Dos hombres, un tambor y el intruso


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Desempolvando algunas de las esquinas del librero que  conservo en casa de mis padres encontré algunos papeles que a pesar del tiempo aún conservan su blancura. Están entre un grupo de “cartas amarillas” que alguna vez pertenecieron a otro miembro de la familia que ya no está.

Específicamente son cinco hojas en las que el paso del tiempo ha reafirmado la fuerza del doblés inicial. Y por otras marcas que acusan deduzco que llegaron arrugadas en un bolsillo. De esas cinco hojas hay tres cuyo valor histórico me obliga a conservar. Las otras dos restantes son simplemente hojas en las que todo indica intenté garabatear algunas notas que hoy no logro descifrar.

Corría el año 1992 y los ejecutivos de la fábrica de instrumentos de la Habana, llamada Fernando Ortiz, deciden pedirle al músico Federico Alejo Arístides Soto; o simplemente Tata Güines; su consentimiento para diseñar y producir una línea de tumbadoras –o congas como también se le llama— a partir de su experiencia y que llevaría su nombre si él estaba de acuerdo. El Tata, con esa nobleza de alma que le caracterizaba, aceptó y además puso en función de aquella idea todo su caudal de conocimiento. 

La idea en sí tenía y tiene sentido. Convertir en una marca el nombre del que es considerado uno de los grandes percusionistas cubanos de todos los tiempos era, y es, una muestra de respeto a él y a todos los percusionistas cubanos, y si se hacía en vida mucho mejor; podía disfrutar de todos los beneficios posibles. Por otra parte, unas congas marca Tata Guiñes darían prestigio al que las tocara.

El único inconveniente es que el mercado de instrumentos de percusión, incluidas las tumbadoras, estaba dominado en ese entonces por la marca Latin Percussion (LP) que había logrado incluir en su catálogo a importantes figuras de la percusión del mundo, incluidos algunos músicos cubanos residentes en la isla y que gozaban de gran prestigio internacional.

La empresa no parecía fácil. El Tata rechazó al menos unos cinco prototipos de instrumentos con algunas de esas frases suyas muy particulares: “…fitti eso suena a barracón vacío…”, o la más recurrente “…eso no hace jau…”

Supe que los entendidos en el tema de la fabricación pasaron horas buscando encontrar un modelo que le lograra satisfacer, hasta un día en que el mismo Tata Güines se presentó en la fábrica con un juego de “jícamos” que había usado en los años cincuenta. El cuero estaba gastado, la madera tenía decenas de golpeaduras, o heridas de tarimas, pero el sonido era angelical.

Solo que en estos tiempos el parche no es de cuero de chivo, sino de un polímero de alta calidad que logra reproducir el sonido de la piel de tan noble animal. El diseño no estaba mal, según el Tata, el asunto era el sonido. Y como es difícil enseñar a un mono viejo a hacer maromas, el Tata propuso una solución salomónica: no le den candela, pero mójenlo… eureka… diez días después las tumbadoras sonaban como él quería.

Con el producto en la mano llegó el momento de presentarlo al mundo y qué mejor que organizar una sesión de percusión. Entonces hacía falta una voz autorizada para que escribiera el panegírico y algo muy importante la fecha y el lugar del evento.

El Tata propuso que las palabras las dijera “Lengua dulce” que sabía de música y había ocupado su lugar como músico en el conjunto Los jóvenes del Cayo. Ahora los organizadores tenían un problema, encontrar a ese músico llamado “Lengua dulce”. Estaría vivo, viviría en Cuba. En fin, que para evitarse problemas, Otaño, el director de la fábrica y entusiasta de la idea, toma la decisión unilateral de que las palabras las diga el estudioso Helio Orovio; la fecha escogida es el día 4 de febrero, un sábado y el único lugar disponible es un salón en uno de los Círculos Sociales en la zona de las playas de Marianao; conocido como La Concha.

No voy a negar que todo lo que brilla y vale de la percusión cubana fuera invitado, además de algunos funcionarios y la prensa para que diera cuentas de tan importante acontecimiento cultural, comercial e histórico.

El asunto es que la ceremonia debía empezar a las dos de la tarde, al filo de las tres y media y el anfitrión del asunto no había llegado. Nadie sabía dónde podía estar. Cuando el nerviosismo llegó a su clímax Tata Güines hizo su entrada triunfal… había estado siempre ahí, pero se entretuvo conversando con un chofer de la ruta 132 que era vecino suyo en el barrio de Jesús María en un bar que había en la planta baja.

Ahora faltaba lo más preocupante: decirle a Tata Güines que no habían podido localizar a “lengua dulce” y que ellos llamaron al musicólogo Helio Orovio para que dijera las palabras de presentación.

Preocupado por el posible enojo del músico el director de la fábrica se le acerca con un trago de ron y antes de articular palabras el Tata gritó “…coño lengua dulce te encontraron…” y dejó a todos atónitos al salir a darle la mano al mismísimo Helio Orovio.

Ese día muchos supieron que Helio le había sustituido en el conjunto Jóvenes del Cayo en los años cincuenta cuando se fue a trabajar con la orquesta de Fajardo y sus Estrellas; que fue el mismo Tata quien lo propuso al director del conjunto Alfonsín Quintana. Pero la conversación llegó a mayores cuando Tata le dijo a soto voce “… fitti en estos días tú estás matando años a mordidas…”. Y estaba en lo cierto Helio cumplía años ese día 4 de febrero.

Lo demás es historia por contar. Tras la demostración que dio el Tata en las tumbadoras homónimas entre trago y trago ante ellas desfilaron algunos de los mejores percusionistas de Cuba vivos en ese momento; pero el que más me impresionó fue Justo Pelladito que en pleno paroxismo de su ejecución llamó al Tata con un gesto de una de sus manos y los dos comenzaron un “mano a mano” que duraría unos diez minutos, hasta el momento en que el Tata lanzó su característico grito de guerra “jau” y se dio por terminada la ejecución.

Helio, en un gesto sin precedentes me regaló las dos hojas escritas a máquina de las palabras que dijo esa tarde. Tuvo la cortesía de firmarlas las dos hojas y le pidió al Tata que hiciera lo mismo. Y junto con sus notas disfruté del placer de escuchar a estos dos hombres revivir casi medio siglo de música cubana.

Viajé por esos años que los libros cuentan fríamente pero que la memoria de los hombres enriquece una y otra vez según la reviven.

Treinta años han pasado de aquella tarde. Ninguno de los dos protagonistas de esta historia hoy nos acompaña. El Tata se fue de rumba en el año 2008. Lo supe una mañana cuando mi hijo de apenas cuatro años –que había nacido el 30 de julio el mismo día que Tata Güines-- comenzó a repetir la noticia que daba la televisión en su informativo matutino “…papá… Tata Güines se murió…”.

Fue un miércoles 4 de febrero. Esa tarde había Peña UNEAC y entre los grupos invitados estaba el del maestro Justo Pelladito.

Cuentan los mayores que cuando muere un rumbero, un tamborero, los cueros, los jícamos deben llorar de alegría en manos de los que se quedan. Esa tarde entre golpes de tambor, de tumbadores que no tenían su nombre, Helio Orovio volvió a hablar de Tata Güines y los presentes alzaron su trago de ron una y otra vez.

Había alegría, risas y frases propias del metalenguaje de los rumberos, de los tumbadores, de ese decir propio del Tata que se ha ido perdiendo en el tiempo; del que nos quedan solo sus gestos al golpear los cueros lo mismo con la palma de la mano que con sus uñas y esa frase suya que lo definía todo “…ese es un fitti…”

 


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