Una y otra vez los voceros de la industria del odio miamense han acusado al gobierno cubano de instrumentalizar el arte, de fomentar un discurso servil, acrítico, oportunista y laudatorio entre los creadores cubanos, para que devengan propagandistas útiles de la Revolución Cubana. Han llegado a menospreciar el arte que se hace en Cuba, apoyado por un entramado institucional, afirmando que no es arte libre, que es arte controlado por las élites del poder.
No hace falta defender el acervo extraordinario de la producción artística cubana. Es un patrimonio rico, reconocido en el mundo entero, comprometido con el devenir de la nación. Es ahora mismo conciencia crítica del proyecto social y político que defiende la mayoría del pueblo cubano. Es arte, en buena medida, revolucionario, en toda la amplitud del concepto. Sus mejores expresiones no han sido rehenes de las veleidades de un mercado, de una lógica comercial castrante. Y no son, en esencia, herramienta de ningún poder político.
Los creadores cubanos que han expresado su apoyo a la Revolución, y han explicitado ese apoyo en su creación artística, lo han hecho a conciencia, ejerciendo un derecho. En Cuba ninguna autoridad le impone cepos a los artistas. Ni se les exige adhesiones políticas.
Ahora, en momentos cruciales para la nación, muchos creadores que viven en Cuba han cerrado filas en defensa de la Revolución. Otros —no menos valiosos— han expresado legítimas preocupaciones sobre el curso de los acontecimientos. Y hay un grupo que, con claras intenciones o sin ellas, ha terminado por apoyar una agenda francamente injerencista.
Pero ninguno podrá decir que desde el Ministerio de Cultura o desde otras instituciones del estado y el gobierno lo han presionado para que tome partido y se pronuncie a favor de la Revolución. Ni se han tomado represalias con los que han decidido callar o, incluso, expresar disímiles y discordantes opiniones.
Son otros los que presionan. Son otros los que exigen condenas. Son otros los que castigan con campañas difamatorias a los que no respaldan posicionamientos extremistas sobre la situación en Cuba.
Han llegado a acosar y acusar a creadores que sencillamente han abogado por la paz, o que han rechazado la idea de una intervención militar en Cuba.
En medios extranjeros o mercenarios se han evidenciado ataques a importantes artistas y escritores cubanos, por el mero hecho de defender un proyecto de sociedad. No han importado los aportes de esos creadores a la cultura nacional, ni su coherencia, ni sus argumentos en el debate... Han pretendido lincharlos mediáticamente. Si no se pronuncian claramente contra el gobierno, no merecen crédito. Si denuncian los efectos del bloqueo económico y comercial de los Estados Unidos contra Cuba, son títeres del régimen. Y si se refieren a la agenda agresiva que se ha implementado desde fuera en las redes sociales, son enemigos de la libertad y opresores del pueblo.
Así de maniqueas son estas tácticas. La idea es consolidar una matriz que respalde la idea de un divorcio de lo mejor del movimiento artístico de la nación con la Revolución cubana. Desligar a la Revolución del arte y los artistas que ha promovido y apoyado. Algunos creadores, en Cuba y fuera de Cuba, han apoyado esas pretensiones. Otros han sucumbido a las presiones. Pero no pocos excelentes artistas y escritores cubanos han resistido. Han defendido sus ideas. Han apostado por la paz. Han puesto a Cuba primero.
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