —y en especial, el cubano—, corrobore a aquel país como un paradigma de desarrollo futuro bajo la égida del socialismo. Intención explicitada por Iván Nápoles cuando declara, casi al final de la cinta: “Yo quisiera que Cuba fuera como Vietnam con su socialismo”.
Finalmente, destacar la fotografía de Rafael Solís, Marcelo Suárez y el propio Iván Nápoles, quienes supieron apresar toda la belleza del entorno de una nación que ha sabido curar, u ocultar, muy bien sus heridas.
Un paraíso
Este documental surgió de los ejercicios realizados en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV) por su directora durante el 2013, y se ha convertido en uno de los textos fílmicos más reconocidos mundialmente. Por solo citar algunos de sus lauros recientes: Mención especial en la competencia de cortometrajes documentales en el Festival Internacional de Cine de Chicago, Estados Unidos, el pasado mes de octubre; y mejor cortometraje en la sexta edición del Seul International Extreme-Short Image & Film Festival, de Corea del Sur, en setiembre.
Un paraíso cuenta la historia de una familia muy humilde, residente en Buey Arriba, zona rural de la provincia Granma, que está afrontando sentimentalmente el suicidio de su hijo de 12 años de edad.
Pathel emplea el método de representación observacional para armar su relato, por lo cual asistimos, durante poco más de 12 minutos, a la vida de esta familia campesina y, en especial, a las conversaciones que tiene la madre de Ramón, el joven fallecido, con otros familiares y vecinos, con el objetivo de entender por qué ocurrió el fatal acontecimiento, pues solo en muy pocas ocasiones la progenitora se dirige a la realizadora para comentar lo sucedido.
La estructura del relato es muy interesante porque, desde las primeras imágenes, hay una división de roles de género en la narración. Por un lado está la madre, quien se convierte en narradora intradiegética, al ser ella la que va organizando la información sobre los sucesos y el comportamiento del fenómeno suicidio dentro de la comunidad; mientras el padre se va convirtiendo en la figura sobre la cual se mantiene el punto de vista ideológico, pues hay una focalización sobre él, desde el inicio, que se desencadena en su intervención final durante la ceremonia en el templo espiritista, como un gran desgarramiento de su condición de macho.
Lo peculiar en el tratamiento de la figura paterna es su silencio y las composiciones visuales que lo asocian con el suicidio. En este sentido, el más destacado es el plano donde oímos la voz de la madre en off, hablando sobre cómo Ramón se quitó la vida con la soga de amarrar el yugo de los bueyes, y en la fotografía —a cargo de la propia Jayisah Pathel— el instrumento suicida aparece en primer plano, mientras el rostro del padre está en el fondo del plano en un área desfocada, mirando hacia un lado.
A través de este tratamiento de sus personajes y apoyada en el regodeo observacional sobre el entorno humilde de la familia, se teje el discurso analítico de Un paraíso, sin la intención de ser conclusivo, ni denunciante; pero con los elementos suficientes para poner sobre el tapete un hecho del que apenas se habla en los medios cubanos.
Creo que su mérito fundamental está en la sutileza de la narración, la cual, sin embargo, no es perfecta, pues se resiente en la escena del templo, especialmente en la alocución demasiado explicativa y explícita del ceremoniante, escena que no es salvada con el plano final en que la madre, ensimismada, acaricia, casi mecánicamente, la oreja de su otro hijo, mientras la comunidad canta a su alrededor como una especie de exorcismo.
La Isla y los signos, Velas, Viaje al país que ya no existe y Un paraíso, están concursando en la Sección Oficial de esta 36 edición junto a un total de 26 documentales, provenientes de casi todas las naciones del continente.
NOTAS:
(1) Al respecto se pueden consultar: Feijóo, la Isla y los signos y El regreso de los nuevos realizadores, publicados los días 17 de octubre y 28 de marzo del presente año, respectivamente.
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